sábado, 15 de noviembre de 2025

Sobre los roles y arquetipos

ROLES

Los roles, según el enfoque psicosocial de Pichón Riviere, son funciones existenciales evolutivas: cambian con el tiempo, la edad y el grupo social al que pertenecemos. Son modos en que el alma se vuelve funcional y un regalo para una comunidad; representan formas encarnadas, estilos de vida, funciones que sostienen la experiencia de estar juntos, predisposiciones, actitudes e inclinaciones que emergen en la interacción. Desde una perspectiva filosófica y psicoanalítica —más cercana a Carl Jung y Alexander Bard— los arquetipos pueden entenderse como funciones existenciales simbólicas, condensaciones míticas de una energía, una disposición y una manera profunda de ser.

Cada rol y cada arquetipo está hecho de los dones que traemos al mundo, y la comunidad es el lugar donde esos dones encuentran su cauce, su resonancia y su mezcla. Si bien podemos desempeñar múltiples roles, siempre habrá algunos que emergen con mayor espontaneidad, aquellos que se nos dan con facilidad, fluidez y gozo, y otros que realizamos con mayor esfuerzo o que sólo aparecen en ciertas circunstancias.

He venido aprendiendo que para la construcción de comunidades de aprendizaje —y es extensible a la creación de proyectos— es esencial reconocer el rol que cada persona encarna: aquello que se le da naturalmente —sus intuiciones, gestos espontáneos, modos de cuidar, pensar, crear o resolver. Estos no son simples habilidades técnicas: son los dones del alma, energías profundas que cada uno trae para ofrecer al tejido comunitario. Y, como señala la teoría de Pichón Riviere, en comunidades saludables los roles circulan, no se cristalizan.

Un buen líder o maestro —un genuino creador de comunidades— sabe integrar la heterogeneidad de roles y arquetipos en una tarea común. Reconoce que cada rol es una expresión singular del alma colectiva y comprende que las funciones no son posiciones fijas, sino movimientos, energías que se activan o se retraen según las necesidades del grupo.

Si queremos reconocer nuestro arquetipo principal, es decir, descubrir nuestro rol protagónico, es indispensable ponernos en relación con otros. Igualmente, si queremos comprender nuestra masculinidad y deconstruirla y reconstruirla en sus matices y contradicciones, debemos situarnos entre hombres: allí aparece lo que rechazamos, lo que nos espeja, lo que nos duele, los arquetipos inspiradores en personas mayores y lo que intuimos como nuestro rol fundamental. Es en comunidad y entre diferentes donde el arquetipo, con sus luces y sombras, queda expuesto. 

LOS 4 ROLES PRINCIPALES (Según Pichón Riviere)

Según la teoría del Grupo Operativo de Pichón Riviere, los cuatro roles principales funcionan como órganos simbólicos de la comunidad. Estos roles no son personas: son funciones simbólicas y si bien el texto describe 4 roles paradigmáticos, sabemos que las variantes pueden ser innumerables. 

1. Líder → Ordena, orienta, sintetiza, vehiculiza la tarea.

2. Portavoz → Expresa lo que el grupo aún no puede decir.

3. Chivo emisario → Recibe las proyecciones, carga lo que el grupo no integra.

4. Saboteador / Opositor → Introduce lo que falta, la crítica necesaria, la tensión que permite movimiento.

ROLES EN CADA TIEMPO DE LA VIDA

En la infancia exploramos múltiples roles: el niño juega a ser líder, explorador, saboteador, narrador, héroe o fugitivo. La infancia es un laboratorio de la subjetividad, un espacio para ensayar formas, crear mundos posibles y expandirnos en muchas direcciones. La adolescencia amplía esa exploración y la vuelve pública: los roles empiezan a convertirse en símbolos identitarios, aún con gran plasticidad. Podemos pasar de poeta a rebelde, de rockero a salsero, de punk a hippie, de guía y líder social a ermitaño. En la adultez, la institucionalización del tiempo —trabajo, rutinas, productividad— y la contractualización de relaciones tiende a congelar la plasticidad. Muchos adultos quedan encerrados en unos pocos roles fijos: el que exige el trabajo, el que demanda la familia, el que aprendieron a sostener por repetición. La precariedad de espacios comunitarios de aprendizaje y la falta de escenarios de apoyo mutuo y de creación colectiva reducen las posibilidades de movimiento y transformación. Sin comunidad, el adulto queda atrapado en identidades rígidas.

Por el contrario, en espacios de pertenencia, contención y amistad entretejidos, los roles vuelven a circular y la vida recupera su plasticidad.

LOS 7 ROLES SEGÚN SHAKESPEARE

Shakespeare describe en algunas obras “los siete roles” consecutivos que juega el ser humano a lo largo de su vida: el Infante, el Estudiante, el Amante, el Guerrero, el Juez, el Payaso y el Segundo Infante. Arquetipos que se repiten a lo largo de la historia humana.

En mí habitan múltiples roles que despiertan, se transforman y a veces mueren a lo largo de mis ciclos vitales. Lo he comprendido con los años, cuando un rol muere, no desaparece del todo; lo que muere es el cuerpo que lo contenía. El arquetipo —esa forma profunda— reencarna más adelante en un nuevo gesto, un nuevo cuerpo, una nueva versión de mí. Así vuelve a la vida.

El Infante fue el primero: ese que aún vive en mí explorando el mundo con la curiosidad que creció gracias a quienes me cuidaron y a la cultura que moldeó mis valores y horizontes. Volver a mi infancia es historizar cada uno de estos roles, recordar las experiencias que me marcaron, mis miedos y mis asombros.

Recuerdo a los diez años, en una prueba de natación, lanzándome para flotar en una piscina de más de cinco metros. Algo en mí emergió con fuerza. Ese arquetipo del que se atreve murió y renació muchas veces después. También recuerdo la envidia hacia mi hermana recién nacida, que me llevó a inventar excusas para reclamar atención, y la torpeza del truco de magia que terminó en hospitalización: cada experiencia fue un rito de paso, una muerte y una reencarnación del arquetipo.

Luego aparecen mi Estudiante, mi Amante, mi Guerrero, mi Payaso y mi Juez, hasta que finalmente surge el Segundo Infante, una segunda adolescencia donde todo puede recomenzar, donde la vida nos ofrece nuevos comienzos.

Comprender los roles y arquetipos no es un ejercicio teórico, sino una práctica espiritual y comunitaria: una forma de honrar lo que el alma quiere ofrecer y lo que la comunidad necesita recibir. Cada rol es un regalo que no nos pertenece del todo; somos su estación de paso, el cuerpo donde toma forma durante un tiempo. Luego, cuando su ciclo termina, el arquetipo sigue su viaje y se reencarna en otros cuerpos, otras edades, otras historias.

La vida se convierte en un tejido donde mis distintas versiones dialogan entre sí. Cada uno llega con un don y se retira con una enseñanza. Es en comunidad donde esas transformaciones se vuelven más nítidas, más vivas y más fecundas.

Quizá ese sea el gesto más humano: reconocer que estamos hechos de múltiples vidas dentro de una sola, de muertes pequeñas que abren caminos, de arquetipos que viajan a través de nosotros como mensajeros de algo más grande que nuestra biografía. Cada muerte simbólica es un regalo de la vida misma: una invitación a encarnar de nuevo, a renovarnos y a ofrecer a la comunidad otra forma de nuestro alma.

Porque, al final, los roles y arquetipos no son solo herramientas para comprendernos: son los regalos que traemos para compartir, los modos en que contribuimos al mundo y las formas en que dejamos huella en los otros. Lo que permanece no es el personaje, sino el gesto; no es la identidad, sino la energía; no es el cuerpo del rol, sino el arquetipo que, una y otra vez, encuentra en nosotros un lugar para volver a nacer.

Bonus track. 

Se habla mucho del buen vivir, pero poco del buen morir. Tanto unos como otros necesitan estar acompañados de rituales de iniciación y de paso, de transición, rituales para acompañar nuestras propias muertes y renacimientos, los ciclos como lidiamos con la pérdida y la falta. Necesitamos acompañar las generaciones presentes y futuras a lidiar con sus propios límites existenciales ante la inquietante presencia de fuerzas como la necesidad, el deseo, el poder, la finitud, la incertidumbre y el ocaso del significado. Esta ignorancia de la población en abordar estas realidades es algo que para mi resulta importante de profundizar y que resuena por estos días….porque como sociedad necesitamos mejores herramientas, rituales y espacios para el buen morir y confrontamos con la pérdida. Es quizá parte de los bienes comunes que necesitamos cuidar y recoger inspirándonos de las sabidurías, espiritualidades, místicas, religiones para aprender a morir bien… a dejar una parte de nosotros y dejar un rol que se nos ha asignado como sociedad… Espacios para limpiar, afinar la brújula y el propósito, sanar y transformar e intentar comprender nuestras apocalipsis y revelaciones. 

La pregunta que me queda entonces es ¿Cómo podemos aprender a morir bien —a soltar lo que ya cumplió su ciclo, a dejar roles, máscaras e identidades— para renacer más conscientes y profundamente conectados con nosotros mismos, la vida y con la comunidades a las que pertenecemos?


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viernes, 14 de noviembre de 2025

Cultura profética

"Es la propia naturaleza estética del acto de crear mundos la que obliga a cada sujeto garantizar que la narración del mundo en la que participa no termine sin aportar algo útil al florecimiento de otros actos ajenos de creación de mundos. Si este imperativo estético exige que un sujeto mienta sobre la verdad factual, que así sea. Es mejor inventar desde cero una canción del mundo que nunca existió y encomendársela a quienes vendrán tras el fin del futuro, en lugar de mantener un registro estéril de los fracasos de una época".... 

"...la cultura profética busca crear no obras individuales sino paisajes completos donde la imaginación cosmogónica de un sujeto pueda desplegarse plenamente.... 

...Existe una estrecha proximidad entre el impulso hacia el suicidio y el impulso a la profetización, por lo que mata una parte del sujeto, dejándolo en cierto modo muerto para el mundo. Pero esto no convierte la cultura profética en un himno a la autoaniquilación. La profecía y el suicidio comparten una perspectiva cosmológica similar, pero tienen diferentes programas de acción. Desean aliviar el sufrimiento de maneras opuestas. Mientras el suicidio intenta expulsar el cuerpo de una persona del mundo, la profecía le recuerda que siempre forma parte de reinos que lo superan, que siempre ha huido, que ya ha sido salvada.... incluso si uno quisiera terminar su acto antes de su cierre natural, no tendría que hacerlo con acritud, sino como jugadores que abandonan la mesa con elegancia... 

...la cultura profética ofrece otra habitación en la casa, más allá del salón de juegos y un lugar desde el cual es posible intervenir en el mundo como si siempre se regresara a él... la profecía quiere tender un puente imaginal que permita al sujeto, estancado en un estado de angustiada impotencia (ya sea política o existencial) volver a acercarse al proyecto de hacer mundo con la confianza suficiente para poder crear un nuevo paisaje de sentido donde pueda vivir. 

(Extractos del libro Cultura profética de Federico Campagna)

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martes, 11 de noviembre de 2025

El placer de juzgar

Ver un juicio es asomarse al espejo oscuro de la Ley,
donde cada espectador busca secretamente su propia absolución.
Porque en esa escena no sólo se juzga a un otro: se representa el drama interior de toda conciencia. El acusado, sentado frente a la mirada pública, encarna lo que cada uno teme que se revele —sus culpas, sus deseos, sus contradicciones. La Ley, fría y abstracta, toma cuerpo en voces humanas: la del juez, la del fiscal, la del abogado. Pero detrás de ese teatro racional se agitan pasiones antiguas: el miedo, la venganza, la compasión, la necesidad de redención.


Oswaldo Guayasamín

Quizás lo que nos atrae de los juicios no sea tanto el delito, sino la posibilidad de ver el mal hacerse visible, de contemplar cómo se intenta ordenar lo inasible: la culpa, la mentira, la fragilidad moral. En cada audiencia se escenifica el viejo mito del Juicio Final, pero trasladado al tiempo de los medios y las cámaras, donde el público —esa multitud invisible— ocupa el lugar de Dios.

Y así, mirando el proceso de otro, sentimos que participamos de una ceremonia purificadora. No somos nosotros los acusados, pero algo de nuestra sombra está siendo juzgada allí. En el fondo, asistimos al juicio para reafirmar nuestra inocencia, para convencernos de que pertenecemos al lado correcto de la Ley, aunque sepamos que, bajo ciertas luces, todos podríamos ocupar ese banquillo.

Por eso los juicios públicos fascinan: son espejos donde se reflejan nuestras pulsiones más reprimidas y nuestras ansias de justicia. Son, al mismo tiempo, confesionario y espectáculo; rito y entretenimiento; castigo y catarsis. Y mientras el veredicto se pronuncia, cada espectador, sin decirlo, espera también una palabra de alivio dirigida hacia sí:
absuelto.

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miércoles, 5 de noviembre de 2025

Justicia y fragilidad

La salud mental, tan íntimamente ligada a las condiciones sociales, suele ser invisibilizada por las instituciones de justicia. Cuando el sufrimiento psíquico es leído solo como desviación o patología, y no como síntoma de un entramado de desigualdades y exclusiones, el juicio se convierte en una nueva forma de violencia. En estos márgenes donde la vida se desborda, el derecho y la moral suelen volverse ciegos a la fragilidad humana.

La película Saint Omer, de Alice Diop, revela con crudeza esa ceguera. En el juicio a una mujer migrante acusada de asesinar a su hijo, se despliega no solo la tragedia individual de una madre sola, atravesada por el racismo, la pobreza y el aislamiento, sino también la miseria simbólica de una justicia que opera sin escucha ni contexto. Cada palabra del interrogatorio resuena como una condena anticipada; las instituciones parecen incapaces de reconocer el dolor, la locura o la desposesión que habitan tras el acto. Lo que se juzga no es solo un crimen, sino una forma de ser mujer, madre y extranjera en un mundo que no ofrece refugio.

Frente a esa mirada punitiva, necesitamos imaginar una justicia más enriquecida y sistémica, donde la comprensión del delito no recaiga solo en jueces y abogados, sino también en equipos interdisciplinarios —psicólogos, trabajadores sociales, psiquiatras, psicoanalistas, terapeutas somáticos y ocupacionales— capaces de valorar integralmente al detenido (Lamberti, Kamin & Weisman, 2022). Si los sistemas judiciales cruzaran información con los de salud y educación, podrían detectar patrones estructurales de trauma, exclusión o pobreza que anteceden muchos delitos. Así, la justicia dejaría de ser un aparato que reacciona para volverse una fuente de diagnóstico social, un espejo donde podamos leer las fallas colectivas que incuban la violencia.

La justicia restaurativa propone ese horizonte. No se trata solo de reparar el daño, sino de comprenderlo. Escuchar la historia del victimario, su fragilidad, sus carencias y exclusiones, puede abrir un camino de transformación tanto para él como para la sociedad. Si la justicia se atreviera a escuchar como escucha la cámara de Saint Omer —con el temblor de quien se deja afectar por lo que no entiende—, podría abrirse a una ética más relacional y transformadora. Quizás entonces el derecho no sería solo un mecanismo de control, sino una práctica de cuidado y de verdad.

Frente a esa mirada punitiva, la justicia restaurativa propone un horizonte distinto. No se trata de negar la responsabilidad, sino de transformarla en posibilidad de reparación y de aprendizaje colectivo. En lugar de encerrar y castigar, escucha, comprende y acompaña. Reconoce que el daño nunca es individual, sino que emerge de vínculos rotos, de contextos que enferman, de sistemas que excluyen. Desde esta perspectiva, el juicio podría volverse un espacio de humanidad compartida, donde el sufrimiento deje de ser silenciado y se vuelva fuente de comprensión.

Saint Omer nos recuerda que detrás de cada acto incomprensible habita una pregunta por la humanidad común, y que el sentido más profundo de la justicia no es dictar sentencia, sino restaurar la posibilidad de comprendernos y cuidarnos mutuamente.

Promoting Mental Health and Criminal Justice Collaboration Through System-Level Partnerships. Frontiers in Psichiatry (2022)  Leer Aquí. 

 

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sábado, 25 de octubre de 2025

El perfume de las flores

Veía cómo la abeja danzaba tras el perfume de las flores. La atraían sus aromas, y cuando encontraba la fuente de vida y alimento, bailaba, suspiraba y guiaba a las demás para que hallaran su propia sabiduría.

No sabía si sus colores eran mímesis de las flores, o si eran las flores las que la imitaban para atraerla y ayudarle a polinizar. Un día comprendió la simbiosis, y quedó extasiada. Desde entonces, comenzó a valorar los encuentros casuales, donde el alimento se distribuía por todo el territorio.

La abeja soñó con encontrarse con otros, salir a caminar, a jugar, a tejer conexiones con mundos misteriosos y ecosistemas llenos de vida. Un día apareció un león que rugió fuerte, y un pájaro —que no sabía hacia dónde volar— se posó en la punta de una rama y le cantó canciones nunca antes oídas.

En ese instante, los rayos del sol atravesaron los árboles, y las mariposas resplandecieron en coreografías de silencio. El viento agitaba las semillas, y los loros, con su humor, hacían reír y animaban a las hormigas en su viaje.

Llegó la noche, larga y fría. Los susurros de las voces que salían a cazar advirtieron a las leonas y jaguares sobre un animal invisible que a todos asustaba. Al principio creyeron que era algo terrible, pero no era un animal: era el crujido de algo que caía estrepitosamente, haciendo mucho daño.

Mientras escuchaban aquello, surgió otra melodía. De repente, todos los animales comenzaron a construir sus propios nichos, a producir alimento, y a llenar de vida y música toda la aldea, que ese día se volvió un carnaval. Allí aprendieron a convivir con los desacuerdos y las diferencias, invitando a cada ser —animal, vegetal y humano— a desplegar su mejor presencia.


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martes, 21 de octubre de 2025

La pureza y sus fantasmas. (A propósito de algunos desafíos del pensar crítico)

I. Sobre el desgaste del pensar crítico.

Aunque el pensamiento crítico ha abierto caminos hacia una sociedad más libre y justa, hoy necesita una profunda actualización. No hablaré de sus potencias, ya ampliamente desarrolladas, sino de algunas incoherencias y carencias que percibo.

La primera es la arrogancia —a veces narcisista— de creer que si todo el mundo pensara como yo, el mundo estaría mejor. Otra bastante recurrente es cuando del pensamiento crítico se confunde con la creación de figuras de odio, adjudicando  problemas complejos a chivos expiatorios que ofrecen cierto consuelo psíquico, pero que finalmente perpetúan el problema.

También observo su vínculo con modalidades de pensamiento mágico y religioso, incrustadas en la utopía entendida como fin trascendente e inamovible; la tendencia a creer en agendas y visiones de mundo cerradas, inflexibles frente al otro —especialmente frente al antagonista—; y la ingenua intención de comprenderlo todo, ofreciendo respuestas fáciles a problemas complejos.

A esto se suma la dificultad para integrar otras formas de racionalidad, su amor por los sistemas excesivamente coherentes, y la construcción de mapas conceptuales sin ventanas, erigidos como muros.

Finalmente, el pensamiento crítico se ha distanciado del arte, la religión, la espiritualidad y la familia: espacios que podrían devolverle fluidez, sensibilidad y empatía entre cosmovisiones diversas. Al pensar el mal o la injusticia, suele caer en juicios morales que nos eximen de imaginar alternativas estructurales, lo que termina derivando en una evasión de la imaginación política.

II. La inflación moral del discurso

En el marco del círculo de reflexión del Doctorado en Ipecal, donde hemos leído a Hugo Zemelman para ejercitar un pensar situado —pensar desde la realidad y no desde los conceptos dados—, me ha surgido una inquietud: ¿qué ocurre cuando las palabras críticas se desgastan al punto de perder su fuerza para interpretar el presente?

Conceptos como antirracismo o patriarcado nacieron para revelar estructuras de dominación, pero al volverse signos de pertenencia moral perdieron capacidad analítica. Se repiten a menudo como consignas performativas (“ser antirracista”, “luchar contra el patriarcado”) sin precisar cómo se reproducen esas dinámicas en la vida concreta. A menudo se transforman en palabras mágicas que evocan el bien, la pureza, la causa justa… pero sin vincularse necesariamente a un diagnóstico riguroso o a una práctica transformadora.

Al volverse universales y genéricas, estas palabras dejan de señalar mecanismos específicos —económicos, institucionales, mediáticos o afectivos— y pasan a operar como marcadores morales: Antirracista = bueno. Racista = malo. Feminista = justo. Patriarcal = injusto. Un gesto que muchas veces desemboca en una suerte de etnocentrismo moral nocivo para el cambio social y cultural.

Así, el lenguaje crítico se desliza hacia una moralización del discurso político, donde lo importante ya no es analizar las mediaciones materiales de la desigualdad, sino declarar adhesión simbólica a una causa. McGowan, Mark Fisher o Adolph Reed lo han señalado de distintas formas: la izquierda cultural contemporánea se obsesiona con el significante de la crítica, pero no con su eficacia.

Cuanto más abstractas se vuelven estas palabras, más saturan el espacio público y menos transforman la realidad. Se produce lo que Byung-Chul Han llama “inflación moral”: una sobrecarga de significantes éticos que debilita su fuerza política. Las luchas se fragmentan en etiquetas sin horizonte común, y la crítica se disuelve en moralismos identitarios.

Esta pérdida de densidad simbólica no solo afecta al lenguaje: alcanza también a las imágenes, a las formas en que representamos la crítica y la violencia. Se percibe esto en la obra The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living  del artista Damien Hirst donde un tiburón flota inmóvil dentro de su urna de cristal. Alguna vez fue amenaza —cuerpo real, potencia salvaje, animalidad viva— y ahora es símbolo, mercancía, reliquia. Lo que antes mordía, hoy adorna. El arte de Hirst no celebra la muerte: la administra, la conserva, la convierte en experiencia segura para el espectador. Así también ocurre con nuestras causas nobles: su ferocidad inicial se embalsama en discursos y vitrinas morales. El gesto vivo de la crítica —como el tiburón— queda suspendido en formol, estetizado, neutralizado. Lo que fue herida abierta se vuelve objeto de contemplación: limpio, impecable, sin riesgo.

Como advirtió Alasdair MacIntyre, retomando a Freud, desenmascarar la arbitrariedad de los demás suele funcionar como defensa frente a la arbitrariedad propia. En otras palabras, la crítica puede convertirse en una forma sofisticada de negación: cuanto más exhibimos la ideología ajena, menos interrogamos nuestras propias complicidades. De ahí que el discurso crítico, cuando se absolutiza, derive en una suerte de narcisismo moral que confunde lucidez con pureza. En nombre de la emancipación, terminamos construyendo nuevas ortodoxias simbólicas, nuevos lenguajes de salvación que preservan intactas las estructuras de poder y deseo que pretendíamos cuestionar.

Tanto Žižek como Nick Land, desde lugares opuestos, han advertido algo similar: que las formas contemporáneas de crítica tienden a quedar atrapadas en su propia teatralidad. Žižek lo formula como un síntoma ideológico: disfrutamos denunciando el sistema mientras participamos activamente en él. La crítica se vuelve un acto de consumo simbólico, una coartada que nos permite sostener el cinismo cotidiano sin culpa. Land, por su parte, lleva esta paradoja al extremo: sostiene que el capitalismo ha absorbido la negatividad de la crítica hasta convertirla en motor de innovación, es decir, que la crítica misma se ha vuelto combustible del sistema que pretendía subvertir.

III. Repolitizar las categorías.

Pero no se trata de prescindir de estos términos que señalan problemáticas que necesitamos transformar, sino —quizás— de repolitizarlos: de nombrar cómo se reproducen hoy las desigualdades en el capitalismo de plataformas, en los algoritmos, en las relaciones afectivas o en la ecología del deseo. Devolverles densidad histórica y situacional, en lugar de usarlas como fórmulas totales. Pensar la emancipación no como identidad, sino como práctica relacional y situada. Porque —como recuerda una vieja máxima— las palabras no deben reemplazar la acción: deben orientarla.

Aquí una paradoja característica de nuestro tiempo. A medida que se expanden los canales de información y crece nuestra exposición a los conflictos del mundo, la política parece estar en todas partes: en las redes, en el consumo, en las conversaciones cotidianas. Sin embargo, esta expansión no ha producido un aumento correlativo de la comprensión política. Hemos multiplicado los discursos, pero no las capacidades. La proximidad a la información no se traduce en una inteligencia práctica sobre cómo se ejerce el poder, cómo se configuran las instituciones o cómo podrían transformarse. En lugar de sujetos políticos, producimos comentaristas morales; en lugar de acción, proliferan juicios.

En última instancia, se trata de recuperar lo que Zemelman llamaba la potencia del pensar: esa facultad de abrirse a lo inédito posible. Volver a pensar desde la realidad —no desde las etiquetas que la domestican— podría ser el primer paso para que la crítica deje de ser discurso y vuelva a ser acontecimiento.

Entonces, ¿qué significa repolitizar estos términos clave de la actualización del pensamiento crítico?. Significa mover los conceptos del pensamiento crítico hacia nuevas escalas y dimensiones; explorarlos desde distintos métodos y contextos que revelen sus interdependencias y especialmente en el ámbito pedagógico, implica aprender a mirarlos desde una perspectiva más sistémica, compleja y encarnada, donde pensamiento y experiencia se entrelazan.

IV. El patriarcado como caso de estudio

Tomemos, por ejemplo, el caso del patriarcado. Comprender esta noción requiere integrar diversas dimensiones y profundizar en sus raíces históricas y simbólicas, a su vez que situarla en una escala temporal y transcultural más amplia: observar la función histórica del poder de dominación masculino en la sociedad, los mandatos morales que lo han constituido y la internalización de un modo de ser y de relacionarse con el mundo.

Pero también es bastante sensato reconocer que en esa larga historia de dominación y jerarquía, se entretejen valores, potencias y aportes —como la disciplina, la figura del protector, el trabajo fuerte, los avances en la cosmovisión tecnocientífica— que, aunque hoy necesiten ser reconfigurados y problematizados, han sostenido parte de la arquitectura simbólica de la civilización.

Desde una mirada dialéctica y no moralizante, repolitizar significaría leer el patriarcado no solo como opresión, sino como una forma histórica de organización simbólica del mundo que hoy estamos llamados a comprender, trascender y transformar.

Para ello, podríamos considerar, de manera simultánea, distintas dimensiones de análisis y de experiencia, con el propósito de ampliar la mirada y las posibilidades de participación y de acción colectiva. Siguiendo con la problematización del patriarcado podríamos explorar las siguientes aristas:

Epistémica: reconocer los marcos de pensamiento que han naturalizado jerarquías del saber, y hacer justicia a otras formas de conocimiento que la masculinidad ha encarnado a lo largo de la historia.

Ontológica: revisar las nociones de realidad, de ser humano y aquello que entendemos como la “esencia” de lo masculino.

Fenomenológica: atender cómo se viven y se encarnan esas estructuras de dominación en la experiencia sensible y cotidiana.

Biográfica: explorar la historia viva que cada quien porta en su relación con lo patriarcal: con el padre, el abuelo, los ancestros y la relación con otros géneros.

Política: crear círculos de deconstrucción y reconstrucción de la masculinidad dominante, propiciando encuentros donde emerjan los dones al servicio a la comunidad.

Mito-poética: indagar los imaginarios, mitos y símbolos que han configurado la idea de lo masculino —el padre, el guerrero, el sabio, el héroe, Peter pan— como expresiones de una tensión entre poder, cuidado y trascendencia.

Ecológica: reconocer la masculinidad dentro de una ecología más amplia de fuerzas vitales —humanas y no humanas—, repensando su relación con la Tierra y la tecnología

Histórica: comprender que “lo patriarcal” no es una esencia, sino un régimen de verdad que ha mutado con el tiempo.

Solo al integrar algunas de estas dimensiones (y sus relaciones), en la construcción de conocimiento y del pensar crítico, podemos devolver espesor a los conceptos, comprenderlos en su densidad histórica, mítica, relacional y simbólica. Así se abre la posibilidad de un pensamiento más inclusivo y de una acción colectiva más integral, capaz de acoger la contradicción, la negatividad y la potencia que aún habita en lo patriarcal.

El pensamiento crítico no se renueva repitiendo viejas fórmulas, sino encarnando nuevas formas de comprender y de actuar. Repolitizar es devolver a las palabras su capacidad de crear realidad, de sostener comunidad y construir la historia. Solo así el lenguaje vuelve a ser un territorio de transformación, y no un eco vacío de su propia impotencia.


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martes, 14 de octubre de 2025

Podcast (#1) Semillero Arte, Comunicación y Culturas de paz

Bienvenidos al primer programa radiofónico del Semillero Arte, Comunicación y Culturas de Paz (del Centro de la Educación para la paz, la Memoria y los Derechos Humanos CEPAZ), un espacio de creación y reflexión colectiva conformado por estudiantes de distintos programas de la Universidad Pedagógica Nacional: Licenciatura en Educación Comunitaria, Artes Escénicas, Ciencias Sociales, Artes Visuales y la Maestría en Tecnologías de la Información Aplicadas a la Educación...

Este primer episodio entreteje historias, meditaciones y conversaciones sobre la paz, junto con entrevistas a participantes del programa Artes para la Construcción de Paz —coordinado por la Universidad Pedagógica Nacional—. También incluye canciones dedicadas a la memoria y la dignidad, experiencias compartidas por los integrantes del semillero durante este semestre, y un juego de cartas que invita a explorar preguntas y abrir diálogos sobre temas complejos.


Agradecimientos especiales a:

Estudiantes Semillero Arte, Comunicación y Culturas de Paz (Cepaz- UPN)

Construyendo historias sonoras

Semillero en Pedagógica Radio 
https://radio.upn.edu.co/

  • Brayan Beltrán - Edición Audio.
  • Daniel Ramírez y Lina María González: Locución y Meditación sobre la paz.
  • Natalia López: Voz y guión radioteatro.
  • Alejandro Vaca y Mauricio Farfán: construcción de historias...
  • y Gabriela Ruiz: Locución y experiencia de juego.

Música seleccionada:

  • “Tranquilidad” – Emilsen Pacheco
  • “Inmigrante en mi tierra” – Naimad B
  • “Tiempos de guerra” – Samurai

Poesía: Nancy Serna (Artista formadora de Girardota Antioquia participante en el programa Artes para la Construcción de Paz)

Entrevista: Diana Rodríguez (Coordinadora pedagógica Programa Artes para la Construcción de Paz)


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miércoles, 24 de septiembre de 2025

Paradojas del yo ilimitado

Ensayo basado en la lectura del texto: Antropología del sujeto neoliberal – Christian Laval

Pensar la subjetividad contemporánea exige reconocer que nuestra época ha instaurado una lógica de expansión infinita y autoexplotación. El sujeto enfrenta no solo expectativas externas, sino mandatos internalizados de superación constante, visibilidad, rendimiento y goce, proyectándolos sobre su cuerpo, emociones y relaciones. Las paradojas del yo ilimitado funcionan como laboratorios de pensamiento donde la búsqueda de trascendencia, reconocimiento o placer puede derivar en ultra-subjetivación, autoculpa y evasión de la finitud.

Pulcinella and the tumblers - Giovanni Tiepolo

El ensayo se organiza en seis paradojas que van de lo íntimo y afectivo a lo social y trascendente: la subjetividad ilimitada; el reconocimiento y la visibilidad; el emprendimiento como autoexpansión y fuerza social; la trascendencia espiritual desconectada de la inmanencia; y la trascendencia a través del sexo y las drogas, donde el goce efímero refleja la misma lógica de evasión y autoexplotación.

Pensar hoy exige ir más allá del gesto postmoderno de sospecha infinita. La ironía y la deconstrucción permitieron desarmar mitos, pero dejaron un terreno estéril, incapaz de alumbrar alternativas. El gesto metamoderno propone un “sí” después del “no”: abrir futuros compartidos donde la negación funcione como impulso creativo, no como clausura.

Si bien este ensayo toma como punto de partida el análisis de Laval sobre la subjetividad neoliberal, su enfoque va más allá de la mera observación crítica. Propone un pensamiento metamoderno, que oscila entre crítica y creación, desconfianza y esperanza, reconociendo límites y riesgos, pero explorando también modos de vida alternativos, prácticas de cuidado, solidaridad, trascendencia auténtica y autoafirmación creativa. Estas paradojas no solo describen tensiones contemporáneas; son invitaciones a habitar los bordes entre finitud e ilimitación y a experimentar con nuestras propias formas de ser, relacionarnos y trascender.

1. Paradoja de la subjetividad ilimitada

La ultra-subjetivación desconecta al sujeto de su finitud: los límites biológicos, afectivos y existenciales. En un mundo que premia la expansión infinita y la innovación constante, cada esfuerzo por “ir más allá” se convierte en una forma de autoexplotación, alineando la expansión personal con la acumulación capitalista. Esta lógica permea la vida afectiva: la búsqueda constante de novedad, incluidas relaciones amorosas cambiantes, actúa como mecanismo de autoafirmación y evasión, reproduciendo la dinámica de productividad en lo íntimo. La libertad prometida se revela como mandato exigente, que obliga a ir más allá incluso del afecto y la reconciliación consigo mismo.

Prácticas:

Pausas y contemplación que valoren la finitud como recurso creativo y conexión con lo esencial.

Creación de rituales de auto-cuidado colectivo, que transformen la autoexigencia en cuidado compartido.

Narrativas que celebren logros pequeños y cotidianos, no solo la superación infinita; gratitud.

2. Paradoja del reconocimiento

La exigencia contemporánea no es solo producir, sino ser visto y admirado. La vida se convierte en una vitrina donde cada gesto compite por atención y validación, y donde la autenticidad se subordina a la lógica del espectáculo. La paradoja es doble: buscamos reconocimiento verdadero, pero nos medimos por métricas impersonales y visibilidad superficial; además, deseamos ser admirados solo por quienes admiramos, no por quienes desprecian o no comparten nuestros valores, intensificando la tensión entre autenticidad y visibilidad.

Prácticas:

Establecer microcomunidades de reconocimiento mutuo basadas en reciprocidad y valores compartidos.

Cultivar prácticas de autovaloración y registro personal que no dependan de redes sociales ni comparaciones externas.

Experimentos artísticos o colectivos donde la visibilidad sea un juego creativo, no un mandato social.

3. Paradoja de la infinitud en la mente

En la contemporaneidad, la paradoja del yo ilimitado no solo se manifiesta en la presión por producir, exhibir y maximizar experiencias, sino también en el exceso de infinito en la mente. Sentir un mundo interior amplio, creativo y sin límites puede ser fuente de riqueza, pero cuando este caudal no se regula, cuando el flujo de posibilidades y estímulos internos se vuelve incontenible, la mente corre el riesgo de desbordarse. Lo que en principio es expansión se transforma en exceso: un torrente que confunde, fragmenta y puede derivar en malestar profundo o psicopatología. Así, el infinito interior, que debería nutrir la vida, puede volverse amenaza, mostrando que la verdadera paradoja del yo ilimitado reside en la tensión entre creatividad expansiva y capacidad de contención y cuidado de sí.

Prácticas:

• Diario de ideas y reflexión: Registrar pensamientos y fantasías para darles forma y contener el flujo mental.

• Exploración artística: Canalizar la creatividad en proyectos con estructura, límites y revisiones periódicas.

• Meditación o atención plena: Observar y contener el flujo de ideas sin bloquear la imaginación, integrando pausa y claridad

4. Paradoja del emprendimiento o ser empresario de sí

La crítica binaria al “empresario de sí” es insuficiente. La paradoja requiere un tercer momento: disputar el emprendimiento, desplazándolo hacia formas colectivas, regenerativas y emancipadoras. Transformar el individuo-empresa en comunidades auto-organizadas permite sostener la vida, inventar tecnologías sociales y multiplicar solidaridades, convirtiendo el emprendimiento en herramienta de creación y cuidado colectivo.

Prácticas:

Impulsar proyectos colectivos, cooperativos o comunitarios que pongan la creatividad al servicio de la vida compartida.

Diseñar tecnologías sociales alternativas: cooperativas, plataformas de intercambio de habilidades sin fines de lucro.

Reimaginar el emprendimiento como exploración de sentido, cuidado y sostenibilidad, no solo acumulación o eficiencia.

5. Paradoja de la trascendencia espiritual

La búsqueda de lo absoluto o lo sagrado, desconectada de la vida concreta, se convierte en evasión de conflictos internos y de la finitud. La superación espiritual abstracta puede profundizar la desconexión consigo mismo y con los demás, evidenciando la tensión entre lo trascendente y lo inmanente.

Prácticas:

Integrar prácticas espirituales con cuerpo y comunidad: meditación en movimiento, rituales compartidos, arte participativo.

Redescubrir la dimensión inmanente de lo sagrado: naturaleza, afecto, cooperación cotidiana.

Fomentar un diálogo entre lo trascendente y lo concreto, donde la espiritualidad sea práctica vivida, no solo ideal abstracto.

6. Paradoja de la trascendencia a través del sexo y las drogas

Experiencias extremas de placer, intoxicación o éxtasis prometen expansión y liberación, pero muchas veces funcionan como sustitutos de la transformación auténtica. El goce inmediato se convierte en evasión de la introspección, atrapando al sujeto en un ciclo de intensidad efímera, insatisfacción y búsqueda constante de novedad, reproduciendo la lógica de la autoexplotación y la ultra-subjetivación.

Prácticas:

Explorar el placer consciente: experiencias sensoriales que integren límites, respeto, riesgo consentido y cuidado mutuo.

Prácticas de éxtasis que no dependan de sustancias externas: danza, música, performance, rituales colectivos.

Redefinir el exceso como laboratorio de introspección y comunidad, donde la transgresión se transforme en autoconocimiento y vínculos auténticos.

Estas 6 paradojas no existen como islas separadas: se entrelazan en un tejido donde la finitud se encuentra con lo ilimitado. Cada práctica sugerida es un laboratorio, espacios para ensayar nuevas formas de habitar, relacionarnos y afirmarnos creativamente.

Habitar estas paradojas implica igualmente aceptar que no hay respuestas definitivas, sino experimentos continuos: pausas que subvierten la autoexplotación, redes de reconocimiento mutuo que desafían la visibilidad superficial, emprendimientos colectivos que devuelven la creatividad al cuidado de la vida, prácticas espirituales que conectan lo sagrado con lo cotidiano y experiencias de placer que integran límite, conciencia y comunidad.

La verdadera invención surge al aprender a habitar el borde, a ser habitantes entre mundos, donde cada ruptura, vínculo o instante de goce o caída es un acto de creación y curación. Aquí, la vida se transforma en un laboratorio abierto donde la crítica se encuentra con la imaginación, la desconfianza con la esperanza, y donde el desafío no es evitar el riesgo sino inventar modos de existencia que nos devuelvan a nosotros mismos y a los otros con nuevos ojos.


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lunes, 22 de septiembre de 2025

El pensamiento sigue a la acción

El mundo no espera a que lo pensemos para ponerse en movimiento. El río no razona antes de fluir, la semilla no calcula antes de brotar, y el corazón no pide permiso para latir. Así también, en la vida humana, la acción es primera: un salto, un gesto, un error, una entrega. El pensamiento llega después, como sombra luminosa que interpreta la huella de lo vivido.

Pensamos porque actuamos: el cuerpo tropieza y entonces la mente aprende el equilibrio; la voz se lanza y luego encuentra el canto; el abrazo se da y más tarde la reflexión lo nombra como ternura. Tal vez sea la acción quien abre las puertas, y el pensamiento quien las cierra para guardarlas en memoria. Vivir, entonces, es atreverse a obrar sin saber del todo, confiando en que el pensamiento sabrá llegar después como huésped agradecido.

Si el pensamiento sigue a la acción, entonces podemos diseñar experiencias donde la gente primero haga y luego piense

Nuestros conceptos e ideas son inseparables de nuestros gestos, sentimientos y sensaciones. Pensar nunca ocurre en el vacío: cada noción que formulamos resuena en la piel, en la respiración, en el tono de la voz y en los movimientos más sutiles del cuerpo.

Si nuestras ideas están tejidas con sensaciones y gestos, aprender no puede reducirse a repetir definiciones. Enseñar paz, justicia o democracia sin experiencia corporal es como enseñar música sin escuchar ni tocar un instrumento: la palabra queda hueca, sin arraigo. El cuerpo es la primera pizarra, la memoria más viva, el territorio donde todo conocimiento se inscribe antes de hacerse discurso.

El pensamiento es, en realidad, una vibración del cuerpo en el mundo. Lo sabemos cuando una idea nos estremece, cuando una intuición eriza la piel o cuando la comprensión se anuncia con un “¡ajá!” acompañado de un gesto espontáneo. Pensar es siempre sentir pensando.

Maurice Merleau-Ponty lo expresó con la fenomenología de la percepción: el cuerpo no es un objeto que poseemos, sino la condición misma de posibilidad de pensar y habitar. Somos cuerpos que sienten, y por eso pensamos.

Nuestros conceptos son como frutos, pero el árbol que los sostiene son los gestos y sensaciones que los alimentan. El pensamiento es, en el fondo, un coro de gestos silenciosos que el cuerpo canta sin cesar.

Mind in Motion de Barbara Tversky plantea que el pensamiento humano está profundamente enraizado en la acción corporal y en la experiencia espacial. La autora demuestra, con evidencias de la psicología cognitiva, que los gestos, los movimientos y las representaciones espaciales son el fundamento de procesos abstractos como el razonamiento, la memoria y la creatividad. Al externalizar el pensamiento en diagramas, mapas, bocetos o diseños, las personas no solo comunican ideas, sino que también amplían y transforman su capacidad de pensar. 

Por eso, pensar críticamente no significa solo argumentar con lógica, sino habitar con el cuerpo lo que decimos: dejar que las palabras pasen por la piel, que las ideas respiren en movimiento. Tal vez el desafío de la educación contemporánea no sea llenar cabezas de conceptos, sino desplegar la voluntad de cuerpos pensantes, capaces de vibrar con lo que aprenden y de encarnar en gestos la justicia, la paz y la democracia que proclamamos.

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domingo, 14 de septiembre de 2025

Hermeto Pascoal entre Fauna Universal y Miscelânia Vanguardiosa

Hermeto Pascoal (1936–2025) fue un músico de otro mundo. Multi-instrumentista e improvisador sin límites, podía hacer un solo con un vaso de agua, con una pitadora, con su larga barba blanca o incluso con un simple tenedor y cuchillo. En sus manos y en sus oídos, cualquier objeto se transformaba en sonido, y todo sonido se volvía música.

Siempre admiré la Escuela Jabour, fundada en Río de Janeiro, donde se reunía con músicos para experimentar con las raíces brasileñas, el jazz y universos sonoros inexplorados. Con este mago se abrió un verdadero “Viagem do Subconsciente”: libertad creativa radical, humor, espontaneidad, energía, y una escucha profunda —de la naturaleza, de la ciudad, de la intuición y del instante. Hermeto fue una belleza de ser humano, de esos que se recuerdan para siempre.

Otra obra de este alquimista que me inspira es el Calendário do Som (1996–1997), un proyecto insólito: componer una canción para cada día del año como un regalo a toda la humanidad. Una ofrenda cósmica, cotidiana y festiva. Sus discos siempre me han acompañado: alegres, libres, experimentales, mágicos.

Tuve la fortuna de escucharlo en un Jazz al Parque en Bogotá, en un concierto inolvidable. Su música encendía la alegría en quienes lo oíamos; era como si su Cérebro Magnético nos conectara con la Fauna Universal de la que él mismo parecía ser mensajero.  


Canciones inolvidables de este músico: Frevo en Maceió (la tuve mucho tiempo como ringtone), Voz e Vento y Mazinho tocando no coreto, Bebê, Andei,  Viva Jackson do Pandeiro, Caminho do sol, Forró Brasil y  fantásticos los trabajos previos a su carrera como solista entre el 60 y 70 que realizó con el Conjunto Som 4, Quarteto Novo, Sambrasa Trío y Brazilian Octopus... Otros discos memorables: Lagoa da Canoa, Município de Arapiraca (1984), Cerebro Magnético (1985), Mundo Verde Esperanca (1986) y un álbum homenaje a músicos tremendos como Carlos Malta, Edu Lobo, Tom Jobim, Astor Piazzolla y Chick Corea, llamado Mundo dos Sons (2017)

Es el paso, es el gesto, es el grito
Es el paso, es el gesto, es el grito.

El paso inicia el vuelo
Que va del suelo al infinito
Para mí, que amo el camino abierto
Quien detiene el paso es maldito.

(Hermeto Pascoal - Tres Coisas)

Salí por el camino buscando un destino,
un destino que me hiciera feliz.

¡Y qué destino maravilloso!
¡Qué destino tan lindo iba corriendo a encontrar!

Sucede que, como se dice,
“quien busca encuentra”.
Y quien encuentra, se encuentra.

(Hermeto Pascoal - Chapeu de Baeta)


Documental Quebrando tudo.

Gracias por traer tanta belleza al mundo.

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sábado, 13 de septiembre de 2025

Dialéctica de la mirada

El discurso que Gabriel García Márquez redactó para la entrega del Premio Nobel nos abre preguntas desafiantes, no solo sobre nuestro presente, sino también sobre la posibilidad de repensarnos de nuevo. Entre mi lectura personal y la conversación que suscitó, apareció lo que podríamos llamar la dialéctica de la mirada: esa tensión entre cómo vemos a los otros, cómo los otros nos miran y cómo nos atrevemos a mirarnos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea.

De esa dialéctica surge un interrogante: ¿cómo a través de la educación podemos ensanchar la mirada? ¿Qué implica pensar tanto en lo que vemos como en lo que nos ve, en lo que abre o cierra la mirada, en el ver con los ojos abierto o cerrados y en lo que aparece cuando miramos hacia adentro? La lucidez, la claridad y la profundidad son concreciones de la expansión de la mirada, mientras que una mirada estrecha y simplificada reduce el mundo a dos dimensiones, a meros esquemas que empobrecen la experiencia y las relaciones.

Conviene subrayar que lo que vemos nunca es inocente ni neutral: no todos vemos lo mismo. Nuestra mirada está matizada por creencias y valores, por la historia y los territorios que habitamos, por las culturas que nos atraviesan, por el inconsciente colectivo y también por nuestra singularidad irrepetible. Preguntar por la mirada implica a la par, interrogar nuestros intereses y marcos de relevancia, reconocer aquello en lo que el mundo nos toca e interpela. Supone también trabajar los sesgos y prejuicios que nos limitan, y abrirnos a la posibilidad de ver con los ojos de los otros: los de quienes nos rodean, los de múltiples culturas y sus sabidurías. Solo así podremos nutrir, desde nuestras diferencias, la experiencia colectiva de la humanidad.

La manera en que miramos nunca es solo individual: toda mirada es también colectiva y política, porque exige pensar cómo interpretamos la realidad en común. Aquí la reflexión adquiere otro tono: interpretar no es solo descifrar, sino también ponernos de acuerdo —y aprender a habitar nuestros desacuerdos— para actuar frente a las circunstancias y desafíos que nos arroja el mundo.

Este desafío se vuelve aún más urgente en el presente. Mientras el pensamiento lógico y proposicional amplía sus posibilidades de combinación y cómputo a través de la inteligencia artificial, necesitamos fortalecer otras dimensiones del pensar. El pensamiento dialéctico y sistémico se torna crucial: no basta con producir enunciados o respuestas. Lo que necesitamos son movimientos del pensamiento, que nos conduzcan a comprensiones más profundas y a una movilización más consciente de la energía disponible como voluntad creadora.

En este horizonte, educar la mirada se convierte en una tarea pedagógica fundamental. Podríamos enunciar tres claves fundamentales para ello:

1. La clave intercultural. Ampliar la mirada significa descentrarnos, abrirnos a lo que habitualmente ha sido invisibilizado, silenciado o marginado. En términos curriculares, se trata de aprender a leer el mundo en clave de sur a norte y de norte a sur, de oriente a occidente y de occidente a oriente, entendiendo que los saberes, artes, filosofías y cosmovisiones de las culturas no son meras curiosidades ni “modelos a seguir”, sino aportes vivos a la humanidad. Es parte de la educación ampliar las formas de ver el mundo y, a su vez, revitalizar los saberes propios —andinos, amazónicos, afroamerindios, africanos, árabes— eclipsados por el eurocentrismo, para que entren en diálogo creativo y crítico con otros legados.

2. La clave dialéctica. Ampliar la mirada no es solo un asunto de contenidos, sino también de método. Implica ejercitar un movimiento constante entre contradicciones y asuntos opuestos, evitando tanto el dogmatismo (una verdad absoluta) como el negacionismo (falsear verdades con relatos) o el escepticismo ingenuo (suponer que todas las verdades pesan lo mismo). La dialéctica nos dispone a las síntesis creativas, fruto de tensiones reales, que permiten avanzar sin clausurar la complejidad.

3. La clave de la escucha. Para ampliar la mirada, debemos aprender a escuchar voces distintas de las nuestras, a conversar en la diferencia y a cultivar una escucha compasiva.. Escuchar lo que no encaja en la cultura dominante: a las personas neurodivergentes, a los ecosistemas, a la crudeza de nuestra historia actual, al outsider, al malandro, a quienes habitan los márgenes y viajeros entremundos. Incluso las voces que más nos incomodan. Porque allí, en lo rechazado, puede estar un fragmento de sabiduría que necesitamos para madurar como humanidad y crear una cultura capaz de acoger, sin violencia, una pluralidad mucho más amplia de vidas, perspectivas y visiones de mundo.

Ampliamos la mirada, entonces, no solo para ser más solidarios con las perspectivas ajenas, sino también para reconocer que la nuestra es apenas un punto de vista, condicionado por los privilegios o la ausencia de ellos. Enseñar y aprender a mirar de este modo no es un lujo, pero se puede entrenar como cualquier oficio: es quizá la tarea más urgente de nuestro tiempo. Una pedagogía de la mirada que, entre la dialéctica, la interculturalidad y la escucha profunda, nos permita regenerar vínculos, sostener la pluralidad y abrir horizontes de humanidad compartida.

Este mismo ejercicio, en el que partimos de la palabra de Gabo y llegamos a preguntas pedagógicas y políticas, es ya una muestra del pensar categorial según la propuesta de Zemelman. Se trata de una danza: comienza en la realidad concreta que nos interpela, se abre a un marco que provoca, pasa por la elaboración interna donde surge lo emergente y las preguntas, se despliega en una exploración conceptual y experiencial, y regresa a lo concreto: a cómo todo esto se traduce en nuestra vida, en la práctica pedagógica o en el espacio cotidiano. Tal vez educar la mirada, desde el pensar categorial, sea justamente aprender a bailar con lo inédito: a no quedarnos repitiendo lo dado, sino a crear posibilidades nuevas para habitar el mundo.


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jueves, 11 de septiembre de 2025

Reflexiones sobre educación para la paz (parte I)

Ayer, al conversar sobre paramilitarismo y violencia urbana en el programa radial Pázala Voz, pregunté a los invitados qué aspectos serían necesarios en contextos educativos para cuestionar y transformar la conducta cruel y violenta de la extrema derecha, tan arraigada en amplios sectores de la población. Muchos señalaron soluciones externas y acciones sociales; pocos advirtieron la importancia de los esquemas simbólicos e interiores. A mi parecer, cuando se omiten estas dimensiones, los análisis y las políticas quedan sesgados y las acciones transitan caminos ya conocidos y bastante predecibles. Intuyo que, frente a las nuevas derechas —y también ante ciertas viejas izquierdas—, no basta con comprender discursos y gestos; es necesario descifrar la maquinaria inconsciente que los sostiene y las fuentes ocultas de donde extraen su energía. 

Para que la educación se convierta en un genuino espacio de pensamiento crítico, no basta con transmitir contenidos, repetir discursos o entregarse a la deconstrucción infinita y abstracta; debe viajar hacia los imaginarios, los afectos y los deseos colectivos, solo así puede tocar y complementar aspectos esenciales del problema. De no hacerlo, afrontaremos las crisis que se avecinan desde los mismos lugares comunes, como si repitiésemos siempre los mismos errores. Quizá esta incapacidad de pensar de manera más sistémica, dialéctica y situada, no sea solo un problema de análisis externo; también refleja cómo nuestra educación funciona, cómo están aún las disciplinas compartimentadas, cómo nos relacionamos con el pensamiento y cómo aprendemos a relacionarnos con los conflictos, con la realidad y con nosotros mismos. 

Me surge finalmente esta pregunta: ¿De qué manera la educación puede transformar el legado simbólico de la violencia que persiste en la mente y en los hábitos de las víctimas y también de los victimarios? La educación para la paz no puede limitarse a los actos visibles; exige comprender también los valores, los imaginarios, las narrativas que legitiman o justifican la violencia en quienes la han sufrido y en quienes la han ejercido. Este legado es complejo: miedo que paraliza, deshumanización del otro, la figura del enemigo interno, del chivo expiatorio, la relación con las contradicciones y el caos, hábitos de dominación y creencias sobre el orden social que se han interiorizado y naturalizado. Transformarlo requiere un acto de brujería simbólica, un análisis compartido y profundo, un gesto que haga consciente lo inconsciente, que ilumine aquello que permanece en la sombra de sus prácticas. Y que, al hacerlo, permita abrir un espacio donde la memoria, la reflexión, la ética y la educación misma puedan recomponerse, y convertirse en un verdadero movilizador de transformación social.



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martes, 9 de septiembre de 2025

Qué significa hoy para mí la política?


Hacer política hoy es resistir a la crueldad.

Es recordar que aún existe imaginación,

y que en las contradicciones

se enciende la fuerza

para desobedecer

y para crear mundos.

¿Dónde habita hoy la política?

En las grietas, en los márgenes, 

en los umbrales y los ecosistemas locales,...

En acuerdos frágiles.

En los colectivos y organizaciones improbables.

En comunidades e instituciones que inventan lo que aún no existe.


Civilidad no es consenso.

Es sostener el conflicto sin volverlo guerra.

Es habitar la pluralidad sin anestesia.

Es atreverse a inventar prácticas sociales nuevas.

No necesitamos mesías.

No necesitamos paraísos perfectos.

Precisamos movimientos que transformen instituciones.

No cambiar nombres, sino arquitecturas.

Espacios donde la vida común no se reduzca a administrar conflictos,

sino a sostenerlos, incluso en la escasez de tiempo y recursos.

La política que huye del diálogo es propaganda.

Necesitamos conversación.

Escucha.

Confrontación sin trincheras.

La dialéctica,

como arte de la re-existencia.

Pensar con los otros.

Pensar contra los otros.

Para seguir juntos,

incluso en el juego.

Utopía no es un paraíso lejano.

Utopía es abrir ondas y tiempos en el presente.

paracaminar juntos

y ensayar nuevas formas de vida.


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viernes, 5 de septiembre de 2025

El arte de escuchar lo incómodo

Quisiera empezar contándoles

qué significa, para mí,

escuchar lo incómodo.

A veces se parece a unos zapatos

que aprietan y no dejan caminar con soltura.

O como cuando se cae un botón del pantalón

y uno queda, de repente, expuesto,

desnudo en medio del público.

Me cuesta escuchar mis carencias,

aquello en lo que no soy tan bueno.

Difícil prestar oído cuando mis nervios se tensan,

cuando quiero salir ganando en una conversación.


A veces me cuesta escuchar

incluso el aliento trágico del mundo:

prefiero dibujarlo, darle otra forma.


Me cansa tanto ruido y falsedad,

cuando nadie se escucha de verdad.

Me agota ver cómo personas con privilegios

se instalan en el lugar de las víctimas.

Me dificulta a veces conversar con quienes piensan diametralmente 

opuesto a mí…

aunque a veces lo intento,

trato de adivinar de qué canción vienen

e improvisar una melodía común.


Escuchar lo incómodo

es ese roce con lo que nos incomoda del otro y de nosotros mismos.

Es dejarse tocar por lo que no quisiéramos oír.

Y sin embargo, ahí está la semilla

de algo más profundo:

la posibilidad de crecer, de moverse de lugar,

de abrir una narrativa distinta.


Evidentemente, lo incómodo nos enfrenta

con nuestras sombras, con lo que escondemos, con lo que negamos;

nos confronta con nuestras heridas,

con la violencia acumulada,

con las contradicciones que llevamos a cuestas.


Escucharlas no es sencillo:

nos desarman, nos descentran,

nos invitan a entrar en un territorio sin mapa,

un espacio de pura fertilidad,

como crece la semilla en tierra oscura.


Y aunque estas ideas son patrones universales,

también la escucha difícil se cuela en mi vida cotidiana.

Hace poco, pensando en esto, sentí

que muchas cosas que me incomoda escuchar

tienen que ver con momentos de fragilidad personal:

cuando no estoy bien económicamente,

cuando no tengo tiempo,

al aceptar mis propias limitaciones,

cuando pierdo la vitalidad,

cuando me reducen a una escena, a un rol,

cuando me dicen que nada se puede hacer.

Me afecta escuchar a alguien hablar con superioridad moral,

decirle al otro qué está bien y qué está mal.

Me conflictúa la narrativa de “nosotros los buenos y ellos los malos”,

eso me da un escozor profundo,

como si una corriente fría recorriera mi espalda

y me recordara que la incomodidad no siempre se puede evitar,

que mirar lo que duele es también mirar quién soy.


Me cuesta encarar los conflictos en mis relaciones.

Acoger el llanto.

Me incomodan las mentiras, las tensiones, la hipocresía.

Me dan ganas de aislarme.

He notado mi manera evasiva de asumir lo complicado,

y confieso que quisiera cambiarlo.

He venido aprendiendo

la importancia de escuchar lo incómodo

no como un castigo, sino como un arte.

Un arte que nos conecta con nuestra vulnerabilidad,

con lo más humano,

y así descubrirnos que estamos vivos.


Escuchar lo incómodo

es abrir una grieta en la pared, en el vacío,

en ese espacio de tartamudear.

Nos vuelve más frágiles, sí,

pero también más reales.


Quiero encontrar dulzura

en este ardor que estoy sintiendo,

en saber que para estar con el dolor,

necesito del Eros

que trae mis palabras y mis silencios.


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