miércoles, 21 de octubre de 2015

Salida a la montaña compartida.

“Se viven momentos de alegría inolvidables, compartir la vida, las sonrisas, la variedad de climas, las ventanas del alma, el fuego sagrado de la amistad”


 Un acercamiento a la naturaleza para fortalecer nuestra conciencia de interdependencia con las tramas de la vida y afianzar los lazos de amistad que nos permiten descubrir en la experiencia, formas sostenibles de estar juntos, de aprender unos de otros y de vivir en comunidad.

Nos dimos cita en la estación tercer milenio a la 6:30 am para empezar nuestra travesía. Todo estaba listo para subir a la montaña, atravesar páramos y descubrir en la amplia gama de colores inmensidad de formas de vida. El cielo despejado, augurando un bonito día, el viento suave acompañando la mañana. A la subida contemplamos pequeñas cosas que aparecen en el entorno, unas hojas grandes de lulo con pintas violeta intenso, el cráneo de una vaca, el perfil de la montaña, el musgo flotante en las rocas y los sonidos de los pájaros.

Caminamos a una fuente donde discurre el agua para iniciar con una meditación colectiva. Al estar todos juntos conectados en un solo corazón y enraizados en la tierra, aparecieron dos ardillas, que nos acompañaron con su belleza nuestro canto. Fue un momento mágico. Hicimos un ejercicio en parejas de observar los ojos, las ventanas del alma. Después de esto, salimos a recoger leña para el almuerzo, cortando ramas de un árbol que yacía en el suelo.

Un momento especial para saludar a las vacas y caballos que vibraban de alegría. Posteriormente nos acercamos a las huertas para compartir las plántulas que cada uno había traído, yerbabuena, toronjil, fríjol, curuba, lechuga, acelgas, aguacate, sábila y flores, entre otras. Antes de sembrar y darle forma a la huerta, conversamos sobre las propiedades nutritivas y medicinales de las plantas y de la importancia en los procesos de formación con los niños y niñas de tener un vínculo directo con las cosas vivas,  con los bienes comunes que evolucionan y nos proveen salud y bienestar. La siembra es una buena oportunidad para retribuir a la tierra, acercarse con amor a la naturaleza, honrar nuestras relaciones y abrir un espacio para meditar lo que queremos sembrar y cosechar en nuestras vidas.




 Pasada la siembra cae del cielo un rocío que refresca todo lo sembrado y sale un sol que acompaña el tiempo de minga para la realización del almuerzo. Se hicieron 3 grupos, los guardianes del fuego, del alimento y del aseo. Los primeros prendieron un fuego hermoso, que logró sostener el delicioso sancocho que nos comimos. Como los de aseo tenían su actividad hasta el final, hicieron un círculo de palabra leyendo apartes de un libro de poesía indígena que llevaba. La conversación estuvo vital y profunda. Al finalizar la tarde, hicimos un cóctel de cierre y cada uno en una hoja plasmó con escritos y dibujos el valor de la experiencia compartida.

Como hallazgos fortuitos sucedieron los momentos de magia y de alegría, y constatamos que cuando la atención está despierta y estamos profudamente receptivos, la relación con la naturaleza puede ser un bálsamo para el cuerpo, las emociones y el alma. El milagro de la vida está en despertar a las conexiones vitales, a nuestro propósito y a incubar una libertad expansiva y amorosa.
Las pedagogías vivas introducen experiencias compartidas que logran mover las emociones a tal punto que la siembra de cada participante se agita en varias direcciones. Los rituales ofrecen una gran oportunidad para el crecimiento colectivo, para el tejido de una energía de amor que resuena en todos los corazones.





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