miércoles, 24 de septiembre de 2025

Paradojas del yo ilimitado

Ensayo basado en la lectura del texto: Antropología del sujeto neoliberal – Christian Laval

Pensar la subjetividad contemporánea exige reconocer que nuestra época ha instaurado una lógica de expansión infinita y autoexplotación. El sujeto enfrenta no solo expectativas externas, sino mandatos internalizados de superación constante, visibilidad, rendimiento y goce, proyectándolos sobre su cuerpo, emociones y relaciones. Las paradojas del yo ilimitado funcionan como laboratorios de pensamiento donde la búsqueda de trascendencia, reconocimiento o placer puede derivar en ultra-subjetivación, autoculpa y evasión de la finitud.

Pulcinella and the tumblers - Giovanni Tiepolo

El ensayo se organiza en seis paradojas que van de lo íntimo y afectivo a lo social y trascendente: la subjetividad ilimitada; el reconocimiento y la visibilidad; el emprendimiento como autoexpansión y fuerza social; la trascendencia espiritual desconectada de la inmanencia; y la trascendencia a través del sexo y las drogas, donde el goce efímero refleja la misma lógica de evasión y autoexplotación.

Pensar hoy exige ir más allá del gesto postmoderno de sospecha infinita. La ironía y la deconstrucción permitieron desarmar mitos, pero dejaron un terreno estéril, incapaz de alumbrar alternativas. El gesto metamoderno propone un “sí” después del “no”: abrir futuros compartidos donde la negación funcione como impulso creativo, no como clausura.

Si bien este ensayo toma como punto de partida el análisis de Laval sobre la subjetividad neoliberal, su enfoque va más allá de la mera observación crítica. Propone un pensamiento metamoderno, que oscila entre crítica y creación, desconfianza y esperanza, reconociendo límites y riesgos, pero explorando también modos de vida alternativos, prácticas de cuidado, solidaridad, trascendencia auténtica y autoafirmación creativa. Estas paradojas no solo describen tensiones contemporáneas; son invitaciones a habitar los bordes entre finitud e ilimitación y a experimentar con nuestras propias formas de ser, relacionarnos y trascender.

1. Paradoja de la subjetividad ilimitada

La ultra-subjetivación desconecta al sujeto de su finitud: los límites biológicos, afectivos y existenciales. En un mundo que premia la expansión infinita y la innovación constante, cada esfuerzo por “ir más allá” se convierte en una forma de autoexplotación, alineando la expansión personal con la acumulación capitalista. Esta lógica permea la vida afectiva: la búsqueda constante de novedad, incluidas relaciones amorosas cambiantes, actúa como mecanismo de autoafirmación y evasión, reproduciendo la dinámica de productividad en lo íntimo. La libertad prometida se revela como mandato exigente, que obliga a ir más allá incluso del afecto y la reconciliación consigo mismo.

Prácticas:

Pausas y contemplación que valoren la finitud como recurso creativo y conexión con lo esencial.

Creación de rituales de auto-cuidado colectivo, que transformen la autoexigencia en cuidado compartido.

Narrativas que celebren logros pequeños y cotidianos, no solo la superación infinita; gratitud.

2. Paradoja del reconocimiento

La exigencia contemporánea no es solo producir, sino ser visto y admirado. La vida se convierte en una vitrina donde cada gesto compite por atención y validación, y donde la autenticidad se subordina a la lógica del espectáculo. La paradoja es doble: buscamos reconocimiento verdadero, pero nos medimos por métricas impersonales y visibilidad superficial; además, deseamos ser admirados solo por quienes admiramos, no por quienes desprecian o no comparten nuestros valores, intensificando la tensión entre autenticidad y visibilidad.

Prácticas:

Establecer microcomunidades de reconocimiento mutuo basadas en reciprocidad y valores compartidos.

Cultivar prácticas de autovaloración y registro personal que no dependan de redes sociales ni comparaciones externas.

Experimentos artísticos o colectivos donde la visibilidad sea un juego creativo, no un mandato social.

3. Paradoja de la infinitud en la mente

En la contemporaneidad, la paradoja del yo ilimitado no solo se manifiesta en la presión por producir, exhibir y maximizar experiencias, sino también en el exceso de infinito en la mente. Sentir un mundo interior amplio, creativo y sin límites puede ser fuente de riqueza, pero cuando este caudal no se regula, cuando el flujo de posibilidades y estímulos internos se vuelve incontenible, la mente corre el riesgo de desbordarse. Lo que en principio es expansión se transforma en exceso: un torrente que confunde, fragmenta y puede derivar en malestar profundo o psicopatología. Así, el infinito interior, que debería nutrir la vida, puede volverse amenaza, mostrando que la verdadera paradoja del yo ilimitado reside en la tensión entre creatividad expansiva y capacidad de contención y cuidado de sí.

Prácticas:

• Diario de ideas y reflexión: Registrar pensamientos y fantasías para darles forma y contener el flujo mental.

• Exploración artística: Canalizar la creatividad en proyectos con estructura, límites y revisiones periódicas.

• Meditación o atención plena: Observar y contener el flujo de ideas sin bloquear la imaginación, integrando pausa y claridad

4. Paradoja del emprendimiento o ser empresario de sí

La crítica binaria al “empresario de sí” es insuficiente. La paradoja requiere un tercer momento: disputar el emprendimiento, desplazándolo hacia formas colectivas, regenerativas y emancipadoras. Transformar el individuo-empresa en comunidades auto-organizadas permite sostener la vida, inventar tecnologías sociales y multiplicar solidaridades, convirtiendo el emprendimiento en herramienta de creación y cuidado colectivo.

Prácticas:

Impulsar proyectos colectivos, cooperativos o comunitarios que pongan la creatividad al servicio de la vida compartida.

Diseñar tecnologías sociales alternativas: cooperativas, plataformas de intercambio de habilidades sin fines de lucro.

Reimaginar el emprendimiento como exploración de sentido, cuidado y sostenibilidad, no solo acumulación o eficiencia.

5. Paradoja de la trascendencia espiritual

La búsqueda de lo absoluto o lo sagrado, desconectada de la vida concreta, se convierte en evasión de conflictos internos y de la finitud. La superación espiritual abstracta puede profundizar la desconexión consigo mismo y con los demás, evidenciando la tensión entre lo trascendente y lo inmanente.

Prácticas:

Integrar prácticas espirituales con cuerpo y comunidad: meditación en movimiento, rituales compartidos, arte participativo.

Redescubrir la dimensión inmanente de lo sagrado: naturaleza, afecto, cooperación cotidiana.

Fomentar un diálogo entre lo trascendente y lo concreto, donde la espiritualidad sea práctica vivida, no solo ideal abstracto.

6. Paradoja de la trascendencia a través del sexo y las drogas

Experiencias extremas de placer, intoxicación o éxtasis prometen expansión y liberación, pero muchas veces funcionan como sustitutos de la transformación auténtica. El goce inmediato se convierte en evasión de la introspección, atrapando al sujeto en un ciclo de intensidad efímera, insatisfacción y búsqueda constante de novedad, reproduciendo la lógica de la autoexplotación y la ultra-subjetivación.

Prácticas:

Explorar el placer consciente: experiencias sensoriales que integren límites, respeto, riesgo consentido y cuidado mutuo.

Prácticas de éxtasis que no dependan de sustancias externas: danza, música, performance, rituales colectivos.

Redefinir el exceso como laboratorio de introspección y comunidad, donde la transgresión se transforme en autoconocimiento y vínculos auténticos.

Estas 6 paradojas no existen como islas separadas: se entrelazan en un tejido donde la finitud se encuentra con lo ilimitado. Cada práctica sugerida es un laboratorio, espacios para ensayar nuevas formas de habitar, relacionarnos y afirmarnos creativamente.

Habitar estas paradojas implica igualmente aceptar que no hay respuestas definitivas, sino experimentos continuos: pausas que subvierten la autoexplotación, redes de reconocimiento mutuo que desafían la visibilidad superficial, emprendimientos colectivos que devuelven la creatividad al cuidado de la vida, prácticas espirituales que conectan lo sagrado con lo cotidiano y experiencias de placer que integran límite, conciencia y comunidad.

La verdadera invención surge al aprender a habitar el borde, a ser habitantes entre mundos, donde cada ruptura, vínculo o instante de goce o caída es un acto de creación y curación. Aquí, la vida se transforma en un laboratorio abierto donde la crítica se encuentra con la imaginación, la desconfianza con la esperanza, y donde el desafío no es evitar el riesgo sino inventar modos de existencia que nos devuelvan a nosotros mismos y a los otros con nuevos ojos.


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lunes, 22 de septiembre de 2025

El pensamiento sigue a la acción

El mundo no espera a que lo pensemos para ponerse en movimiento. El río no razona antes de fluir, la semilla no calcula antes de brotar, y el corazón no pide permiso para latir. Así también, en la vida humana, la acción es primera: un salto, un gesto, un error, una entrega. El pensamiento llega después, como sombra luminosa que interpreta la huella de lo vivido.

Pensamos porque actuamos: el cuerpo tropieza y entonces la mente aprende el equilibrio; la voz se lanza y luego encuentra el canto; el abrazo se da y más tarde la reflexión lo nombra como ternura. Tal vez sea la acción quien abre las puertas, y el pensamiento quien las cierra para guardarlas en memoria. Vivir, entonces, es atreverse a obrar sin saber del todo, confiando en que el pensamiento sabrá llegar después como huésped agradecido.

Si el pensamiento sigue a la acción, entonces podemos diseñar experiencias donde la gente primero haga y luego piense

Nuestros conceptos e ideas son inseparables de nuestros gestos, sentimientos y sensaciones. Pensar nunca ocurre en el vacío: cada noción que formulamos resuena en la piel, en la respiración, en el tono de la voz y en los movimientos más sutiles del cuerpo.

Si nuestras ideas están tejidas con sensaciones y gestos, aprender no puede reducirse a repetir definiciones. Enseñar paz, justicia o democracia sin experiencia corporal es como enseñar música sin escuchar ni tocar un instrumento: la palabra queda hueca, sin arraigo. El cuerpo es la primera pizarra, la memoria más viva, el territorio donde todo conocimiento se inscribe antes de hacerse discurso.

El pensamiento es, en realidad, una vibración del cuerpo en el mundo. Lo sabemos cuando una idea nos estremece, cuando una intuición eriza la piel o cuando la comprensión se anuncia con un “¡ajá!” acompañado de un gesto espontáneo. Pensar es siempre sentir pensando.

Maurice Merleau-Ponty lo expresó con la fenomenología de la percepción: el cuerpo no es un objeto que poseemos, sino la condición misma de posibilidad de pensar y habitar. Somos cuerpos que sienten, y por eso pensamos.

Nuestros conceptos son como frutos, pero el árbol que los sostiene son los gestos y sensaciones que los alimentan. El pensamiento es, en el fondo, un coro de gestos silenciosos que el cuerpo canta sin cesar.

Mind in Motion de Barbara Tversky plantea que el pensamiento humano está profundamente enraizado en la acción corporal y en la experiencia espacial. La autora demuestra, con evidencias de la psicología cognitiva, que los gestos, los movimientos y las representaciones espaciales son el fundamento de procesos abstractos como el razonamiento, la memoria y la creatividad. Al externalizar el pensamiento en diagramas, mapas, bocetos o diseños, las personas no solo comunican ideas, sino que también amplían y transforman su capacidad de pensar. 

Por eso, pensar críticamente no significa solo argumentar con lógica, sino habitar con el cuerpo lo que decimos: dejar que las palabras pasen por la piel, que las ideas respiren en movimiento. Tal vez el desafío de la educación contemporánea no sea llenar cabezas de conceptos, sino desplegar la voluntad de cuerpos pensantes, capaces de vibrar con lo que aprenden y de encarnar en gestos la justicia, la paz y la democracia que proclamamos.

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domingo, 14 de septiembre de 2025

Hermeto Pascoal entre Fauna Universal y Miscelânia Vanguardiosa

Hermeto Pascoal (1936–2025) fue un músico de otro mundo. Multi-instrumentista e improvisador sin límites, podía hacer un solo con un vaso de agua, con una pitadora, con su larga barba blanca o incluso con un simple tenedor y cuchillo. En sus manos y en sus oídos, cualquier objeto se transformaba en sonido, y todo sonido se volvía música.

Siempre admiré la Escuela Jabour, fundada en Río de Janeiro, donde se reunía con músicos para experimentar con las raíces brasileñas, el jazz y universos sonoros inexplorados. Con este mago se abrió un verdadero “Viagem do Subconsciente”: libertad creativa radical, humor, espontaneidad, energía, y una escucha profunda —de la naturaleza, de la ciudad, de la intuición y del instante. Hermeto fue una belleza de ser humano, de esos que se recuerdan para siempre.

Otra obra de este alquimista que me inspira es el Calendário do Som (1996–1997), un proyecto insólito: componer una canción para cada día del año como un regalo a toda la humanidad. Una ofrenda cósmica, cotidiana y festiva. Sus discos siempre me han acompañado: alegres, libres, experimentales, mágicos.

Tuve la fortuna de escucharlo en un Jazz al Parque en Bogotá, en un concierto inolvidable. Su música encendía la alegría en quienes lo oíamos; era como si su Cérebro Magnético nos conectara con la Fauna Universal de la que él mismo parecía ser mensajero.  


Canciones inolvidables de este músico: Frevo en Maceió (la tuve mucho tiempo como ringtone), Voz e Vento y Mazinho tocando no coreto, Bebê, Andei,  Viva Jackson do Pandeiro, Caminho do sol, Forró Brasil y  fantásticos los trabajos previos a su carrera como solista entre el 60 y 70 que realizó con el Conjunto Som 4, Quarteto Novo, Sambrasa Trío y Brazilian Octopus... Otros discos memorables: Lagoa da Canoa, Município de Arapiraca (1984), Cerebro Magnético (1985), Mundo Verde Esperanca (1986) y un álbum homenaje a músicos tremendos como Carlos Malta, Edu Lobo, Tom Jobim, Astor Piazzolla y Chick Corea, llamado Mundo dos Sons (2017)

Es el paso, es el gesto, es el grito
Es el paso, es el gesto, es el grito.

El paso inicia el vuelo
Que va del suelo al infinito
Para mí, que amo el camino abierto
Quien detiene el paso es maldito.

(Hermeto Pascoal - Tres Coisas)

Salí por el camino buscando un destino,
un destino que me hiciera feliz.

¡Y qué destino maravilloso!
¡Qué destino tan lindo iba corriendo a encontrar!

Sucede que, como se dice,
“quien busca encuentra”.
Y quien encuentra, se encuentra.

(Hermeto Pascoal - Chapeu de Baeta)


Documental Quebrando tudo.

Gracias por traer tanta belleza al mundo.

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sábado, 13 de septiembre de 2025

Dialéctica de la mirada

El discurso que Gabriel García Márquez redactó para la entrega del Premio Nobel nos abre preguntas desafiantes, no solo sobre nuestro presente, sino también sobre la posibilidad de repensarnos de nuevo. Entre mi lectura personal y la conversación que suscitó, apareció lo que podríamos llamar la dialéctica de la mirada: esa tensión entre cómo vemos a los otros, cómo los otros nos miran y cómo nos atrevemos a mirarnos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea.

De esa dialéctica surge un interrogante: ¿cómo a través de la educación podemos ensanchar la mirada? ¿Qué implica pensar tanto en lo que vemos como en lo que nos ve, en lo que abre o cierra la mirada, en el ver con los ojos abierto o cerrados y en lo que aparece cuando miramos hacia adentro? La lucidez, la claridad y la profundidad son concreciones de la expansión de la mirada, mientras que una mirada estrecha y simplificada reduce el mundo a dos dimensiones, a meros esquemas que empobrecen la experiencia y las relaciones.

Conviene subrayar que lo que vemos nunca es inocente ni neutral: no todos vemos lo mismo. Nuestra mirada está matizada por creencias y valores, por la historia y los territorios que habitamos, por las culturas que nos atraviesan, por el inconsciente colectivo y también por nuestra singularidad irrepetible. Preguntar por la mirada implica a la par, interrogar nuestros intereses y marcos de relevancia, reconocer aquello en lo que el mundo nos toca e interpela. Supone también trabajar los sesgos y prejuicios que nos limitan, y abrirnos a la posibilidad de ver con los ojos de los otros: los de quienes nos rodean, los de múltiples culturas y sus sabidurías. Solo así podremos nutrir, desde nuestras diferencias, la experiencia colectiva de la humanidad.

La manera en que miramos nunca es solo individual: toda mirada es también colectiva y política, porque exige pensar cómo interpretamos la realidad en común. Aquí la reflexión adquiere otro tono: interpretar no es solo descifrar, sino también ponernos de acuerdo —y aprender a habitar nuestros desacuerdos— para actuar frente a las circunstancias y desafíos que nos arroja el mundo.

Este desafío se vuelve aún más urgente en el presente. Mientras el pensamiento lógico y proposicional amplía sus posibilidades de combinación y cómputo a través de la inteligencia artificial, necesitamos fortalecer otras dimensiones del pensar. El pensamiento dialéctico y sistémico se torna crucial: no basta con producir enunciados o respuestas. Lo que necesitamos son movimientos del pensamiento, que nos conduzcan a comprensiones más profundas y a una movilización más consciente de la energía disponible como voluntad creadora.

En este horizonte, educar la mirada se convierte en una tarea pedagógica fundamental. Podríamos enunciar tres claves fundamentales para ello:

1. La clave intercultural. Ampliar la mirada significa descentrarnos, abrirnos a lo que habitualmente ha sido invisibilizado, silenciado o marginado. En términos curriculares, se trata de aprender a leer el mundo en clave de sur a norte y de norte a sur, de oriente a occidente y de occidente a oriente, entendiendo que los saberes, artes, filosofías y cosmovisiones de las culturas no son meras curiosidades ni “modelos a seguir”, sino aportes vivos a la humanidad. Es parte de la educación ampliar las formas de ver el mundo y, a su vez, revitalizar los saberes propios —andinos, amazónicos, afroamerindios, africanos, árabes— eclipsados por el eurocentrismo, para que entren en diálogo creativo y crítico con otros legados.

2. La clave dialéctica. Ampliar la mirada no es solo un asunto de contenidos, sino también de método. Implica ejercitar un movimiento constante entre contradicciones y asuntos opuestos, evitando tanto el dogmatismo (una verdad absoluta) como el negacionismo (falsear verdades con relatos) o el escepticismo ingenuo (suponer que todas las verdades pesan lo mismo). La dialéctica nos dispone a las síntesis creativas, fruto de tensiones reales, que permiten avanzar sin clausurar la complejidad.

3. La clave de la escucha. Para ampliar la mirada, debemos aprender a escuchar voces distintas de las nuestras, a conversar en la diferencia y a cultivar una escucha compasiva.. Escuchar lo que no encaja en la cultura dominante: a las personas neurodivergentes, a los ecosistemas, a la crudeza de nuestra historia actual, al outsider, al malandro, a quienes habitan los márgenes y viajeros entremundos. Incluso las voces que más nos incomodan. Porque allí, en lo rechazado, puede estar un fragmento de sabiduría que necesitamos para madurar como humanidad y crear una cultura capaz de acoger, sin violencia, una pluralidad mucho más amplia de vidas, perspectivas y visiones de mundo.

Ampliamos la mirada, entonces, no solo para ser más solidarios con las perspectivas ajenas, sino también para reconocer que la nuestra es apenas un punto de vista, condicionado por los privilegios o la ausencia de ellos. Enseñar y aprender a mirar de este modo no es un lujo, pero se puede entrenar como cualquier oficio: es quizá la tarea más urgente de nuestro tiempo. Una pedagogía de la mirada que, entre la dialéctica, la interculturalidad y la escucha profunda, nos permita regenerar vínculos, sostener la pluralidad y abrir horizontes de humanidad compartida.

Este mismo ejercicio, en el que partimos de la palabra de Gabo y llegamos a preguntas pedagógicas y políticas, es ya una muestra del pensar categorial según la propuesta de Zemelman. Se trata de una danza: comienza en la realidad concreta que nos interpela, se abre a un marco que provoca, pasa por la elaboración interna donde surge lo emergente y las preguntas, se despliega en una exploración conceptual y experiencial, y regresa a lo concreto: a cómo todo esto se traduce en nuestra vida, en la práctica pedagógica o en el espacio cotidiano. Tal vez educar la mirada, desde el pensar categorial, sea justamente aprender a bailar con lo inédito: a no quedarnos repitiendo lo dado, sino a crear posibilidades nuevas para habitar el mundo.


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jueves, 11 de septiembre de 2025

Reflexiones sobre educación para la paz (parte I)

Ayer, al conversar sobre paramilitarismo y violencia urbana en el programa radial Pázala Voz, pregunté a los invitados qué aspectos serían necesarios en contextos educativos para cuestionar y transformar la conducta cruel y violenta de la extrema derecha, tan arraigada en amplios sectores de la población. Muchos señalaron soluciones externas y acciones sociales; pocos advirtieron la importancia de los esquemas simbólicos e interiores. A mi parecer, cuando se omiten estas dimensiones, los análisis y las políticas quedan sesgados y las acciones transitan caminos ya conocidos y bastante predecibles. Intuyo que, frente a las nuevas derechas —y también ante ciertas viejas izquierdas—, no basta con comprender discursos y gestos; es necesario descifrar la maquinaria inconsciente que los sostiene y las fuentes ocultas de donde extraen su energía. 

Para que la educación se convierta en un genuino espacio de pensamiento crítico, no basta con transmitir contenidos, repetir discursos o entregarse a la deconstrucción infinita y abstracta; debe viajar hacia los imaginarios, los afectos y los deseos colectivos, solo así puede tocar y complementar aspectos esenciales del problema. De no hacerlo, afrontaremos las crisis que se avecinan desde los mismos lugares comunes, como si repitiésemos siempre los mismos errores. Quizá esta incapacidad de pensar de manera más sistémica, dialéctica y situada, no sea solo un problema de análisis externo; también refleja cómo nuestra educación funciona, cómo están aún las disciplinas compartimentadas, cómo nos relacionamos con el pensamiento y cómo aprendemos a relacionarnos con los conflictos, con la realidad y con nosotros mismos. 

Me surge finalmente esta pregunta: ¿De qué manera la educación puede transformar el legado simbólico de la violencia que persiste en la mente y en los hábitos de las víctimas y también de los victimarios? La educación para la paz no puede limitarse a los actos visibles; exige comprender también los valores, los imaginarios, las narrativas que legitiman o justifican la violencia en quienes la han sufrido y en quienes la han ejercido. Este legado es complejo: miedo que paraliza, deshumanización del otro, la figura del enemigo interno, del chivo expiatorio, la relación con las contradicciones y el caos, hábitos de dominación y creencias sobre el orden social que se han interiorizado y naturalizado. Transformarlo requiere un acto de brujería simbólica, un análisis compartido y profundo, un gesto que haga consciente lo inconsciente, que ilumine aquello que permanece en la sombra de sus prácticas. Y que, al hacerlo, permita abrir un espacio donde la memoria, la reflexión, la ética y la educación misma puedan recomponerse, y convertirse en un verdadero movilizador de transformación social.



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martes, 9 de septiembre de 2025

Qué significa hoy para mí la política?


Hacer política hoy es resistir a la crueldad.

Es recordar que aún existe imaginación,

y que en las contradicciones

se enciende la fuerza

para desobedecer

y para crear mundos.

¿Dónde habita hoy la política?

En las grietas, en los márgenes, 

en los umbrales y los ecosistemas locales,...

En acuerdos frágiles.

En los colectivos y organizaciones improbables.

En comunidades e instituciones que inventan lo que aún no existe.


Civilidad no es consenso.

Es sostener el conflicto sin volverlo guerra.

Es habitar la pluralidad sin anestesia.

Es atreverse a inventar prácticas sociales nuevas.

No necesitamos mesías.

No necesitamos paraísos perfectos.

Precisamos movimientos que transformen instituciones.

No cambiar nombres, sino arquitecturas.

Espacios donde la vida común no se reduzca a administrar conflictos,

sino a sostenerlos, incluso en la escasez de tiempo y recursos.

La política que huye del diálogo es propaganda.

Necesitamos conversación.

Escucha.

Confrontación sin trincheras.

La dialéctica,

como arte de la re-existencia.

Pensar con los otros.

Pensar contra los otros.

Para seguir juntos,

incluso en el juego.

Utopía no es un paraíso lejano.

Utopía es abrir ondas y tiempos en el presente.

paracaminar juntos

y ensayar nuevas formas de vida.


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viernes, 5 de septiembre de 2025

El arte de escuchar lo incómodo

Quisiera empezar contándoles

qué significa, para mí,

escuchar lo incómodo.

A veces se parece a unos zapatos

que aprietan y no dejan caminar con soltura.

O como cuando se cae un botón del pantalón

y uno queda, de repente, expuesto,

desnudo en medio del público.

Me cuesta escuchar mis carencias,

aquello en lo que no soy tan bueno.

Difícil prestar oído cuando mis nervios se tensan,

cuando quiero salir ganando en una conversación.


A veces me cuesta escuchar

incluso el aliento trágico del mundo:

prefiero dibujarlo, darle otra forma.


Me cansa tanto ruido y falsedad,

cuando nadie se escucha de verdad.

Me agota ver cómo personas con privilegios

se instalan en el lugar de las víctimas.

Me dificulta a veces conversar con quienes piensan diametralmente 

opuesto a mí…

aunque a veces lo intento,

trato de adivinar de qué canción vienen

e improvisar una melodía común.


Escuchar lo incómodo

es ese roce con lo que nos incomoda del otro y de nosotros mismos.

Es dejarse tocar por lo que no quisiéramos oír.

Y sin embargo, ahí está la semilla

de algo más profundo:

la posibilidad de crecer, de moverse de lugar,

de abrir una narrativa distinta.


Evidentemente, lo incómodo nos enfrenta

con nuestras sombras, con lo que escondemos, con lo que negamos;

nos confronta con nuestras heridas,

con la violencia acumulada,

con las contradicciones que llevamos a cuestas.


Escucharlas no es sencillo:

nos desarman, nos descentran,

nos invitan a entrar en un territorio sin mapa,

un espacio de pura fertilidad,

como crece la semilla en tierra oscura.


Y aunque estas ideas son patrones universales,

también la escucha difícil se cuela en mi vida cotidiana.

Hace poco, pensando en esto, sentí

que muchas cosas que me incomoda escuchar

tienen que ver con momentos de fragilidad personal:

cuando no estoy bien económicamente,

cuando no tengo tiempo,

al aceptar mis propias limitaciones,

cuando pierdo la vitalidad,

cuando me reducen a una escena, a un rol,

cuando me dicen que nada se puede hacer.

Me afecta escuchar a alguien hablar con superioridad moral,

decirle al otro qué está bien y qué está mal.

Me conflictúa la narrativa de “nosotros los buenos y ellos los malos”,

eso me da un escozor profundo,

como si una corriente fría recorriera mi espalda

y me recordara que la incomodidad no siempre se puede evitar,

que mirar lo que duele es también mirar quién soy.


Me cuesta encarar los conflictos en mis relaciones.

Acoger el llanto.

Me incomodan las mentiras, las tensiones, la hipocresía.

Me dan ganas de aislarme.

He notado mi manera evasiva de asumir lo complicado,

y confieso que quisiera cambiarlo.

He venido aprendiendo

la importancia de escuchar lo incómodo

no como un castigo, sino como un arte.

Un arte que nos conecta con nuestra vulnerabilidad,

con lo más humano,

y así descubrirnos que estamos vivos.


Escuchar lo incómodo

es abrir una grieta en la pared, en el vacío,

en ese espacio de tartamudear.

Nos vuelve más frágiles, sí,

pero también más reales.


Quiero encontrar dulzura

en este ardor que estoy sintiendo,

en saber que para estar con el dolor,

necesito del Eros

que trae mis palabras y mis silencios.


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viernes, 29 de agosto de 2025

Diario de la escucha


Dar sentido es avivar los sentidos

David Abram

Este diario nace como un ejercicio de escuchar la vida y, a partir de ahí, compartir perplejidades: un intento de pensar en consonancia con los sentidos, los silencios, las palabras, los cuerpos y algunos seres que nos rodean y captan nuestra atención. Cada día de la semana abrí un espacio para escuchar y preguntarme qué significa realmente abrirse a la escucha: a veces emergía el deseo y aquello que me proporciona vitalidad; en otros momentos, brotaban los ritmos del día y sus aprendizajes, atestigüé que la educación y el aprendizaje es más un acto de atención que de transmisión, y que la escucha está profundamente ligada a nuestros estados interiores.

Cuando estuve con mi compañera en el Valle del Amor el fin de semana, me llamó la atención la inteligencia animada de la naturaleza, que escucha y habla a través de múltiples lenguajes. De regreso a Bogotá, abrí The Spell of the Sensuous de David Abram, lo que me permitió mantener viva la pregunta sobre los sentidos y el lenguaje.

También hubo una coincidencia hermosa que quisiera compartirles. Mientras escribía y reflexionaba sobre la escritura y el lenguaje —observando a las arañas, y ver cómo una descendía por un hilo invisible y en segundos envolvía a una abeja— recibí días después un mensaje de Carolina Charry, artista, escritora y filósofa. Habíamos conectado meses atrás gracias a Miguel Tejada, director de la Editorial Sic Semper, quien me habló de su trabajo y que estaría muy bien para una conversación en mi videopodcast. Carolina publicó hace un año Mamut, un libro que experimenta con la materialidad y la sonoridad del lenguaje, explorando la sensorialidad, la poesía y la filosofía. Su obra, como la telaraña que observaba, tiende hilos que conectan y despiertan el asombro ante el misterio de los otros seres vivos con los que compartimos el planeta. Esta coincidencia me recordó que escribir también puede ser un acto de escucha, un modo de tender redes de sentido y maravilla.

Viendo esta conexión fortuita, quiero seguir explorando la pregunta sobre cómo deseo escribir la investigación doctoral, en qué tono y estilo, qué quiero provocar, con qué elementos jugar, cómo conectar la multidisciplinariedad artística que me constituye, y cómo permitir que el lenguaje se vuelva sensorial, relacional y colaborativo

Domingo 24 de agosto · ¿Qué siento?

Un deseo de realización, unas ganas de vivir y de cosechar lo sembrado en las conversaciones del podcast La Universidad del Futuro y en las prácticas artísticas y pedagógicas que he tejido con paciencia y entrega en estos años. Todo ello ha germinado en mí como un territorio fértil, un suelo donde confiar, aprender, soñar, imaginar otros gestos para vivir y re-existir.

Lunes 25 de agosto · Ritmos del día

Las mañanas me llegan como ventanas abiertas, una especie de luz que enciende la claridad y me dispone a empezar el día aprendiendo algo nuevo. Las tardes suena para mi con otra música, un pulso más lento: en ellas habita la pausa y lo sensual. La noche, me devuelve a mí mismo, tiempo de escucha interior, integrar lo vivido, acunar sueños, cultivar silencios, dejar que la lectura y la escritura conversen en la penumbra.

Martes 26 de agosto · Atención y contemplación

Mis pensamientos nacen allí donde pongo la atención. En lo que atiendo, me transformo. Los pensamientos son semillas, criaturas que brotan de los campos de relevancia que habitamos cada día. La contemplación, más que un acto, es un arte secreto, pura receptividad: escuchar con todo el cuerpo y abrirme al instante. Y cuando mis sentidos están despiertos, cuando estoy más vivo, comprendo más hondo y la vida se revela y eleva como un viaje erótico.

Miércoles 27 de agosto · La conversación

Descubro que la conversación es medicina, tan necesaria como la fiesta. El diálogo es como un cauce vivo, un río en movimiento: nunca el mismo, a menudo perplejidad, siempre presente. En esta práctica cotidiana la intimidad con el otro se abre. A diferencia de los textos, que nos llegan desde el pasado, la conversación sucede ahora, improvisada, viva: un acto de creación compartida.

Jueves 28 de agosto · Música y escucha

Escucho los cantos de los pájaros al amanecer y al atardecer, son para mi dos momentos que me maravillan y tienen mucho encanto. Escucho el balbuceo de mi guitarra, la voz de mi amada, actualmente escucho mucho salsa, timba, bolero, son y guaguancó; antes Book of Angels de John Zorn, El banquete del espíritu de Cyro Baptista y una canción que conocí reciente La canción de las parteras de Lucelida Martínez, que incluí en un episodio que hice esta semana en el programa radial Pázala Voz que lidero donde trabajo. Cada género musical tiene en mi vida sus temporadas. También  escucho frecuentemente los podcasts de otras personas, y me conmueve descubrir que lo más valioso no está en lo que cada uno trae, sino en lo que nace en el encuentro.

Como maestro, he percibido distintos modos de escuchar:

Una escucha que responde solo con lo ya sabido,

Otra, que se abre al sentir y a la empatía con los demás

y una escucha generativa, que es la que me interesa, que transforma lo escuchado en un espacio compartido de creación.

Viernes 29 de agosto · Gramáticas invisibles

Es de advertir que la escucha, la comunicación entre especies y ese espacio de reciprocidad no pertenece en exclusiva al ser humano. Otros seres también escriben y leen con su cuerpo, trazando gramáticas invisibles.

La telaraña, por ejemplo, no es solo un artefacto para cazar insectos: es pensamiento desplegado en el aire. Cada hilo vibra, resuena y traduce señales. El viento, el roce, el temblor de la presa: todo se inscribe en esa red que funciona como extensión del cuerpo de la araña. Cognición extendida: el saber no se encierra en el cráneo, sino que se despliega en los hilos que la conectan con su entorno. La telaraña es sistema nervioso expandido, escritura del territorio, sensibilidad convertida en arquitectura.

Podemos aprender —como sugería Adorno— a escribir como la araña: no edificando pirámides de conceptos, sino tejiendo hilos que atrapan alimento. El ensayo, como la telaraña, no se impone desde arriba: se tiende en el aire, se sostiene de lo frágil, y en su fragilidad radica su fuerza.

Algo semejante ocurre con la danza de las abejas. Allí, el cuerpo es escritura: el ángulo, la duración, la intensidad del baile señalan la distancia, dirección y calidad de la flor. La colmena entera lee esa coreografía y decide hacia dónde viajar. No hay palabras, pero sí signos; no hay alfabeto, pero sí gramática del movimiento. La abeja escribe en el aire un mapa colectivo, del mismo modo que la araña extiende su mente en los hilos.

Sábado 30 de agosto · Ecología y lenguaje

Mi escucha está siempre atravesada por mi estado interior. Cuando la adrenalina irriga al cuerpo, las conversaciones se tensan, se opacan y se vuelven sordas. Pero cuando la calma nos habita, los sentidos responden con vitalidad, apertura y ternura. Escuchar nunca es un acto neutral: es siempre un espejo del ánimo que que experimentamos.

Hubo un tiempo en que nuestros sentidos estaban entrelazados con la tierra. Escuchábamos el rumor de los ríos, el canto de los pájaros, el roce del viento, la música secreta de la lluvia, las huellas vivas de los animales. El mundo nos hablaba, y nosotros respondíamos.

Con la escritura fonética, esa escucha se volcó hacia las letras. Dejaron de ser las luciérnagas quienes alumbraban nuestras noches, y fueron las páginas quienes empezaron a hablarnos. Con la imprenta, las letras se multiplicaron y el susurro de la tierra se volvió más lejano. Ganamos conocimiento, pero perdimos intimidad con lo que nos rodea.

Hoy, la pantalla puede ser un nuevo exilio: miramos sus brillos como antes miramos los libros, y olvidamos que el cuerpo necesita sol, agua, viento, asombro. Pero basta un instante de escucha para que todo vuelva a nacer y el mundo a ser creado de nuevo.

Bonus Track:

Comparto 5 conversaciones que realicé en mi podcast La Universidad del futuro y que está estrechamente relacionadas con el tema del escuchar:

1. Escucha, Experimentación y Aprendizaje Intergeneracional (Ep. 80): Ana María Romano Gómez https://youtu.be/pYchzNvrBEc?si=RCblceB3EBHob_vG 

2. Escucha, Imaginación social & pedagogías para la paz: (Ep. 111): Alejandro Castillejo Cuéllar. https://youtu.be/pYchzNvrBEc?si=0HaNYCYed-P2YWDH 

3. Arte, Ecología Política y Diálogo de saberes (Ep. 112): Rossana Lara https://youtu.be/l-DYH1Hc6as?si=-cEeZ3X49u1fDft0 

4. Arte, Agencias Sónicas y Espiritualidad (Ep. 132): Leonel Vásquez

https://www.youtube.com/watch?v=RTO7bAruW74 

5. Radio, Arte y Amistad (Ep. 133): María Juliana Soto https://www.youtube.com/watch?v=nmfKdURYufU 

y dejo por aquí “Escuchar lo que más nos duele”, un artículo de mi autoría fue publicado recientemente en un libro que publicamos con el grupo Arte y Formación para la paz de la UPN llamado La fuerza que mueve las cosas. Estéticas de la re-existencia (2025), que describe otras perspectivas sobre el escuchar en relación con la pedagogía, la percepción, la sanación y la construcción de paz.

 


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sábado, 23 de agosto de 2025

El lugar del miedo en la política

En Colombia nada pasa por casualidad, pero todo se disfraza de accidente. El asesinato de Miguel Uribe, el carro bomba en Cali, los ataques a la fuerza pública, el referendo para dinamitar el Acuerdo de Paz, los buques estadounidenses rondando el Caribe y la retórica de la derecha que insiste en que todo lo que no le convenga huele a narcoterrorismo… parecieran capítulos sueltos, pero en realidad son la misma vieja serie repetida en bucle.

La trama es simple y conocida: cuando el poder se tambalea, se enciende el fósforo del miedo, se resucita el fantasma del “enemigo interno”, se apunta con el dedo al gobierno de turno y se promete, una vez más, que la salvación vendrá de mano dura, Estado mínimo y sermones de seguridad democrática.

El referendo para derogar el acuerdo de paz es, en ese sentido, casi profético: un país que no sabe qué hacer sin guerra se propone votarla de nuevo, como si la violencia fuera un derecho adquirido. Porque para una parte de Colombia, la paz no es un horizonte, sino una amenaza a la mitología que le da sentido: el héroe armado, el enemigo absoluto, el pueblo disciplinado.

Mientras tanto, Estados Unidos vigila desde el Caribe con sus aviones y buques, como quien mira a un viejo socio que no se decide a recaer en la adicción. A Washington le conviene un Colombia obediente, proveedor de excusas perfectas para la guerra contra las drogas y la presión contra Venezuela. Y a la derecha criolla le conviene esa obediencia porque legitima su nostalgia: ser los guardianes de un orden que nunca existió.

El uribismo, por supuesto, ya no es la religión mayoritaria que fue. Está exhausto, golpeado, judicializado, pero no muerto: como todo dogma decadente, sobrevive gracias al miedo. Porque si algo enseña nuestra historia es que el miedo es la gasolina más barata y más duradera que ha encontrado la política colombiana.

Lo trágico es que la democracia, el Estado y la política parecen arrastrarse en la misma extenuación. Y lo irónico es que, justo ahí, en la decadencia compartida, podría abrirse un espacio para algo distinto. Pero para que eso ocurra, Colombia tendría que romper su adicción al eterno retorno del miedo y la guerra.

Quizá la verdadera revolución no sea tumbar al adversario de turno, sino atreverse a imaginar un país que no necesite enemigos para existir. Pero claro, eso exigiría una política distinta… y en Colombia la política siempre prefiere la pólvora a la imaginación.

Y si la escuela, en lugar de enseñar a temerle al error, lo celebrara como laboratorio de futuro? ¿Si nos formara no para ser fieles consumidores de promesas incumplidas, sino arquitectos de realidades nuevas? En vez de domesticar al ciudadano para votar resignado cada cuatro años, podríamos formar comunidades capaces de imaginar y sostener otros modos de vida, más allá de la dicotomía entre miedo y obediencia.

Un interesante giro educativo sería pasar de la pedagogía del miedo a una pedagogía de la imaginación política. Una educación que no se contente con repetir la historia de nuestras guerras, sino que enseñe a ver los patrones que se repiten y escribir los capítulos que todavía no existen. Quizá allí resida la mayor herejía posible en Colombia: educar no para mantener vivo el eterno retorno del miedo, sino para atrevernos a traicionarlo.

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jueves, 21 de agosto de 2025

¿Qué sé de mi nombre?

Qué se de mi nombre?

Que no lo elegí, que me fue entregado.

He visto cómo un nombre puede dar vida…
o arrebatarla.
El nombre borrado es una herida en la memoria,
un desgarro que arranca a alguien
de la posibilidad de ser llamado.

En los campos de concentración,
la despersonalización pasaba por quitarle el nombre y reducir la cualidad a un número.
En las guerras, en las fosas comunes,
el cuerpo sin nombre es un NN:
un desaparecido,
una ausencia sin eco.

Pero también…
el nombre es caricia,
es diminutivo de infancia,
risa compartida.
Cuando era niño, algunos tíos y tías me llamaban:
Arrés…
Barriguita…
Andresito de Coral…
Negruro…
Otros me dicen Negro.
Aunque no soy negro de piel,
sí lo soy de corazón.

Como canta la Ponceña:
El día que nací yo,
nacieron tres cosas bellas:
nació el sol,
nació la luna,
y nacieron las estrellas.

Mi amada me llama de formas secretas.
Allí mi nombre se vuelve canto íntimo,
ternura y música vibrante.
En muchas tradiciones,
el nombre verdadero es alma.
Nombrar es crear, invocar y recordar el origen.

Y sin embargo,
no todo cabe en un nombre.
Hay algo que se escapa al ser llamado y nombrado.
¿Qué queda entonces por fuera del nombre?
Lo que no tiene palabra.
El silencio como un modo de nombrar.
El misterio que se guarda
detrás de cualquier sonido.
¿Cómo nombrar el temblor
que antecede a mi voz?
¿Cómo ponerle nombre
al rostro que tuve antes de nacer?

Hay presencias que se resisten,
que solo se dejan sentir,
nunca pronunciar.
El nombre es eco,
pero el misterio es fuente.
El nombre me trae de regreso,
pero lo innombrable me abre al horizonte.

Allí,
donde el lenguaje se disuelve,
intuyo que soy más vasto
que mi propio llamado.
Soy eco,
soy ficción,
soy singularidad.
Soy lo que resuena
cuando alguien me llama.

Mi nombre es mi herida
y mi don.
Y cada vez que alguien me nombra,
vuelvo a ser canto,
eco,
memoria.
Y en ese renacer,
vuelvo a preguntarme:

¿Qué sé de mi nombre?




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miércoles, 6 de agosto de 2025

Sobre el autodesprecio y su huella en el mundo

En Cartas del diablo a su sobrino, C.S. Lewis sugiere que el autodesprecio puede convertirse en el punto de partida del desprecio a los demás, y con él, abrir la puerta al pesimismo, al cinismo y a la crueldad. No es una simple emoción triste: el autodesprecio es una grieta en la percepción de uno mismo que termina deformando la manera en que se mira el mundo. Es, en cierto sentido, una forma oscura de trascendencia, un veneno que no se queda quieto en el alma, sino que la rebasa y se proyecta hacia los demás.

Imagen creada usando chatgpt

Podemos imaginarlo como un espejo roto. Uno se mira ahí y lo que ve no es su rostro, sino una versión rota de sí: fragmentos, ángulos imposibles, multiplicaciones del defecto y que al no tolerar esa distorsión, lanza el espejo —filoso— hacia los otros. Así, lo que fue dolor interno se vuelve juicio externo y la herida personal se transforma en lenguaje del mundo. El autodesprecio es entonces un autoconjuro silencioso: una sentencia pronunciada contra uno mismo que se convierte en destino compartido, que tiene el poder de teñir la mirada, contaminar los vínculos, deformar el sentido e interpretar la existencia bajo el filtro constante de la insuficiencia.

Allí donde no se ha tejido una narrativa reconciliadora sobre el ser —una narración donde la propia vida pueda ser habitada con dignidad—, surge la necesidad de validarse de otro modo: rebajando a los demás, desacreditando lo luminoso y talentoso, demostrando que la belleza es una farsa o que la bondad es ingenuidad. Es entonces cuando el autodesprecio y el narcisismo se revelan no como enemigos, sino como dos formas de la misma desolación. Muchas veces, el narcisismo no es más que un artificio para no mirar el abismo de uno mismo, una máscara que cubre la herida con aplausos, con espejismos de poder o con el eco vacío de la admiración.

De ahí nace un círculo vicioso que no solo afecta al yo, sino a todo lo que lo rodea: no valgo, no soy suficiente… entonces me haré admirar, validaré mi existencia afuera (narcisismo); pero si alguien más brilla, me amenaza… su luz me indigna y me encandila (envidia, resentimiento); y finalmente, ese brillo debe apagarse (desprecio a los demás). Así, el yo herido se convierte en juez, el alma rota en cinismo y el dolor no elaborado se vuelve forma de violencia.

Pensar el autodesprecio desde esta perspectiva es reconocer su potencia fenomenológica: no como un mero síntoma psicológico, sino como una estructura del sentir que moldea la ética, el vínculo y la visión del mundo. Y al mismo tiempo, exige de nosotros un gesto radical: la reconstrucción amorosa y compasiva de la imagen que tenemos de nosotros mismos, para que ese espejo roto no siga multiplicando sus filos en la carne del mundo.


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domingo, 3 de agosto de 2025

Las paradojas de pensar la paz

Pensar la paz contiene una suculenta paradoja.  No basta con sentarnos en círculo, tomados de las manos, y cantar “Imagine” como si fuera la gran cumbre de la humanidad. No. Para pensar la paz hay que hacer algo mucho más raro: meterse de cabeza en las cloacas metafísicas de la maldad, abrir la tapa del alcantarillado moral y mirar qué hay allí… aunque huela maluco. Porque, sorpresa: lo que apesta no es solo el otro, también uno mismo.

El anciano de los días - William Blake

Y ahí, como en un casting universal, aparecen las figuras de lo oscuro: el diablo, el infierno, la tiranía… todos muy bien vestidos y con tarjeta de presentación. No vienen a saludarnos: vienen a recordarnos que, tanto individual como colectivamente, tenemos que responderles. Es como recibir una llamada a las tres de la mañana de un número desconocido y que al contestar, una voz diga: “Hola… soy tu sombra. ¿Hablamos?”.

Así como el reino de los cielos está afuera y adentro, el infierno también tiene doble sede. Uno externo, con guerras, dictadores y fake news; y otro interno, donde uno se convierte en esclavo —o peor, en amo— de una rueda de hamster productiva que no para jamás. Ahí uno corre, corre, corre… y lo único que gana es una membresía vitalicia al gimnasio del absurdo.

Pero cuidado: el infierno no es solo para los malvados profesionales. También está lleno de “buenos” certificados, esas almas puras que, para combatir la maldad, se paran en el pedestal de la virtud y señalan con dedo acusador a medio planeta. Algunos incluso tienen la asombrosa habilidad de culpar a todo el mundo menos a su perro. Igual de diabólicos son los que quieren tener siempre la razón: gente que discute como si su vida dependiera de ganar en los comentarios de Facebook.

Y sí, una de las señales más seguras de que ya estamos instalados en el infierno es esta: la verdad convertida en caricatura, las noticias falsas desfilando como reinas de belleza, las guerras autoritarias transmitidas en horario estelar, y los líderes tiránicos saludando desde balcones, ovacionados por multitudes felices… mientras todos pagamos la entrada a ese espectáculo, sin derecho a reembolso.

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