Necesitamos urgentemente un gran consenso social sobre lo que implica un cambio profundo en la educación. Veamos por qué. Es un lugar común escuchar hablar a educadores, políticos y líderes acerca de la importancia de la educación en tres frentes: para transformar la conciencia de las personas, fomentar una sociedad sostenible y resolver los grandes problemas de nuestro tiempo. No obstante, para transformar de maneras profundas la educación, no son suficientes las buenas intenciones, ni tampoco solo transformaciones en nuevos temas, conocimientos, discursos, asignaturas, cátedras, metodologías y pedagogías; somos conscientes que requerimos además de mejores diálogos como sociedad y una organización de la sociedad civil robustecida, un pensamiento sistémico (metamoderno) que nos permita observar todo el ecosistema de aprendizaje donde nos desenvolvemos.
Una primera idea respecto al cambio educativo, es que necesitamos volver a imaginar la educación en todos los niveles y entre todos, yendo más allá de la escolarización, como se suele reducir habitualmente… intuimos que después de la deconstrucción, viene una reconstrucción radical, es decir, volver a soñar y prototipar las nuevas propuestas, narrativas, iniciativas, institucionalidades, conversarlas entre amigos…ir hacia una nueva integridad, más arriesgada y sensata, que incluye la magia e inocencia de los niños, la experimentación de la juventud y la prudencia, temple y sabiduría del adulto.
Inicialmente, una idea crucial que necesitamos poner esfuerzo, atención y financiación, es la de construir en todos los territorios una cultura del aprendizaje desde la primera infancia hasta la tercera edad (en donde aprender sea algo muy sexy y atractivo) y que tenga como intencionalidad hacer sentir vivos, curiosos y conectados a las personas y que a su vez tal actitud de asombro e intercambio colectivo constante, permita activar la inteligencia colectiva de toda la sociedad.
También, es cada día más evidente la desconexión personal y social, la pérdida de atención y confianza en las instituciones, la fragilidad de los vínculos sociales, tiempos turbulentos en donde emergen con mayor fuerza los traumas históricos (y personales) ocultos; en este panorama de caos y al tiempo de emergencia, es donde se hace fundamental el despliegue de nuevas narrativas, de una integración más profunda de lo que ha sido excluido en la educación, empezando por la entrada del cuerpo, la alfabetización emocional, el auto-conocimiento, la vivencia del arte y lo sagrado (a partir de integrar las visiones, prácticas y psico-tecnologías de las espiritualidades de todo el mundo), la reflexión sobre el género, el amor, el erotismo, la muerte y lo que significa estar vivos, la importancia de las economías y ecologías solidarias y del bien común, con el fin de reinventar las ritualidades cotidianas y también la apertura al aprendizaje sobre los conocimientos amplios de la gran historia (un enfoque genuinamente transdisciplinar, de cosmología, biología, psicología, ciencias sociales y arte)… síntesis de las mutaciones cosmológicas (Swimme), socio-culturales (Gebser, Freinacht), psico-espirituales (Wilber, Fowler, Commons) y de las diversas formas en la historia de organización social (Lent, Harari, Stockes) que permita a los estudiantes y nuevas generaciones ubicarse mejor en los grandes patrones de conocimientos y paradigmas (como arquitectos unificadores y co-creadores) y en nutrir una meta-narrativa inspiradora e integradora que ofrezca dirección, sentido y propósito a la existencia y al cambio social y cultural en curso.
Una idea fundamental para la transformación de los sistemas educativos, es mejorar los servicios básicos de atención integral y ampliar los derechos sociales que proporcionan salud y bienestar a toda la población, tales como la calidad de los vecindarios, los espacios de encuentro, la ampliación de espacios para el arte y la cultura, el fortalecimiento de las economías locales y de una red de entidades locales (bibliotecas, museos, salas de cine, galerías, casa de la cultura, espacios para el arte, laboratorios ciudadanos y redes de apoyo), que apoyen y hagan sostenibles los aprendizajes de toda la sociedad.
También precisamos urgentemente contribuir a que las familias tengan mayor educación, mejor acceso a información de relevancia sobre el desarrollo, apego seguro, la crianza de los hijos y mayor tiempo libre para el enriquecimiento cultural. Aquí es donde la Renta Básica Universal podría ser de utilidad social, combinada con el despliegue de otro conjunto de políticas orientadas a la dignidad de toda la población. Sumado a esto, es clave configurar escenarios públicos abiertos para el juego, el arte, el intercambio intergeneracional (entre niños, jóvenes, etnias, clases sociales, clases creativas y personas mayores), fomentando dinámicas de proyectos de aprendizaje a escala real (local y global) donde converjan diversidad de públicos y redes de ciencia ciudadana (evitando la conformación etárea tradicional de estudiantes organizados por edades y cursos).
Es sugerente para que esta transformación educativa sea de más largo alcance, que cuando un estudiante salga de bachillerato o de la universidad, no solo tenga claridad respecto a sus intereses personales, el reconocimiento de sus talentos, oportunidades laborales, sino también que participe eventualmente en una iniciativa ciudadana o movimiento social. Contribuir a esta conexión con el campo social, desde edades tempranas, significaría involucrar a los jóvenes en una parte del micelio de transformación cultural. Para hacerlo real, el Estado financia y podría organizar pasantías a modo de residencias para brindar elementos de decisión sobre el movimiento ciudadano o una organización emergente en la que los jóvenes pongan sus destrezas, capacidades y conocimientos. En el caso específico de Colombia, que entra en un tiempo de implementación de los acuerdos de Paz, los bachilleres o profesionales recién graduados podrían participar en una estrategia en las escuelas, barrios e instituciones educativas para democratizar aprendizajes, visiones y prácticas para el fortalecimiento de la paz con distintos tipos de población.
Esta política contribuiría a fortalecer la identidad profesional y a potenciar la esfera institucional emergente. Asimismo, estas propuestas, ayudarían a mejorar la educación, la democracia, el fortalecimiento de los bienes comunes, la crianza compartida y a la par, se fomentaría un ambiente seguro de aprendizaje de estilo más participativo, co-creativo e innovador en las escuelas y en las ciudades.
Finalmente, parte del trabajo de los activistas por la educación integral, de orientación metamoderna, es decir, activistas en pro de pedagogías y didácticas con consciencia global, es trabajar por una educación abierta, libre y empoderadora de las comunidades. El gran desafío de la educación es la creación de comunidades regenerativas, donde florezcan las personas, se potencien las conexiones con lo vivo y donde se susciten las conversaciones para traer el futuro más bello, armonioso y sostenible a nuestras vidas y comportamientos cotidianos.
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