He venido pensando que la simple confrontación con las verdades desgarradoras del conflicto en Colombia no basta para activar al sujeto y sus realidades. El horror, por sí solo, no moviliza. Para que el pensamiento se ponga en marcha y la acción situada emerja, se necesita una especie de horizonte, un proyecto compartido, una imaginación política y una inteligencia colectiva que permita transformar lo heredado en lo posible.
También veo que escuchar verdades dolorosas mediante fotos, libros, audios, videos o archivos es distinto de recibirlas en diálogo directo con quienes han vivido la violencia. En la presencia del otro, la palabra cambia: escuchamos, preguntamos y somos cuestionados por esa experiencia viva. Si queremos que la memoria sea un espacio de empatía y reconocimiento, debemos propiciar estos encuentros en los procesos formativos.
Pero la memoria no es una solución universal. Existen excesos, prácticas memoriantes que se repiten sin producir sentido, palabras que pierden fuerza por su uso ritual. Recordar no siempre ayuda a superar el pasado; a veces lo fija, impidiendo que pase.
Aquí aparece lo que podría llamarse una consciencia post-trágica. No niega el dolor ni lo trivializa, pero tampoco lo convierte en destino. Propone ir más allá del sufrimiento como única referencia. Las víctimas no son solo víctimas: no quieren ser reducidas al evento que las marcó, ni volver sin fin sobre sus dolores. Necesitan espacios donde su subjetividad no quede atrapada en el trauma.
Una consciencia post-trágica, entonces, no borra la memoria del conflicto, pero tampoco permite que el dolor se vuelva el centro absoluto del relato nacional. No es olvido; es evitar un duelo sin fin. Reconoce memorias necesarias, pero también los riesgos de su exceso, deja de sacralizar el trauma para abrir posibilidades de convivencia, aceptando zonas grises, responsabilidades compartidas y procesos de reparación que no exijan destruir al otro.
Más que levantar monumentos de la memoria, necesitamos espacios de conversación crítica y creación colectiva. No lugares para repetir lo ya dicho, sino para pensar lo aún no pensado e imaginar el porvenir., Que la memoria sea un punto de partida, no un lugar de detención. Si Colombia quiere otra forma de ser consigo misma, habrá que sostener el dolor sin convertirlo en identidad, y habilitar espacios donde la memoria no sea una frontera, sino un punto de partida hacia lo que todavía podemos llegar a ser.
La constelación de lo post-trágico quizá podría estar vinculado a estos 3 momentos que están plenamente conectados.:
Kátharsis: sentir y reconocer el dolor. (desahogo y descarga emocional)
Phrónesis: comprender qué hacer con el dolor (discernimiento, sabiduría práctica, momento que integra experiencia y sensibilidad)
Praxis/Poiesis: acción transformadora, respuesta creativa y una forma de crear nuevas formas de vida que no estén gobernadas por la herida.
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