miércoles, 14 de agosto de 2019

Los aretes que le faltan a la luna

I.

Iba en el bus al medio día y una mujer que tenía ojos grandes y saltarines, aretes largos, espalda al descubierto y una ropa oscura muy sexy, acunaba en sus manos un libro de textura aterciopelada, pasta roja y destellos morados y azules, en el lomo se dibujaba una imagen abstracta y psicodélica, parecía un cuadro que mezclaba el minimalismo de Malevich con la alegría y sensualidad de un Matisse. Decidí observarla atentamente como buscándome entrelíneas; después de mirar y mirar, no hallé imagen alguna, así que empecé a susurrar suavemente un sonido que nunca antes había cantado, esto hizo que se intensificara más la tentación y la curiosidad. Confieso que para mí es muy atractivo ver a una persona leyendo un libro y aún más en espacios públicos, suelo imaginarme cómo hierve su mente, qué se está cocinando en su cuerpo, a qué temperatura está el personaje, cuántos orgasmos ha saboreado. Así que le pregunté si podía leerme un fragmento del libro, alguna parte que le hubiera suscitado una conmoción profunda. Empezó a buscar por dentro de las páginas y no encontraba nada, se me hizo un milagro, un instante eterno. Después de un rato, levantó la mirada, miró de reojo como para bajarse de la estación, tomó una exhalación profunda y me compartió suculenta cita. Fue tan contundente lo que salió de sus labios, que quedé muy tocado y quería continuar con la historia. Le pregunté su nombre y me dijo que eso era un cuento muy extenso y que ya casi llegaba, así que prefirió retarme a adivinarlo. Después de un silencio, sonrió sutilmente hasta hacerme tener un deja vu en el cual yo era el personaje de su futura novela.

II.
Otro día iba por la estación de Santa Lucía, con destino al Portal Usme, hacía frío y era un día brumoso y sombrío. Al frente estaba sentada una chica alta y mulata de rostro indígena que lucía gorro gris, una chaqueta algodonada, blue jean claro y entubao - de esos pa meter con bolsa - y tenis blancos típicos de sudadera de colegio…cuando el vagón saltaba era muy chistoso observar como le temblaban los cachetes y se le fruncía el seño...varias veces miró furiosa de reojo al conductor como expresándole que le hiciera más suave...continué leyendo el libro que por estos día llevo de paseo en los largos trayectos bogotanos...y vino a mi mente algo que me había preguntado hace unas semanas sobre la hipersexualización de la mirada de los hombres hacia las mujeres...al bajarse la mujer del bus, un chico se despierta, dos que estaban cerca a mi puesto, simulan un gesto al mismo tiempo, una coreografía muy habitual, similar a la que hacemos cuando nos levantamos de la cama; otros que estaban a mi lado sonríen, levantando la cabeza de sus móviles y mirándose con una complicidad extraña como si fueran íntimos amigos...el colofón de la escena fue sorpresiva, un joven que llegaba amanecido, esos que aun tienen hipo de borracho grita desde el vagón de atrás, en un lenguaje abstruso y con sonrisa de Monalisa: hola tecnobebe....

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