...viajando de paseo con mi hermano por el oriente de Cundinamarca, límites entre Guayabetal-Quetame, nos encontrábamos en las inmediaciones de un lecho de un río, unas aguas cálidas y transparentes. Bajábamos por unos cerros de explorar el sonido de los pájaros, el color de los suelos y la presencia de unas esculturas de unos árboles que nunca antes habíamos visto. Estábamos muy sorprendidos por la belleza del lugar. Pasando por los recovecos de este territorio, unos niños nos saludaron con un gesto corporal que parecía una invitación a jugar. Vimos el encuentro como una bienvenida a su vereda, así que conectamos con ellos, se veían habitantes contentos, seres salvajes y libres. Fue maravilloso ver como mientras jugábamos, los rayos del Sol se filtraban por el follaje de un bosque rodeando a los niños por un arcoíris hermoso y de repente, un perro que salió de la nada, jugaba dando brincos dentro del agua. No era claro si era yo el único que veía tal colorido, o era parte del juego y todos lo sentían. Transcurrido un corto tiempo, nos despedimos de ellos y chocando las manos y guiñando los ojos en complicidad maravillosa, nos dispusimos a seguir bajando la ladera sin afanes, miedos y el halo de desconfianza propio de las personas de la grandes ciudades. Esta primera conexión hizo que toda la experiencia se llenara de una magia sinigual. Pasando por unos senderos arcillosos y ya atardeciendo, decidimos con mi hermano refrescarnos en el río...estaba fresco como la mañana y por allí jugueteaban oropéndolas, tucanes y unos pájaros de pico rojo y cuerpo azul con blanco que desconocíamos y hacían un sonido como una flor abriéndose en el interior. El río levemente nos llevaba bajo los mantos de un bosque frondoso y a pesar de no saber a dónde nos conducía, íbamos felices observando libélulas, mariposas, mariquitas, colores del cielo y formas en las nubes. Iba todo escurriendo paz, hasta que el flujo nos llevó a una tienda donde estaba un gentil hombre y una bella mujer. Preguntaron para dónde íbamos, nosotros titubeamos y decidimos dejar que la conversación fluyera sin finalidad, más bien buscando seguir el hilo que los niños nos dieron para trenzar. Compartimos aguja e hilo, silencios y asombros y al vernos tan presentes con ellos, nos compartieron historias, chistes, una que otra broma y paisajes que rodeaban el lugar.
Fue hermoso observar que la sensualidad de la mujer al hablar no tenía la intención de coquetearnos, sino que era una manera de hacernos sentir, para que disfrutáramos del lugar con el erotismo a flor de piel. Era una invitación a sentir y a percibir, no a colonizar el lugar y el juego con su cuerpo, la forma de enamorarnos y de abrir nuestros corazones. La mujer de 24 años, vestida con un overol blanco y reluciente, con ojos radiantes y piel morena, unos aretes verdes y naranja que redondeaban su rostro, nos contó de unos arroyos, lagos y de un rápido en donde salíamos volando a ras del río 3 km río abajo a mucha velocidad. Al llegar de esta experiencia, quedamos con la piel extasiada y la risa marcada, dándonos cuenta que no solo era el salto lo emocionante, sino el caminar por el río, los sonidos del lugar, lo fluido del recorrido y habitar un paisaje extraterrestre que nos hacía sentir como estar inmersos en una obra de Gaudí. Posteriormente, nos sentamos, descansamos, y la comunidad en la noche se reunió para compartir, allí hubo fuego, canto, danza, historias, chistes y música. Conocimos los líderes del lugar, los niños y niñas, abuelos y abuelas, agricultores, parteras, músicos, educadores, choferes, cocineros, insectos y curanderos. La noche fue espléndida, se sentía como giraba la tierra, la media luna nos seducía con su sonrisa y la temperatura ideal para compartir fermentos del lugar acompañado de las vivencias del día: todos aprendiendo de todos. Apenas empezaba la Aurora, todos se abrazaban, agradecían y salían para sus casas a descansar y a seguir soñando con el lugar, dando a luz como las parteras a todas las especies que allí habitaban. Al despertarme me sentí contento y a Dios jugando en mi cuerpo.
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