viernes, 5 de septiembre de 2025

El arte de escuchar lo incómodo

Quisiera empezar contándoles

qué significa, para mí,

escuchar lo incómodo.

A veces se parece a unos zapatos

que aprietan y no dejan caminar con soltura.

O como cuando se cae un botón del pantalón

y uno queda, de repente, expuesto,

desnudo en medio del público.

Me cuesta escuchar mis carencias,

aquello en lo que no soy tan bueno.

Difícil prestar oído cuando mis nervios se tensan,

cuando quiero salir ganando en una conversación.


A veces me cuesta escuchar

incluso el aliento trágico del mundo:

prefiero dibujarlo, darle otra forma.


Me cansa tanto ruido y falsedad,

cuando nadie se escucha de verdad.

Me agota ver cómo personas con privilegios

se instalan en el lugar de las víctimas.

Me dificulta a veces conversar con quienes piensan diametralmente 

opuesto a mí…

aunque a veces lo intento,

trato de adivinar de qué canción vienen

e improvisar una melodía común.


Escuchar lo incómodo

es ese roce con lo que nos incomoda del otro y de nosotros mismos.

Es dejarse tocar por lo que no quisiéramos oír.

Y sin embargo, ahí está la semilla

de algo más profundo:

la posibilidad de crecer, de moverse de lugar,

de abrir una narrativa distinta.


Evidentemente, lo incómodo nos enfrenta

con nuestras sombras, con lo que escondemos, con lo que negamos;

nos confronta con nuestras heridas,

con la violencia acumulada,

con las contradicciones que llevamos a cuestas.


Escucharlas no es sencillo:

nos desarman, nos descentran,

nos invitan a entrar en un territorio sin mapa,

un espacio de pura fertilidad,

como crece la semilla en tierra oscura.


Y aunque estas ideas son patrones universales,

también la escucha difícil se cuela en mi vida cotidiana.

Hace poco, pensando en esto, sentí

que muchas cosas que me incomoda escuchar

tienen que ver con momentos de fragilidad personal:

cuando no estoy bien económicamente,

cuando no tengo tiempo,

al aceptar mis propias limitaciones,

cuando pierdo la vitalidad,

cuando me reducen a una escena, a un rol,

cuando me dicen que nada se puede hacer.

Me afecta escuchar a alguien hablar con superioridad moral,

decirle al otro qué está bien y qué está mal.

Me conflictúa la narrativa de “nosotros los buenos y ellos los malos”,

eso me da un escozor profundo,

como si una corriente fría recorriera mi espalda

y me recordara que la incomodidad no siempre se puede evitar,

que mirar lo que duele es también mirar quién soy.


Me cuesta encarar los conflictos en mis relaciones.

Acoger el llanto.

Me incomodan las mentiras, las tensiones, la hipocresía.

Me dan ganas de aislarme.

He notado mi manera evasiva de asumir lo complicado,

y confieso que quisiera cambiarlo.

He venido aprendiendo

la importancia de escuchar lo incómodo

no como un castigo, sino como un arte.

Un arte que nos conecta con nuestra vulnerabilidad,

con lo más humano,

y así descubrirnos que estamos vivos.


Escuchar lo incómodo

es abrir una grieta en la pared, en el vacío,

en ese espacio de tartamudear.

Nos vuelve más frágiles, sí,

pero también más reales.


Quiero encontrar dulzura

en este ardor que estoy sintiendo,

en saber que para estar con el dolor,

necesito del Eros

que trae mis palabras y mis silencios.


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