sábado, 15 de noviembre de 2025

Sobre los roles y arquetipos

ROLES

Los roles, según el enfoque psicosocial de Pichón Riviere, son funciones existenciales evolutivas: cambian con el tiempo, la edad y el grupo social al que pertenecemos. Son modos en que el alma se vuelve funcional y un regalo para una comunidad; representan formas encarnadas, estilos de vida, funciones que sostienen la experiencia de estar juntos, predisposiciones, actitudes e inclinaciones que emergen en la interacción. Desde una perspectiva filosófica y psicoanalítica —más cercana a Carl Jung y Alexander Bard— los arquetipos pueden entenderse como funciones existenciales simbólicas, condensaciones míticas de una energía, una disposición y una manera profunda de ser.

Cada rol y cada arquetipo está hecho de los dones que traemos al mundo, y la comunidad es el lugar donde esos dones encuentran su cauce, su resonancia y su mezcla. Si bien podemos desempeñar múltiples roles, siempre habrá algunos que emergen con mayor espontaneidad, aquellos que se nos dan con facilidad, fluidez y gozo, y otros que realizamos con mayor esfuerzo o que sólo aparecen en ciertas circunstancias.

He venido aprendiendo que para la construcción de comunidades de aprendizaje —y es extensible a la creación de proyectos— es esencial reconocer el rol que cada persona encarna: aquello que se le da naturalmente —sus intuiciones, gestos espontáneos, modos de cuidar, pensar, crear o resolver. Estos no son simples habilidades técnicas: son los dones del alma, energías profundas que cada uno trae para ofrecer al tejido comunitario. Y, como señala la teoría de Pichón Riviere, en comunidades saludables los roles circulan, no se cristalizan.

Un buen líder o maestro —un genuino creador de comunidades— sabe integrar la heterogeneidad de roles y arquetipos en una tarea común. Reconoce que cada rol es una expresión singular del alma colectiva y comprende que las funciones no son posiciones fijas, sino movimientos, energías que se activan o se retraen según las necesidades del grupo.

Si queremos reconocer nuestro arquetipo principal, es decir, descubrir nuestro rol protagónico, es indispensable ponernos en relación con otros. Igualmente, si queremos comprender nuestra masculinidad y deconstruirla y reconstruirla en sus matices y contradicciones, debemos situarnos entre hombres: allí aparece lo que rechazamos, lo que nos espeja, lo que nos duele, los arquetipos inspiradores en personas mayores y lo que intuimos como nuestro rol fundamental. Es en comunidad y entre diferentes donde el arquetipo, con sus luces y sombras, queda expuesto. 

LOS 4 ROLES PRINCIPALES (Según Pichón Riviere)

Según la teoría del Grupo Operativo de Pichón Riviere, los cuatro roles principales funcionan como órganos simbólicos de la comunidad. Estos roles no son personas: son funciones simbólicas y si bien el texto describe 4 roles paradigmáticos, sabemos que las variantes pueden ser innumerables. 

1. Líder → Ordena, orienta, sintetiza, vehiculiza la tarea.

2. Portavoz → Expresa lo que el grupo aún no puede decir.

3. Chivo emisario → Recibe las proyecciones, carga lo que el grupo no integra.

4. Saboteador / Opositor → Introduce lo que falta, la crítica necesaria, la tensión que permite movimiento.

ROLES EN CADA TIEMPO DE LA VIDA

En la infancia exploramos múltiples roles: el niño juega a ser líder, explorador, saboteador, narrador, héroe o fugitivo. La infancia es un laboratorio de la subjetividad, un espacio para ensayar formas, crear mundos posibles y expandirnos en muchas direcciones. La adolescencia amplía esa exploración y la vuelve pública: los roles empiezan a convertirse en símbolos identitarios, aún con gran plasticidad. Podemos pasar de poeta a rebelde, de rockero a salsero, de punk a hippie, de guía y líder social a ermitaño. En la adultez, la institucionalización del tiempo —trabajo, rutinas, productividad— y la contractualización de relaciones tiende a congelar la plasticidad. Muchos adultos quedan encerrados en unos pocos roles fijos: el que exige el trabajo, el que demanda la familia, el que aprendieron a sostener por repetición. La precariedad de espacios comunitarios de aprendizaje y la falta de escenarios de apoyo mutuo y de creación colectiva reducen las posibilidades de movimiento y transformación. Sin comunidad, el adulto queda atrapado en identidades rígidas.

Por el contrario, en espacios de pertenencia, contención y amistad entretejidos, los roles vuelven a circular y la vida recupera su plasticidad.

LOS 7 ROLES SEGÚN SHAKESPEARE

Shakespeare describe en algunas obras “los siete roles” consecutivos que juega el ser humano a lo largo de su vida: el Infante, el Estudiante, el Amante, el Guerrero, el Juez, el Payaso y el Segundo Infante. Arquetipos que se repiten a lo largo de la historia humana.

En mí habitan múltiples roles que despiertan, se transforman y a veces mueren a lo largo de mis ciclos vitales. Lo he comprendido con los años, cuando un rol muere, no desaparece del todo; lo que muere es el cuerpo que lo contenía. El arquetipo —esa forma profunda— reencarna más adelante en un nuevo gesto, un nuevo cuerpo, una nueva versión de mí. Así vuelve a la vida.

El Infante fue el primero: ese que aún vive en mí explorando el mundo con la curiosidad que creció gracias a quienes me cuidaron y a la cultura que moldeó mis valores y horizontes. Volver a mi infancia es historizar cada uno de estos roles, recordar las experiencias que me marcaron, mis miedos y mis asombros.

Recuerdo a los diez años, en una prueba de natación, lanzándome para flotar en una piscina de más de cinco metros. Algo en mí emergió con fuerza. Ese arquetipo del que se atreve murió y renació muchas veces después. También recuerdo la envidia hacia mi hermana recién nacida, que me llevó a inventar excusas para reclamar atención, y la torpeza del truco de magia que terminó en hospitalización: cada experiencia fue un rito de paso, una muerte y una reencarnación del arquetipo.

Luego aparecen mi Estudiante, mi Amante, mi Guerrero, mi Payaso y mi Juez, hasta que finalmente surge el Segundo Infante, una segunda adolescencia donde todo puede recomenzar, donde la vida nos ofrece nuevos comienzos.

Comprender los roles y arquetipos no es un ejercicio teórico, sino una práctica espiritual y comunitaria: una forma de honrar lo que el alma quiere ofrecer y lo que la comunidad necesita recibir. Cada rol es un regalo que no nos pertenece del todo; somos su estación de paso, el cuerpo donde toma forma durante un tiempo. Luego, cuando su ciclo termina, el arquetipo sigue su viaje y se reencarna en otros cuerpos, otras edades, otras historias.

La vida se convierte en un tejido donde mis distintas versiones dialogan entre sí. Cada uno llega con un don y se retira con una enseñanza. Es en comunidad donde esas transformaciones se vuelven más nítidas, más vivas y más fecundas.

Quizá ese sea el gesto más humano: reconocer que estamos hechos de múltiples vidas dentro de una sola, de muertes pequeñas que abren caminos, de arquetipos que viajan a través de nosotros como mensajeros de algo más grande que nuestra biografía. Cada muerte simbólica es un regalo de la vida misma: una invitación a encarnar de nuevo, a renovarnos y a ofrecer a la comunidad otra forma de nuestro alma.

Porque, al final, los roles y arquetipos no son solo herramientas para comprendernos: son los regalos que traemos para compartir, los modos en que contribuimos al mundo y las formas en que dejamos huella en los otros. Lo que permanece no es el personaje, sino el gesto; no es la identidad, sino la energía; no es el cuerpo del rol, sino el arquetipo que, una y otra vez, encuentra en nosotros un lugar para volver a nacer.

Bonus track. 

Se habla mucho del buen vivir, pero poco del buen morir. Tanto unos como otros necesitan estar acompañados de rituales de iniciación y de paso, de transición, rituales para acompañar nuestras propias muertes y renacimientos, los ciclos como lidiamos con la pérdida y la falta. Necesitamos acompañar las generaciones presentes y futuras a lidiar con sus propios límites existenciales ante la inquietante presencia de fuerzas como la necesidad, el deseo, el poder, la finitud, la incertidumbre y el ocaso del significado. Esta ignorancia de la población en abordar estas realidades es algo que para mi resulta importante de profundizar y que resuena por estos días….porque como sociedad necesitamos mejores herramientas, rituales y espacios para el buen morir y confrontamos con la pérdida. Es quizá parte de los bienes comunes que necesitamos cuidar y recoger inspirándonos de las sabidurías, espiritualidades, místicas, religiones para aprender a morir bien… a dejar una parte de nosotros y dejar un rol que se nos ha asignado como sociedad… Espacios para limpiar, afinar la brújula y el propósito, sanar y transformar e intentar comprender nuestras apocalipsis y revelaciones. 

La pregunta que me queda entonces es ¿Cómo podemos aprender a morir bien —a soltar lo que ya cumplió su ciclo, a dejar roles, máscaras e identidades— para renacer más conscientes y profundamente conectados con nosotros mismos, la vida y con la comunidades a las que pertenecemos?


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