La envidia se constituye como el principio de la falta de carácter,
que desde la miseria se va asomando hasta ser algo,
pero siempre cubriéndose, afirmando que no es nada
(Kierkegaard)
La envidia es una de las emociones más difíciles de percibir y una de las más excitantes; opera como una “admiración infeliz” y maliciosa por lo que tienen los demás, contiene en efecto malicia, algunas veces chismes y ganas de destruir la felicidad de los demás. Hablar de esta emoción es muy importante en estos tiempos porque en nuestra época todos estamos queriendo reconocimiento, llamando permanentemente la atención y compartiendo los logros y nuestros éxitos en redes sociales, cuestión que moviliza soterradamente este sentimiento y ni qué decir, de las relaciones tensas y pugnas hipócritas que se dan entre muchos de los creativos y artistas.
En los espacios donde hay exceso de competencia, sentimiento de impotencia, inferioridad o exceso de idolatría, surge a menudo la envidia que funciona como una suerte de rabia por poseer lo que otros tienen y anhelo de desear lo que no se posee.
Ahora bien, sentimos envidia sobre todo con personas afines a nosotros, a nuestros gustos e intereses, quienes están próximos en edad, lugar y reconocimiento, con quienes podemos competir. No envidiamos a quienes odiamos, sino a quienes admiramos, pero esa admiración es malevolente que se da con cierta sorna y desprestigio. La envidia se da cuando me molesta o me irrita algo que tiene el otro y esta situación se da porque lo quiero para mí. La persona envidiosa se molesta ante la satisfacción o logros de los amigos y amigas y en general personas que coinciden en muchos de sus estilos de vida. Una persona envidiosa además de ser muy competitiva (vive comparándose con los demás) a veces se trata muy duro a sí misma, vive mucho en el exterior (buscando el reconocimiento afanosamente afuera) y le cuesta tener gratitud y satisfacerse con sus logros y conquistas.
Las comparaciones (el hábito de pensar por medio de comparaciones es terriblemente perverso) y el sentido de impotencia son el punto de partida y algo donde casi siempre sale perdiendo la autoestima de las personas. La envidia es una emoción dolorosa, nubla el pensamiento, la objetividad de los hechos, daña las relaciones y nos vuelve ávaros en decirle a los otros lo bueno que son y que hacen. La envidia es un emoción que tal vez necesitamos estudiar más en nosotros, cómo opera, sentirla, reconocerla y cómo no dejarnos que nos impulse y también porque actualmente es usada mucho por las democracias populistas para crear divisiones e impulsar resentimientos entre grupos, etnias y colectividades. No podemos seguir autointoxicándonos con la envidia, una emoción que como vemos arrastra pasiones muy abyectas, es uno de los pecados capitales más raros e inconscientes y como dice la psicoanalista Klein, “ataca y daña lo bueno, la fuente de vida… busca el placer en la destrucción del bien más que en su consecución”. Quizá después de la preocupación, afirma Russell, la envidia es una de las causas mas poderosas de infelicidad.
Algunas ideas para transformar esta actitud oscura y maliciosa y que quita tanta energía son: volvernos más generosos en compartir los logros de los demás y especialmente de nuestros amigos y amigas y personas que más admiramos. Celebrar nuestros logros. Fortalecer la confianza propia y reconocer nuestras capacidades creadoras, en sus límites y potencialidades. Dejar de quejarnos por lo que no tenemos y ser más agradecidos (la antítesis de la envidia es la gratitud). Dejar de compararnos con los demás y parar las carreras centradas solo en el éxito y la perfección. Una pasión que compensa es la admiración, la gratitud y la colaboración. Reconectar con el interior y con lo que nos da vida, ya que la fatiga emocional es causa a menudo de envidia, procurarnos más atención en las cosas pequeñas y en cosas que sean significativas en sí mismas y satisfactorias para nuestra alma. Eludir chismes o comentarios maliciosos hacia los demás. Sentirse con envidia aparentemente daña al otro, pero no es cierto, a quien debiilita es a nosotros, una desdicha para quien siente y se intoxica con esta emoción y le impide disfrutar las relaciones con los demás.
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