miércoles, 5 de noviembre de 2025

Justicia y fragilidad

La salud mental, tan íntimamente ligada a las condiciones sociales, suele ser invisibilizada por las instituciones de justicia. Cuando el sufrimiento psíquico es leído solo como desviación o patología, y no como síntoma de un entramado de desigualdades y exclusiones, el juicio se convierte en una nueva forma de violencia. En estos márgenes donde la vida se desborda, el derecho y la moral suelen volverse ciegos a la fragilidad humana.

La película Saint Omer, de Alice Diop, revela con crudeza esa ceguera. En el juicio a una mujer migrante acusada de asesinar a su hijo, se despliega no solo la tragedia individual de una madre sola, atravesada por el racismo, la pobreza y el aislamiento, sino también la miseria simbólica de una justicia que opera sin escucha ni contexto. Cada palabra del interrogatorio resuena como una condena anticipada; las instituciones parecen incapaces de reconocer el dolor, la locura o la desposesión que habitan tras el acto. Lo que se juzga no es solo un crimen, sino una forma de ser mujer, madre y extranjera en un mundo que no ofrece refugio.

Frente a esa mirada punitiva, necesitamos imaginar una justicia más enriquecida y sistémica, donde la comprensión del delito no recaiga solo en jueces y abogados, sino también en equipos interdisciplinarios —psicólogos, trabajadores sociales, psiquiatras, psicoanalistas, terapeutas somáticos y ocupacionales— capaces de valorar integralmente al detenido (Lamberti, Kamin & Weisman, 2022). Si los sistemas judiciales cruzaran información con los de salud y educación, podrían detectar patrones estructurales de trauma, exclusión o pobreza que anteceden muchos delitos. Así, la justicia dejaría de ser un aparato que reacciona para volverse una fuente de diagnóstico social, un espejo donde podamos leer las fallas colectivas que incuban la violencia.

La justicia restaurativa propone ese horizonte. No se trata solo de reparar el daño, sino de comprenderlo. Escuchar la historia del victimario, su fragilidad, sus carencias y exclusiones, puede abrir un camino de transformación tanto para él como para la sociedad. Si la justicia se atreviera a escuchar como escucha la cámara de Saint Omer —con el temblor de quien se deja afectar por lo que no entiende—, podría abrirse a una ética más relacional y transformadora. Quizás entonces el derecho no sería solo un mecanismo de control, sino una práctica de cuidado y de verdad.

Frente a esa mirada punitiva, la justicia restaurativa propone un horizonte distinto. No se trata de negar la responsabilidad, sino de transformarla en posibilidad de reparación y de aprendizaje colectivo. En lugar de encerrar y castigar, escucha, comprende y acompaña. Reconoce que el daño nunca es individual, sino que emerge de vínculos rotos, de contextos que enferman, de sistemas que excluyen. Desde esta perspectiva, el juicio podría volverse un espacio de humanidad compartida, donde el sufrimiento deje de ser silenciado y se vuelva fuente de comprensión.

Si la justicia se atreviera a escuchar como escucha la película —con el temblor de quien se deja afectar por lo que no entiende—, podría abrirse a una ética más relacional y transformadora. Quizás entonces el derecho no sería solo un mecanismo de control, sino una práctica de cuidado y de verdad. Saint Omer nos recuerda que detrás de cada acto incomprensible habita una pregunta por la humanidad común, y que el sentido más profundo de la justicia no es dictar sentencia, sino restaurar la posibilidad de comprendernos y cuidarnos mutuamente.

Promoting Mental Health and Criminal Justice Collaboration Through System-Level Partnerships. Frontiers in Psichiatry (2022)  Leer Aquí. 

 

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