martes, 19 de abril de 2022

A propósito de la tecnocracia en educación

"No intentes cambiar un sistema, construye uno nuevo que haga que el anterior se vuelva obsoleto"

(Buckminster Fuller)

De una manera general, definimos la tecnocracia en la educación, como la orientación filosófica moderna, en su versión extrema, patológica y distorsionada, que tiene el poder de infiltrarse, condicionar y fragmentar los objetos clásicos de la pedagogía, tales como el profesor, ambiente, método, conocimiento, estudiante, tecnología, enseñanza y aprendizaje. En su momento, esta visión, en su expresión sana y constructiva, fue vanguardia y animó el desarrollo de la ciencia, la tecnología, la esfera pública, la democratización del conocimiento, la creación de utopías, la potenciación del individuo en cuanto a su capacidad de autoreflexividad y mayor consciencia, pero que observada a la luz de hoy, y en su expresión materialista y recientemente, en su re-encarnación poshumanista, es incapaz de abordar las demandas y complejas tareas de nuestro tiempo y las meta-crisis que habitamos en nuestro tiempo.

El paradigma tecnocrático, tiene una amplia historia y recorrido en las prácticas docentes, las metodologías y modalidades de aprendizaje que se viven en las instituciones educativas y ha sido ampliamente difundido y financiado por los gobiernos en los últimos años, las corporaciones financieras e investigado por académicos a lo largo y ancho del planeta; esta visión suele dar un énfasis y prioridad a las estadísticas, los logros, la competencia, la excelencia académica, las pruebas estandarizadas, la educación para el trabajo y un énfasis severo en los temas la calidad de la educación y ha estado impregnando fuertemente las políticas públicas educativas nacionales e internacionales y el diseño de currículos. Es común en enfoque centrar su interés en reformas permanentes de arriba a abajo vinculadas por expertos y asesores, junto con el predominio de estrategias de control cada vez más intensivas y severas para los profesores, vinculadas con una mayor recarga de trabajo y disciplinamiento docente.

Uno de los tantos asuntos que hizo visible la pandemia, fue mostrarnos que esta visión tecnocrática de la educación, no era algo que suponíamos se encontraba en vías de extinción, sino por el contrario, la vimos merodearse con libertad y brío, como una suerte de dragón que estaba como decimos coloquialmente, “vivito y coleando”; en efecto, esta cosmovisión sigue siendo ampliamente aceptada por dirigentes educativos, economistas y políticos - e incluso naturalizada por los profesores - y resulta siendo una expresión recurrente del solucionismo tecnológico que opera como una respuesta habitual y reduccionista para resolver problemas educativos sistémicos y complejos.

En cuanto a la relación con el saber, se asocia la visión tecnocrática con la transmisión lineal del saber, la división clara y distinta de los campos del saber, la distancia entre profesores y estudiantes, la vinculación predominantemente de contenidos eurocéntricos y el reconocimiento del conocimiento como un bien escaso y descontextualizado de las historias, los cuerpos y los territorios; también es común en este paradigma educativo, el predominio de la abstracción, lo objetivo, la prioridad en la matemática y la lecto-escritura, el acceso pasivo a la información, estrategias como la actualización permanente de los docentes, la priorización de pruebas estandarizadas y una visión limitada de las potencialidades del estudiante, de sus saberes adquiridos en otros espacios por fuera de la escuela, así como también, la disolución de los mitos y ausencia de meta-relatos religiosos.

Podríamos resumir que la visión tecnocrática en educación, contiene una epistemología, ontología y pragmática de carácter burocrático e instrumental acerca de la formación, la experiencia de los aprendizajes, una visión fragmentada del ser humano, la evaluación y el uso de las tecnologías y que se ha introducido sin mucha crítica como mantra y solución para todos los problemas. 

Para terminar esta reflexión (que reconocemos amerita no solo mayor conocimiento y comprensión, sino también un movimiento de desobediencia civil, que implica, no solo luchar contra ella, sino la invención de nuevas narrativas, cosmovisiones y prácticas), compartimos otras características a modo de síntesis de cómo se expresa esta visión tecnocrática en la vida educativa:

Reducción de los programas, planes de estudio y asignaturas que tienen que ver con la formación humana, artística y social y en general con el pensamiento crítico social y holístico.

Instrumentalización creciente y deterioro no solo del ejercicio de la docencia, sino también disminuciones y decrecimientos de las otras dos funciones sustantivas de la universidad: la investigación y la extensión social.

Concepción del aula y la escolarización como una fábrica para producir mano de obra asalariada y un entorno masivo para la alfabetización tecno-industrial. Esta arquitectura centralizada respecto a la transmisión del conocimiento ha sido víctima de una gran inercia y ha conllevado una lentitud inmensa para su propia transformación. 

Dos realidades muy contra intuitivas para los procesos de aprendizaje, son por un lado, que las aulas están conformadas por personas de la misma edad y por espacios-tiempos rígidos, uniformes y fragmentados y por el otro, cada vez se presencian grupos más grandes, junto con una precarización laboral de los profesores, evidenciada en mayores horas de clase, menor tiempo de contratación y en eventuales casos, reducciones en el salario. 

Énfasis en la copia de modelos de educación extranjeros, adquisición de conocimientos provenientes solo del mundo occidental, con un enfoque eurocéntrico del saber (y con una gran ausencia de la participación de la mujeres), donde también se resultan omitiendo y minimizando las producciones de conocimiento, sabiduría e innovación social que se ha producido en el Sur-Global. 

El maestro al transmitir de maneras magistrales lo que sabe, sin implicar muchas veces su mundo emocional, sus ignorancias y su sombra y en general la integración de sus experiencias de vida, genera una relación distante, fría y muchas veces de dependencia con los estudiantes.

En vez de poner al servicio las tecnologías para reducir el tiempo que los profesores dedican a actividades administrativas y repetitivas (y más bien enfocar los medios digitales para fomentar la inteligencia colectiva), se suelen usar como instrumentos de control y vigilancia, indicadores de registro y calidad y para nutrir estadísticas que evidencien logros y crecimiento; sabemos que estos procesos son además de agotadores para los profesores, bastante ilusorios y sin sentido y muchas veces son sentidas por estos como prácticas de control.

Introducción de la educación híbrida y de las tecnologías de la información como mecanismo para maximizar beneficios, minimizando el número de profesores de planta (y de tiempo completo) vinculados a los programas académicos. En síntesis, una lógica capitalista de producir más con menos.

Aprendizajes y prácticas pedagógicas enfocadas en pruebas estandarizadas. Estas no pueden ser el foco de la educación y en este enfoque muchas veces se encuentran sobre-estimadas socavando los procesos de formación humana, crítica y social y la posibilidad de emprender proyectos en escalas más grandes que conecten a las generaciones con toda la sociedad.

La evaluación se reduce a calificación, preguntas de múltiple respuesta y a exámenes que buscan centrarse en habilidades técnicas (memorísticas) y centradas exclusivamente en la inteligencia cognitiva. La evaluación es un proceso en la pedagogía mucho más complejo, un aprendizaje individual y colectivo sobre la experiencia e incluye no solo la inteligencia cognitiva, sino diversidad de expresiones e inteligencias tales como la moral, la estética, ecológica, espiritual, interpersonal y habilidades para el siglo XXI, como resolución de problemas, desarrollo emocional, pensamiento sistémico, innovación, pensamiento crítico…entre otras.

Una educación centrada en habilidades técnicas, para el trabajo mecánico e industrial y para aceptar el statu quo; valoración de roles tradicionales y personas que buscan en sus estilos de vida acomodarse fácilmente a las institucionalidades conservadoras de la sociedad. Por el contrario. Necesitamos formar gente despierta y curiosa, nuevos arquitectos unificadores, artistas soñadores, comunicadores sociales, deportistas integrales, ingenieros regenerativos de la vida, hackers juguetones, médicos que prevengan las enfermedades, economistas solidarios.

Precocidad en los aprendizajes de los estudiantes, específicamente el deseo de acelerar el desarrollo de los niños. Donde siente más este vértigo es en la educación inicial, sobretodo en el acceso formal a la matemática y la lecto-escritura. 

Los maestros al no comprender las lógicas de los aprendizajes de los niños y las experiencias de desarrollo integral, cuando los niños se aburren y se dispersan, muchas veces en ambientes que invitan al silencio, la obediencia, la abstracción, la seriedad (ausencia de juego) y el sedentarismo, tienden a ser etiquetados, medicalizados a los que se resisten a esto, diagnosticándolos muchas veces como con problemas de déficit de atención.

Una visión limitada de la educación virtual que se enfoca en proporcionarle a los estudiantes contenidos multimedia que los condenan a quedarse mirando solitariamente las pantallas y por otro lado, el uso de tecnologías novedosas servidas en recipientes viejos. Esta visión de la mediación virtual es bastante obsoleta e incluso perjudicial para el desarrollo de los estudiantes y de la sociedad. El desafío de la educación virtual pasa por la creación de una comunidad de aprendizaje (enamorar a todos a aprender a aprender), ofrecer ambientes para redescubrirnos mutuamente, para imaginar de nuevo la vida colectiva, para sorprendernos y cuidar la diversidad de los territorios, para que la sociedad sea más sabia y abierta y para procurar espacios de intercambio intergeneracional más ricos en interacciones, inclusivos y distribuidos.


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