1. Necesitamos repensar y redistribuir no solo la riqueza sino también el estatus. En las últimas décadas le hemos dado muy altas valoraciones a los famosos, los influencer, a la gente de la farándula y rica, aquellos que tienen más likes y también valoramos de sobremanera a las personas educadas, con el deterioro y desmedro por aquellas personas que tienen otras aptitudes y desarrollan labores como las de la crianza, el cuidado, las empáticas, la que hacen los mediadores, enfermeras, educadoras, sabedores, campesinos, chamanes y los que se mueven entre habilidades artesanales, siendo muchas veces éstas actividades poco reconocidas y muy mal pagas. La educación además de apelar a la justicia cognitiva que tanto se habla en el Sur-Global, debe ensamblar y re-enmarcar de nuevo lo que hacemos con la cabeza, las manos y el corazón y darle un lugar especial y protagónico en la cultura, las instituciones y en la vida cotidiana.
2. Celebro mucho que más personas puedan participar en los procesos educativos formales. No obstante, una pregunta que casi nunca nos hacemos, es que ante la coyuntura de sobreproducción de profesionales, y a que muchos después de salir no consiguen empleos, esta crisis de las expectativas y desilusiones, nos vuelca a reimaginar y rediseñar todo el proceso educativo (pensarlo más allá de los procesos de escolarización): no podemos seguir exclusivamente la ruta de formar personas para el trabajo, solo unidas por edades y disciplinas de conocimiento, la obediencia y el rigor, ni tampoco en reducir la educación a la obligatoriedad por los contenidos, a contribuir a mayores grados de inteligencia, menos en tiempos de popularización de la IA que nos puede llevar a valorar otros campos, como la ética, la responsabilidad política, la inteligencia emocional, lo espiritual y la valoración y presencia de las inteligencias no computables, la toma de decisiones en situaciones de complejidad y a valorar otras formas de aprender y conocer.
3. Uno de los desafíos de la educación es crear inteligencia colectiva, materializada en conformar equipos que trabajen juntos abordando problemas relevantes, personas que estén capacitadas para liderar procesos, mediar conflictos, emprender trabajos sociales y de cuidados, colectividades que definan las preguntas correctas, que sintonicen sobre lo qué es importante en determinado contexto y con una capacidad de comprender y colaborar en nuevas escalas; también volver a articular el cuerpo, el movimiento, lo emocional y la destreza de habilidades manuales que nos permitan ser muy recursivos en la cotidianidad y más soberanos en nuestras casas y territorios. La educación actual asociada a las lógicas del conocimiento formal y disciplinar, nos ha dejado muy precarios en las habilidades manuales y empáticas que nos sirven en la cotidianidad y en la salud de nuestras relaciones, nos ha dejado con dificultades para construir comunidades y ampliar los diálogos intergeneracionales, para pensar el presente e imaginar futuros en escala próxima y local y es por esto que la educación en todos los niveles debe ajustarse a estas necesidades y exigencias de nuestro tiempo.
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