Ahora que ando con el hábito de ver diariamente una película con mi compañera, en el umbral entre la tarde y el anochecer, por casualidad nos acercamos con curiosidad a 2 producciones cinematográficas contemporáneas muy alabadas por la crítica internacional, que tenían por contexto a Georgia, un país desconocido para ambos hasta el momento. Georgia, fue integrante de la antigua URSS, y para que se hagan una imagen, queda entre Europa y Asia, frontera con Rusia, Armenia y Turquía.
La primera película que vimos fue Beginning, la premier de la directora Dea Kulumbegashvili y después, And then we danced, de Levan Akim, ambos realizadores oriundos de este país. La primera, es una película que arrasó en el 2020 con varios premios en el Festival de San Sebastián y que tiene como centro, el desmoronamiento emocional de una mujer, atrapada y casi paralizada por un cóctel dramático, mezcla de una infancia abandonada y vulnerada por su padre, la violencia tajante de la culpa religiosa, el machismo cultural de su pueblo y la frustración en su identidad profesional. Mediante planos largos y fijos, una estética fría y paradójicamente ardiente y distante, logra introducirnos al centro del fuego, al incendio que vemos recorrer in crescendo en todo el metraje y conforme avanza, va provocando en el espectador, además de un sentimiento de impotencia y dramática soledad, también, un halo de comprensión y compasión profunda con el personaje.
La segunda producción, es And then we danced, un drama y amor entre dos bailarines en una sociedad bastante homofóbica, todo acontece en una escuela de baile tradicional que carga con unos estereotipos muy conservadores de masculinidad. Un film con bellos planos, buen ritmo y paleta cromática y como logros, fascinante el debut de actores no profesionales y un final que te anima a seguir sembrando con arte y amor la diferencia y la dignidad en la libertad.
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