sábado, 22 de noviembre de 2025

La seguridad como cuidado

¿Cómo se hace un país emocionalmente seguro para que no necesite salvadores y líderes autoritarios?

Primero: desmontando el truco. La seguridad como cuidado es una inversión conceptual que implica transformaciones profundas: cambia el repertorio del control, el castigo y la vigilancia por aquello que realmente sostiene la vida.

Un país emocionalmente seguro no nace de un decreto, una ley, se teje capa a capa, desde lo psicológico, la crianza hasta la ciudad, desde la economía hasta las instituciones educativas y culturales. Una sociedad así no corre azarosa a los brazos del “salvador” de turno: aprende a sostenerse sola.

En clave analítica, articulando diferentes dimensiones podríamos tener en cuenta:

Psicológico: seguridad como regulación emocional colectiva, adultos capaces de no reaccionar desde el pánico.

Crianza: infancia acompañada, no disciplinada con terror; vínculos que enseñan que el otro no es amenaza.

Economía: estabilidad mínima que permite planear la vida; protección frente a la precariedad que produce ansiedad social.

Vivienda: hogar como derecho, no como privilegio; un lugar donde poder “volver” sin que la vida sea una intemperie constante.

Educación: aulas que reconocen, no avergüenzan; aprendizaje sin humillación, sin competencia cruel.

Política: instituciones que no manipulan el miedo; gobiernos que no se erigen como salvadores, sino como servidores del bien comun.

Derecho a la ciudad: espacios que invitan a habitar, no a esconderse; seguridad como convivencia, no como desconfianza.

La seguridad aparece cuando cada nivel —la mente, el hogar, la economía, la escuela, el barrio, el Estado— deja de producir miedo crónico y empieza a generar dignidad, estabilidad y reconocimiento.

La seguridad no son muros ni sirenas. No son ataques, cámaras y más armas, menos acabar con el enemigo real o imaginado, ni menos la apelación a guerras justas. Es sentirse acompañado, sostenido y potenciado. Es ampliar el cuidado en muchas de las escalas donde vivimos.

Es transformar el miedo en responsabilidad compartida, no en venganza. No necesitamos enemigos imaginarios: necesitamos adversarios legítimos.

Lo que daña se impugna; la persona se reconoce.

Firmeza frente a la violencia, cuidado radical frente al dolor.

La violencia no cae del cielo: la fabrican patrones, estructuras, decisiones colectivas. Por eso, impugnar lo que destruye es también reparar el tejido de la vida.

Activar la empatía, cultivar dignidad, fortalecer capas profundas de sentido: eso es seguridad. Eso es justicia. Eso es un país que no necesita autoritarismos para sentirse protegido.

Pequeños actos. Grandes cambios. Palabras que escuchan. Instituciones que sostienen. La seguridad, al final, es un juego colectivo de cuidado, justicia y compasión.


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viernes, 21 de noviembre de 2025

14 proposiciones sobre el pensar

1. No todo debe volverse objeto de reflexión: hay realidades que solo se dejan tocar por dentro, como si exigieran ser vividas antes que pensadas.

2. No siempre se piensa mejor pensando más; a veces pensar es soltar, dejar que fuerzas más antiguas que la razón nos atraviesen, nos desarmen y abran otras formas de lucidez.

3. Hay escenas que no admiten distancia: nos llaman, nos reclaman, nos exigen la piel, el cuerpo, la presencia; solo se comprenden participando.

4. El pensamiento tiene potencia simbólica y oracular: es, hoy, un arte profético que opera por resonancia y se expresa como filamento poético.

5. Pensar no surge de la seguridad, sino del temblor, de la fisura, de la grieta, de la herida, de la carencia, de la pérdida y de la disconformidad que rompe la inercia.

6. En el proyecto vital, el pensamiento deviene entrenamiento de la voluntad y de la imaginación: músculo de sentido, disciplina de libertad.

7. Cuando no toca tierra, hogar, vínculo, ni obra social, el pensamiento se desvincula; flota sin rumbo y se vuelve refugio para huir de la vida.

8. Pensar exige profundidad: hacer preguntas que perforan la superficie y descienden hasta el fondo móvil de las cosas. Pensar es ampliar el campo del asombro.

9. El pensamiento no es solo labor de la mente: es carne, emoción, arquetipo, memoria fisiológica, atmósfera cultural, cicatriz familiar. Pensar es también sentir, y sentir es también comprender.

10. Pensar se vincula con un gesto de madurez y cuidado: hacerse cargo, asumir la propia potencia y fragilidad, responder por lo que vemos y también por lo que evitamos ver.

11. El cuerpo es territorio del pensamiento: cuando se contrae, la mente se endurece; cuando se flexibiliza, la mente aprende a escuchar.

12. Si la realidad es un tejido de relaciones, transformarla exige transformar los personajes, máscaras y roles que encarnamos, así como las escenas donde configuramos nuestra vida.

13. Las ideas no pueden ser universales ni atemporales: deben nacer del movimiento histórico y dialéctico de lo que vivimos, del pulso concreto de los procesos.

14. Como dice Timothy Morton, las ideas son faros en la noche: iluminan, orientan y abren camino. Pero no podemos quedarnos pegados a ellas como polillas hipnotizadas; su luz es para avanzar, no para girar en círculo.

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jueves, 20 de noviembre de 2025

Programas Pázala Voz II-2025 (CEPAZ-UPN)

Durante el segundo semestre de 2025, en el programa radial Pázala Voz del CEPAZ-UPN, realicé una serie de 10 episodios dedicados a explorar distintas aristas de la construcción de paz: desde el arte y la memoria, hasta las resistencias comunitarias, ambientales y las producidas en la vida cotidiana.

Cada conversación abrió puertas, dejó preguntas y permitió escuchar voces que hoy alimentan las reflexiones del Centro de Educación para la Paz, la Memoria y los Derechos Humanos.

Estos fueron los episodios: ESCUCHAR TODOS AQUÍ

  • Hasta que amemos la vida. Un diálogo con César López sobre la potencia ética y sensible del arte —y especialmente de la música— en los procesos de paz.
  • Territorios de Paz: El caso del Melcocho. Conversación con Yeison Castro (líder social del Carmen de Viboral), Amatista del Colectivo Fieras Montañeras y Yésica Cortés del CEPAZ, sobre la defensa del territorio y las formas de cuidado comunitario.
  • Resistencias contra el olvido. Una experiencia pedagógica de la Cátedra Colectivo Caso 82 junto a Nancy García, Rosalba Campos y María Teresa San Juan.
  • Crisis Civilizatoria y Paz. Con Laura López Duplat (CEPAZ) y estudiantes de Vida Universitaria, reflexionamos sobre el colapso ecológico, la sensibilidad y las búsquedas éticas de nuestro tiempo.
  • Semillero de Arte, Comunicación y Paz. Participaron Brayan Beltrán, Natalia López, Linna María González, Alejandro Vaca, Mauricio Farfán, Gabriela Ruiz y Daniel Ramírez, compartiendo sus proyectos y luchas creativas.
  • Resistencias en el Sur Global. Una conversación con Faiq Mari, arquitecto y educador palestino, y Daniel Barrera, doctorando en estudios migratorios, sobre exilios, violencia y horizontes de emancipación.
  • Paramilitarismo y Violencia Urbana. Con Fernanda Espinosa (doctora en ciencias sociales y humanidades), Alejandro Múnevar (abogado UNAL) y Andrea Lezama (profesora e integrante CEPAZ).
  • Violencia Política y Universidad. Conversación con José Manuel González y Jymy Forero (CEPAZ), sobre los impactos de la violencia política en la comunidad universitaria.
  • Festival Universitario y Comunitario de Artes Escénicas. Con Camilo Igua Torres (CEPAZ) y las estudiantes Sofía Ardila y Tatiana, exploramos el sentido comunitario y artístico del festival.

Cada episodio es una ventana distinta para comprender cómo se siembra paz desde la palabra, la memoria, las artes, las re-existencias y las prácticas culturales.


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Semillero de Arte, Comunicación y Cultura del CEPAZ-UPN

El Semillero de Arte, Comunicación y Cultura de Paz del CEPAZ-UPN, inició sus actividades el segundo semestre de 2025 mediante encuentros semanales en los que fue tomando forma una comunidad de aprendizaje sensible, reflexiva y creativa. Para orientar el proceso compartí un ensayo a modo de ruta tentativa de formación que situó los objetivos, los enfoques y el horizonte ético–político del semillero. Este documento inicial fue enriquecido con las voces de los participantes y terminó convirtiéndose en una brújula para las experiencias que seguirían.

2 Encuentro Distrital de Semilleros en Construcción de Paz 

A lo largo del semestre vivimos experiencias sensibles en torno a la paz, construidas por los estudiantes y orientadas a explorar sus dimensiones afectivas, corporales y narrativas. Estos ejercicios abrieron conversaciones profundas y permitieron reconocer las inclinaciones, deseos y necesidades del grupo, así como los modos en que cada quien se acerca al arte, la escucha y la transformación social.

Taller de Exploración de la paz a través de las manos y sentidos

El Semillero participó también en el Encuentro Distrital de Semilleros de Paz, realizado en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, que convocó a grupos provenientes de diversas instituciones universitarias de Bogotá. Allí presentamos un póster que relataba el taller realizado por los estudiantes en el marco del curso Narrativas Sonoras para la Paz con personas víctimas del conflicto armado.


Como producto conjunto, el semillero creó y produjo un podcast, emitido posteriormente en Pedagógica Radio, donde resonaron las reflexiones construidas en los encuentros y se compartieron las voces de algunos participantes en el programa Sonidos para la construcción de paz.

Pre-producción podcast
Transmisión en vivo del podcast en pázala voz (CEPAZ-UPN)

Programa radial pázala voz realizado por el Semillero del CEPAZ.

El grupo también diseñó y facilitó un taller en el curso de Narrativas Sonoras para la Paz, dirigido a personas víctimas del conflicto armado. En este espacio profundizamos en la relación entre cuerpo, arte y escucha, investigando cómo el sonido puede abrir caminos de reparación simbólica y de memoria compartida.

Taller Narrativas Sonoras para la Paz

Taller Narrativas Sonoras para la Paz.
Taller Narrativas Sonoras para la Paz.

En las últimas sesiones del año empezamos la proyección de una investigación-creación para 2026, orientada a diseñar prácticas artísticas colaborativas entre estudiantes del semillero del CEPAZ, jóvenes de 2 colegios de Bogotá y personas privadas de la libertad en Sincelejo a través de la Corporación Universitaria del Caribe – CECAR  y a través de la colectiva mal rebaño en la Cárcel Buen Pastor (Bogotá). Esta apuesta abre un camino para conectar con movimientos sociales, colectivas que trabajan en cárceles y  profundizar en pedagogías sociales, prácticas restaurativas y experiencias artísticas que articulen educación, justicia y transformación social.

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sábado, 15 de noviembre de 2025

Sobre los roles y arquetipos

ROLES

Los roles, según el enfoque psicosocial de Pichón Riviere, son funciones existenciales evolutivas: cambian con el tiempo, la edad y el grupo social al que pertenecemos. Son modos en que el alma se vuelve funcional y un regalo para una comunidad; representan formas encarnadas, estilos de vida, funciones que sostienen la experiencia de estar juntos, predisposiciones, actitudes e inclinaciones que emergen en la interacción. Desde una perspectiva filosófica y psicoanalítica —más cercana a Carl Jung y Alexander Bard— los arquetipos pueden entenderse como funciones existenciales simbólicas, condensaciones míticas de una energía, una disposición y una manera profunda de ser.

Cada rol y cada arquetipo está hecho de los dones que traemos al mundo, y la comunidad es el lugar donde esos dones encuentran su cauce, su resonancia y su mezcla. Si bien podemos desempeñar múltiples roles, siempre habrá algunos que emergen con mayor espontaneidad, aquellos que se nos dan con facilidad, fluidez y gozo, y otros que realizamos con mayor esfuerzo o que sólo aparecen en ciertas circunstancias.

He venido aprendiendo que para la construcción de comunidades de aprendizaje —y es extensible a la creación de proyectos— es esencial reconocer el rol que cada persona encarna: aquello que se le da naturalmente —sus intuiciones, gestos espontáneos, modos de cuidar, pensar, crear o resolver. Estos no son simples habilidades técnicas: son los dones del alma, energías profundas que cada uno trae para ofrecer al tejido comunitario. Y, como señala la teoría de Pichón Riviere, en comunidades saludables los roles circulan, no se cristalizan.

Un buen líder o maestro —un genuino creador de comunidades— sabe integrar la heterogeneidad de roles y arquetipos en una tarea común. Reconoce que cada rol es una expresión singular del alma colectiva y comprende que las funciones no son posiciones fijas, sino movimientos, energías que se activan o se retraen según las necesidades del grupo.

Si queremos reconocer nuestro arquetipo principal, es decir, descubrir nuestro rol protagónico, es indispensable ponernos en relación con otros. Igualmente, si queremos comprender nuestra masculinidad y deconstruirla y reconstruirla en sus matices y contradicciones, debemos situarnos entre hombres: allí aparece lo que rechazamos, lo que nos espeja, lo que nos duele, los arquetipos inspiradores en personas mayores y lo que intuimos como nuestro rol fundamental. Es en comunidad y entre diferentes donde el arquetipo, con sus luces y sombras, queda expuesto. 

LOS 4 ROLES PRINCIPALES (Según Pichón Riviere)

Según la teoría del Grupo Operativo de Pichón Riviere, los cuatro roles principales funcionan como órganos simbólicos de la comunidad. Estos roles no son personas: son funciones simbólicas y si bien el texto describe 4 roles paradigmáticos, sabemos que las variantes pueden ser innumerables. 

1. Líder → Ordena, orienta, sintetiza, vehiculiza la tarea.

2. Portavoz → Expresa lo que el grupo aún no puede decir.

3. Chivo emisario → Recibe las proyecciones, carga lo que el grupo no integra.

4. Saboteador / Opositor → Introduce lo que falta, la crítica necesaria, la tensión que permite movimiento.

ROLES EN CADA TIEMPO DE LA VIDA

En la infancia exploramos múltiples roles: el niño juega a ser líder, explorador, saboteador, narrador, héroe o fugitivo. La infancia es un laboratorio de la subjetividad, un espacio para ensayar formas, crear mundos posibles y expandirnos en muchas direcciones. La adolescencia amplía esa exploración y la vuelve pública: los roles empiezan a convertirse en símbolos identitarios, aún con gran plasticidad. Podemos pasar de poeta a rebelde, de rockero a salsero, de punk a hippie, de guía y líder social a ermitaño. En la adultez, la institucionalización del tiempo —trabajo, rutinas, productividad— y la contractualización de relaciones tiende a congelar la plasticidad. Muchos adultos quedan encerrados en unos pocos roles fijos: el que exige el trabajo, el que demanda la familia, el que aprendieron a sostener por repetición. La precariedad de espacios comunitarios de aprendizaje y la falta de escenarios de apoyo mutuo y de creación colectiva reducen las posibilidades de movimiento y transformación. Sin comunidad, el adulto queda atrapado en identidades rígidas.

Por el contrario, en espacios de pertenencia, contención y amistad entretejidos, los roles vuelven a circular y la vida recupera su plasticidad.

LOS 7 ROLES SEGÚN SHAKESPEARE

Shakespeare describe en algunas obras “los siete roles” consecutivos que juega el ser humano a lo largo de su vida: el Infante, el Estudiante, el Amante, el Guerrero, el Juez, el Payaso y el Segundo Infante. Arquetipos que se repiten a lo largo de la historia humana.

En mí habitan múltiples roles que despiertan, se transforman y a veces mueren a lo largo de mis ciclos vitales. Lo he comprendido con los años, cuando un rol muere, no desaparece del todo; lo que muere es el cuerpo que lo contenía. El arquetipo —esa forma profunda— reencarna más adelante en un nuevo gesto, un nuevo cuerpo, una nueva versión de mí. Así vuelve a la vida.

El Infante fue el primero: ese que aún vive en mí explorando el mundo con la curiosidad que creció gracias a quienes me cuidaron y a la cultura que moldeó mis valores y horizontes. Volver a mi infancia es historizar cada uno de estos roles, recordar las experiencias que me marcaron, mis miedos y mis asombros.

Recuerdo a los diez años, en una prueba de natación, lanzándome para flotar en una piscina de más de cinco metros. Algo en mí emergió con fuerza. Ese arquetipo del que se atreve murió y renació muchas veces después. También recuerdo la envidia hacia mi hermana recién nacida, que me llevó a inventar excusas para reclamar atención, y la torpeza del truco de magia que terminó en hospitalización: cada experiencia fue un rito de paso, una muerte y una reencarnación del arquetipo.

Luego aparecen mi Estudiante, mi Amante, mi Guerrero, mi Payaso y mi Juez, hasta que finalmente surge el Segundo Infante, una segunda adolescencia donde todo puede recomenzar, donde la vida nos ofrece nuevos comienzos.

Comprender los roles y arquetipos no es un ejercicio teórico, sino una práctica espiritual y comunitaria: una forma de honrar lo que el alma quiere ofrecer y lo que la comunidad necesita recibir. Cada rol es un regalo que no nos pertenece del todo; somos su estación de paso, el cuerpo donde toma forma durante un tiempo. Luego, cuando su ciclo termina, el arquetipo sigue su viaje y se reencarna en otros cuerpos, otras edades, otras historias.

La vida se convierte en un tejido donde mis distintas versiones dialogan entre sí. Cada uno llega con un don y se retira con una enseñanza. Es en comunidad donde esas transformaciones se vuelven más nítidas, más vivas y más fecundas.

Quizá ese sea el gesto más humano: reconocer que estamos hechos de múltiples vidas dentro de una sola, de muertes pequeñas que abren caminos, de arquetipos que viajan a través de nosotros como mensajeros de algo más grande que nuestra biografía. Cada muerte simbólica es un regalo de la vida misma: una invitación a encarnar de nuevo, a renovarnos y a ofrecer a la comunidad otra forma de nuestro alma.

Porque, al final, los roles y arquetipos no son solo herramientas para comprendernos: son los regalos que traemos para compartir, los modos en que contribuimos al mundo y las formas en que dejamos huella en los otros. Lo que permanece no es el personaje, sino el gesto; no es la identidad, sino la energía; no es el cuerpo del rol, sino el arquetipo que, una y otra vez, encuentra en nosotros un lugar para volver a nacer.

Bonus track. 

Se habla mucho del buen vivir, pero poco del buen morir. Tanto unos como otros necesitan estar acompañados de rituales de iniciación y de paso, de transición, rituales para acompañar nuestras propias muertes y renacimientos, los ciclos como lidiamos con la pérdida y la falta. Necesitamos acompañar las generaciones presentes y futuras a lidiar con sus propios límites existenciales ante la inquietante presencia de fuerzas como la necesidad, el deseo, el poder, la finitud, la incertidumbre y el ocaso del significado. Esta ignorancia de la población en abordar estas realidades es algo que para mi resulta importante de profundizar y que resuena por estos días….porque como sociedad necesitamos mejores herramientas, rituales y espacios para el buen morir y confrontamos con la pérdida. Es quizá parte de los bienes comunes que necesitamos cuidar y recoger inspirándonos de las sabidurías, espiritualidades, místicas, religiones para aprender a morir bien… a dejar una parte de nosotros y dejar un rol que se nos ha asignado como sociedad… Espacios para limpiar, afinar la brújula y el propósito, sanar y transformar e intentar comprender nuestras apocalipsis y revelaciones. 

La pregunta que me queda entonces es ¿Cómo podemos aprender a morir bien —a soltar lo que ya cumplió su ciclo, a dejar roles, máscaras e identidades— para renacer más conscientes y profundamente conectados con nosotros mismos, la vida y con la comunidades a las que pertenecemos?


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viernes, 14 de noviembre de 2025

Cultura profética

"Es la propia naturaleza estética del acto de crear mundos la que obliga a cada sujeto garantizar que la narración del mundo en la que participa no termine sin aportar algo útil al florecimiento de otros actos ajenos de creación de mundos. Si este imperativo estético exige que un sujeto mienta sobre la verdad factual, que así sea. Es mejor inventar desde cero una canción del mundo que nunca existió y encomendársela a quienes vendrán tras el fin del futuro, en lugar de mantener un registro estéril de los fracasos de una época".... 

"...la cultura profética busca crear no obras individuales sino paisajes completos donde la imaginación cosmogónica de un sujeto pueda desplegarse plenamente.... 

...Existe una estrecha proximidad entre el impulso hacia el suicidio y el impulso a la profetización, por lo que mata una parte del sujeto, dejándolo en cierto modo muerto para el mundo. Pero esto no convierte la cultura profética en un himno a la autoaniquilación. La profecía y el suicidio comparten una perspectiva cosmológica similar, pero tienen diferentes programas de acción. Desean aliviar el sufrimiento de maneras opuestas. Mientras el suicidio intenta expulsar el cuerpo de una persona del mundo, la profecía le recuerda que siempre forma parte de reinos que lo superan, que siempre ha huido, que ya ha sido salvada.... incluso si uno quisiera terminar su acto antes de su cierre natural, no tendría que hacerlo con acritud, sino como jugadores que abandonan la mesa con elegancia... 

...la cultura profética ofrece otra habitación en la casa, más allá del salón de juegos y un lugar desde el cual es posible intervenir en el mundo como si siempre se regresara a él... la profecía quiere tender un puente imaginal que permita al sujeto, estancado en un estado de angustiada impotencia (ya sea política o existencial) volver a acercarse al proyecto de hacer mundo con la confianza suficiente para poder crear un nuevo paisaje de sentido donde pueda vivir. 

(Extractos del libro Cultura profética de Federico Campagna)

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martes, 11 de noviembre de 2025

El placer de juzgar

Ver un juicio es asomarse al espejo oscuro de la Ley,
donde cada espectador busca secretamente su propia absolución.
Porque en esa escena no sólo se juzga a un otro: se representa el drama interior de toda conciencia. El acusado, sentado frente a la mirada pública, encarna lo que cada uno teme que se revele —sus culpas, sus deseos, sus contradicciones. La Ley, fría y abstracta, toma cuerpo en voces humanas: la del juez, la del fiscal, la del abogado. Pero detrás de ese teatro racional se agitan pasiones antiguas: el miedo, la venganza, la compasión, la necesidad de redención.


Oswaldo Guayasamín

Quizás lo que nos atrae de los juicios no sea tanto el delito, sino la posibilidad de ver el mal hacerse visible, de contemplar cómo se intenta ordenar lo inasible: la culpa, la mentira, la fragilidad moral. En cada audiencia se escenifica el viejo mito del Juicio Final, pero trasladado al tiempo de los medios y las cámaras, donde el público —esa multitud invisible— ocupa el lugar de Dios.

Y así, mirando el proceso de otro, sentimos que participamos de una ceremonia purificadora. No somos nosotros los acusados, pero algo de nuestra sombra está siendo juzgada allí. En el fondo, asistimos al juicio para reafirmar nuestra inocencia, para convencernos de que pertenecemos al lado correcto de la Ley, aunque sepamos que, bajo ciertas luces, todos podríamos ocupar ese banquillo.

Por eso los juicios públicos fascinan: son espejos donde se reflejan nuestras pulsiones más reprimidas y nuestras ansias de justicia. Son, al mismo tiempo, confesionario y espectáculo; rito y entretenimiento; castigo y catarsis. Y mientras el veredicto se pronuncia, cada espectador, sin decirlo, espera también una palabra de alivio dirigida hacia sí:
absuelto.

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miércoles, 5 de noviembre de 2025

Justicia y fragilidad

La salud mental, tan íntimamente ligada a las condiciones sociales, suele ser invisibilizada por las instituciones de justicia. Cuando el sufrimiento psíquico es leído solo como desviación o patología, y no como síntoma de un entramado de desigualdades y exclusiones, el juicio se convierte en una nueva forma de violencia. En estos márgenes donde la vida se desborda, el derecho y la moral suelen volverse ciegos a la fragilidad humana.

La película Saint Omer, de Alice Diop, revela con crudeza esa ceguera. En el juicio a una mujer migrante acusada de asesinar a su hijo, se despliega no solo la tragedia individual de una madre sola, atravesada por el racismo, la pobreza y el aislamiento, sino también la miseria simbólica de una justicia que opera sin escucha ni contexto. Cada palabra del interrogatorio resuena como una condena anticipada; las instituciones parecen incapaces de reconocer el dolor, la locura o la desposesión que habitan tras el acto. Lo que se juzga no es solo un crimen, sino una forma de ser mujer, madre y extranjera en un mundo que no ofrece refugio.

Frente a esa mirada punitiva, necesitamos imaginar una justicia más enriquecida y sistémica, donde la comprensión del delito no recaiga solo en jueces y abogados, sino también en equipos interdisciplinarios —psicólogos, trabajadores sociales, psiquiatras, psicoanalistas, terapeutas somáticos y ocupacionales— capaces de valorar integralmente al detenido (Lamberti, Kamin & Weisman, 2022). Si los sistemas judiciales cruzaran información con los de salud y educación, podrían detectar patrones estructurales de trauma, exclusión o pobreza que anteceden muchos delitos. Así, la justicia dejaría de ser un aparato que reacciona para volverse una fuente de diagnóstico social, un espejo donde podamos leer las fallas colectivas que incuban la violencia.

La justicia restaurativa propone ese horizonte. No se trata solo de reparar el daño, sino de comprenderlo. Escuchar la historia del victimario, su fragilidad, sus carencias y exclusiones, puede abrir un camino de transformación tanto para él como para la sociedad. Si la justicia se atreviera a escuchar como escucha la cámara de Saint Omer —con el temblor de quien se deja afectar por lo que no entiende—, podría abrirse a una ética más relacional y transformadora. Quizás entonces el derecho no sería solo un mecanismo de control, sino una práctica de cuidado y de verdad.

Frente a esa mirada punitiva, la justicia restaurativa propone un horizonte distinto. No se trata de negar la responsabilidad, sino de transformarla en posibilidad de reparación y de aprendizaje colectivo. En lugar de encerrar y castigar, escucha, comprende y acompaña. Reconoce que el daño nunca es individual, sino que emerge de vínculos rotos, de contextos que enferman, de sistemas que excluyen. Desde esta perspectiva, el juicio podría volverse un espacio de humanidad compartida, donde el sufrimiento deje de ser silenciado y se vuelva fuente de comprensión.

Saint Omer nos recuerda que detrás de cada acto incomprensible habita una pregunta por la humanidad común, y que el sentido más profundo de la justicia no es dictar sentencia, sino restaurar la posibilidad de comprendernos y cuidarnos mutuamente.

Promoting Mental Health and Criminal Justice Collaboration Through System-Level Partnerships. Frontiers in Psichiatry (2022)  Leer Aquí. 

 

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