viernes, 29 de agosto de 2025

Diario de la escucha


Dar sentido es avivar los sentidos

David Abram

Este diario nace como un ejercicio de escuchar la vida y, a partir de ahí, compartir perplejidades: un intento de pensar en consonancia con los sentidos, los silencios, las palabras, los cuerpos y algunos seres que nos rodean y captan nuestra atención. Cada día de la semana abrí un espacio para escuchar y preguntarme qué significa realmente abrirse a la escucha: a veces emergía el deseo y aquello que me proporciona vitalidad; en otros momentos, brotaban los ritmos del día y sus aprendizajes, atestigüé que la educación y el aprendizaje es más un acto de atención que de transmisión, y que la escucha está profundamente ligada a nuestros estados interiores.

Cuando estuve con mi compañera en el Valle del Amor el fin de semana, me llamó la atención la inteligencia animada de la naturaleza, que escucha y habla a través de múltiples lenguajes. De regreso a Bogotá, abrí The Spell of the Sensuous de David Abram, lo que me permitió mantener viva la pregunta sobre los sentidos y el lenguaje.

También hubo una coincidencia hermosa que quisiera compartirles. Mientras escribía y reflexionaba sobre la escritura y el lenguaje —observando a las arañas, y ver cómo una descendía por un hilo invisible y en segundos envolvía a una abeja— recibí días después un mensaje de Carolina Charry, artista, escritora y filósofa. Habíamos conectado meses atrás gracias a Miguel Tejada, director de la Editorial Sic Semper, quien me habló de su trabajo y que estaría muy bien para una conversación en mi videopodcast. Carolina publicó hace un año Mamut, un libro que experimenta con la materialidad y la sonoridad del lenguaje, explorando la sensorialidad, la poesía y la filosofía. Su obra, como la telaraña que observaba, tiende hilos que conectan y despiertan el asombro ante el misterio de los otros seres vivos con los que compartimos el planeta. Esta coincidencia me recordó que escribir también puede ser un acto de escucha, un modo de tender redes de sentido y maravilla.

Viendo esta conexión fortuita, quiero seguir explorando la pregunta sobre cómo deseo escribir la investigación doctoral, en qué tono y estilo, qué quiero provocar, con qué elementos jugar, cómo conectar la multidisciplinariedad artística que me constituye, y cómo permitir que el lenguaje se vuelva sensorial, relacional y colaborativo

Domingo 24 de agosto · ¿Qué siento?

Un deseo de realización, unas ganas de vivir y de cosechar lo sembrado en las conversaciones del podcast La Universidad del Futuro y en las prácticas artísticas y pedagógicas que he tejido con paciencia y entrega en estos años. Todo ello ha germinado en mí como un territorio fértil, un suelo donde confiar, aprender, soñar, imaginar otros gestos para vivir y re-existir.

Lunes 25 de agosto · Ritmos del día

Las mañanas me llegan como ventanas abiertas, una especie de luz que enciende la claridad y me dispone a empezar el día aprendiendo algo nuevo. Las tardes suena para mi con otra música, un pulso más lento: en ellas habita la pausa y lo sensual. La noche, me devuelve a mí mismo, tiempo de escucha interior, integrar lo vivido, acunar sueños, cultivar silencios, dejar que la lectura y la escritura conversen en la penumbra.

Martes 26 de agosto · Atención y contemplación

Mis pensamientos nacen allí donde pongo la atención. En lo que atiendo, me transformo. Los pensamientos son semillas, criaturas que brotan de los campos de relevancia que habitamos cada día. La contemplación, más que un acto, es un arte secreto, pura receptividad: escuchar con todo el cuerpo y abrirme al instante. Y cuando mis sentidos están despiertos, cuando estoy más vivo, comprendo más hondo y la vida se revela y eleva como un viaje erótico.

Miércoles 27 de agosto · La conversación

Descubro que la conversación es medicina, tan necesaria como la fiesta. El diálogo es como un cauce vivo, un río en movimiento: nunca el mismo, a menudo perplejidad, siempre presente. En esta práctica cotidiana la intimidad con el otro se abre. A diferencia de los textos, que nos llegan desde el pasado, la conversación sucede ahora, improvisada, viva: un acto de creación compartida.

Jueves 28 de agosto · Música y escucha

Escucho los cantos de los pájaros al amanecer y al atardecer, son para mi dos momentos que me maravillan y tienen mucho encanto. Escucho el balbuceo de mi guitarra, la voz de mi amada, actualmente escucho mucho salsa, timba, bolero, son y guaguancó; antes Book of Angels de John Zorn, El banquete del espíritu de Cyro Baptista y una canción que conocí reciente La canción de las parteras de Lucelida Martínez, que incluí en un episodio que hice esta semana en el programa radial Pázala Voz que lidero donde trabajo. Cada género musical tiene en mi vida sus temporadas. También  escucho frecuentemente los podcasts de otras personas, y me conmueve descubrir que lo más valioso no está en lo que cada uno trae, sino en lo que nace en el encuentro.

Como maestro, he percibido distintos modos de escuchar:

Una escucha que responde solo con lo ya sabido,

Otra, que se abre al sentir y a la empatía con los demás

y una escucha generativa, que es la que me interesa, que transforma lo escuchado en un espacio compartido de creación.

Viernes 29 de agosto · Gramáticas invisibles

Es de advertir que la escucha, la comunicación entre especies y ese espacio de reciprocidad no pertenece en exclusiva al ser humano. Otros seres también escriben y leen con su cuerpo, trazando gramáticas invisibles.

La telaraña, por ejemplo, no es solo un artefacto para cazar insectos: es pensamiento desplegado en el aire. Cada hilo vibra, resuena y traduce señales. El viento, el roce, el temblor de la presa: todo se inscribe en esa red que funciona como extensión del cuerpo de la araña. Cognición extendida: el saber no se encierra en el cráneo, sino que se despliega en los hilos que la conectan con su entorno. La telaraña es sistema nervioso expandido, escritura del territorio, sensibilidad convertida en arquitectura.

Podemos aprender —como sugería Adorno— a escribir como la araña: no edificando pirámides de conceptos, sino tejiendo hilos que atrapan alimento. El ensayo, como la telaraña, no se impone desde arriba: se tiende en el aire, se sostiene de lo frágil, y en su fragilidad radica su fuerza.

Algo semejante ocurre con la danza de las abejas. Allí, el cuerpo es escritura: el ángulo, la duración, la intensidad del baile señalan la distancia, dirección y calidad de la flor. La colmena entera lee esa coreografía y decide hacia dónde viajar. No hay palabras, pero sí signos; no hay alfabeto, pero sí gramática del movimiento. La abeja escribe en el aire un mapa colectivo, del mismo modo que la araña extiende su mente en los hilos.

Sábado 30 de agosto · Ecología y lenguaje

Mi escucha está siempre atravesada por mi estado interior. Cuando la adrenalina irriga al cuerpo, las conversaciones se tensan, se opacan y se vuelven sordas. Pero cuando la calma nos habita, los sentidos responden con vitalidad, apertura y ternura. Escuchar nunca es un acto neutral: es siempre un espejo del ánimo que que experimentamos.

Hubo un tiempo en que nuestros sentidos estaban entrelazados con la tierra. Escuchábamos el rumor de los ríos, el canto de los pájaros, el roce del viento, la música secreta de la lluvia, las huellas vivas de los animales. El mundo nos hablaba, y nosotros respondíamos.

Con la escritura fonética, esa escucha se volcó hacia las letras. Dejaron de ser las luciérnagas quienes alumbraban nuestras noches, y fueron las páginas quienes empezaron a hablarnos. Con la imprenta, las letras se multiplicaron y el susurro de la tierra se volvió más lejano. Ganamos conocimiento, pero perdimos intimidad con lo que nos rodea.

Hoy, la pantalla puede ser un nuevo exilio: miramos sus brillos como antes miramos los libros, y olvidamos que el cuerpo necesita sol, agua, viento, asombro. Pero basta un instante de escucha para que todo vuelva a nacer y el mundo a ser creado de nuevo.

Bonus Track:

Comparto 5 conversaciones que realicé en mi podcast La Universidad del futuro y que está estrechamente relacionadas con el tema del escuchar:

1. Escucha, Experimentación y Aprendizaje Intergeneracional (Ep. 80): Ana María Romano Gómez https://youtu.be/pYchzNvrBEc?si=RCblceB3EBHob_vG 

2. Escucha, Imaginación social & pedagogías para la paz: (Ep. 111): Alejandro Castillejo Cuéllar. https://youtu.be/pYchzNvrBEc?si=0HaNYCYed-P2YWDH 

3. Arte, Ecología Política y Diálogo de saberes (Ep. 112): Rossana Lara https://youtu.be/l-DYH1Hc6as?si=-cEeZ3X49u1fDft0 

4. Arte, Agencias Sónicas y Espiritualidad (Ep. 132): Leonel Vásquez

https://www.youtube.com/watch?v=RTO7bAruW74 

5. Radio, Arte y Amistad (Ep. 133): María Juliana Soto https://www.youtube.com/watch?v=nmfKdURYufU 

y dejo por aquí “Escuchar lo que más nos duele”, un artículo de mi autoría fue publicado recientemente en un libro que publicamos con el grupo Arte y Formación para la paz de la UPN llamado La fuerza que mueve las cosas. Estéticas de la re-existencia (2025), que describe otras perspectivas sobre el escuchar en relación con la pedagogía, la percepción, la sanación y la construcción de paz.

 


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sábado, 23 de agosto de 2025

El lugar del miedo en la política

En Colombia nada pasa por casualidad, pero todo se disfraza de accidente. El asesinato de Miguel Uribe, el carro bomba en Cali, los ataques a la fuerza pública, el referendo para dinamitar el Acuerdo de Paz, los buques estadounidenses rondando el Caribe y la retórica de la derecha que insiste en que todo lo que no le convenga huele a narcoterrorismo… parecieran capítulos sueltos, pero en realidad son la misma vieja serie repetida en bucle.

La trama es simple y conocida: cuando el poder se tambalea, se enciende el fósforo del miedo, se resucita el fantasma del “enemigo interno”, se apunta con el dedo al gobierno de turno y se promete, una vez más, que la salvación vendrá de mano dura, Estado mínimo y sermones de seguridad democrática.

El referendo para derogar el acuerdo de paz es, en ese sentido, casi profético: un país que no sabe qué hacer sin guerra se propone votarla de nuevo, como si la violencia fuera un derecho adquirido. Porque para una parte de Colombia, la paz no es un horizonte, sino una amenaza a la mitología que le da sentido: el héroe armado, el enemigo absoluto, el pueblo disciplinado.

Mientras tanto, Estados Unidos vigila desde el Caribe con sus aviones y buques, como quien mira a un viejo socio que no se decide a recaer en la adicción. A Washington le conviene un Colombia obediente, proveedor de excusas perfectas para la guerra contra las drogas y la presión contra Venezuela. Y a la derecha criolla le conviene esa obediencia porque legitima su nostalgia: ser los guardianes de un orden que nunca existió.

El uribismo, por supuesto, ya no es la religión mayoritaria que fue. Está exhausto, golpeado, judicializado, pero no muerto: como todo dogma decadente, sobrevive gracias al miedo. Porque si algo enseña nuestra historia es que el miedo es la gasolina más barata y más duradera que ha encontrado la política colombiana.

Lo trágico es que la democracia, el Estado y la política parecen arrastrarse en la misma extenuación. Y lo irónico es que, justo ahí, en la decadencia compartida, podría abrirse un espacio para algo distinto. Pero para que eso ocurra, Colombia tendría que romper su adicción al eterno retorno del miedo y la guerra.

Quizá la verdadera revolución no sea tumbar al adversario de turno, sino atreverse a imaginar un país que no necesite enemigos para existir. Pero claro, eso exigiría una política distinta… y en Colombia la política siempre prefiere la pólvora a la imaginación.

Y si la escuela, en lugar de enseñar a temerle al error, lo celebrara como laboratorio de futuro? ¿Si nos formara no para ser fieles consumidores de promesas incumplidas, sino arquitectos de realidades nuevas? En vez de domesticar al ciudadano para votar resignado cada cuatro años, podríamos formar comunidades capaces de imaginar y sostener otros modos de vida, más allá de la dicotomía entre miedo y obediencia.

Un interesante giro educativo sería pasar de la pedagogía del miedo a una pedagogía de la imaginación política. Una educación que no se contente con repetir la historia de nuestras guerras, sino que enseñe a ver los patrones que se repiten y escribir los capítulos que todavía no existen. Quizá allí resida la mayor herejía posible en Colombia: educar no para mantener vivo el eterno retorno del miedo, sino para atrevernos a traicionarlo.

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jueves, 21 de agosto de 2025

¿Qué sé de mi nombre?

Qué se de mi nombre?

Que no lo elegí, que me fue entregado.

He visto cómo un nombre puede dar vida…
o arrebatarla.
El nombre borrado es una herida en la memoria,
un desgarro que arranca a alguien
de la posibilidad de ser llamado.

En los campos de concentración,
la despersonalización pasaba por quitarle el nombre y reducir la cualidad a un número.
En las guerras, en las fosas comunes,
el cuerpo sin nombre es un NN:
un desaparecido,
una ausencia sin eco.

Pero también…
el nombre es caricia,
es diminutivo de infancia,
risa compartida.
Cuando era niño, algunos tíos y tías me llamaban:
Arrés…
Barriguita…
Andresito de Coral…
Negruro…
Otros me dicen Negro.
Aunque no soy negro de piel,
sí lo soy de corazón.

Como canta la Ponceña:
El día que nací yo,
nacieron tres cosas bellas:
nació el sol,
nació la luna,
y nacieron las estrellas.

Mi amada me llama de formas secretas.
Allí mi nombre se vuelve canto íntimo,
ternura y música vibrante.
En muchas tradiciones,
el nombre verdadero es alma.
Nombrar es crear, invocar y recordar el origen.

Y sin embargo,
no todo cabe en un nombre.
Hay algo que se escapa al ser llamado y nombrado.
¿Qué queda entonces por fuera del nombre?
Lo que no tiene palabra.
El silencio como un modo de nombrar.
El misterio que se guarda
detrás de cualquier sonido.
¿Cómo nombrar el temblor
que antecede a mi voz?
¿Cómo ponerle nombre
al rostro que tuve antes de nacer?

Hay presencias que se resisten,
que solo se dejan sentir,
nunca pronunciar.
El nombre es eco,
pero el misterio es fuente.
El nombre me trae de regreso,
pero lo innombrable me abre al horizonte.

Allí,
donde el lenguaje se disuelve,
intuyo que soy más vasto
que mi propio llamado.
Soy eco,
soy ficción,
soy singularidad.
Soy lo que resuena
cuando alguien me llama.

Mi nombre es mi herida
y mi don.
Y cada vez que alguien me nombra,
vuelvo a ser canto,
eco,
memoria.
Y en ese renacer,
vuelvo a preguntarme:

¿Qué sé de mi nombre?




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miércoles, 6 de agosto de 2025

Sobre el autodesprecio y su huella en el mundo

En Cartas del diablo a su sobrino, C.S. Lewis sugiere que el autodesprecio puede convertirse en el punto de partida del desprecio a los demás, y con él, abrir la puerta al pesimismo, al cinismo y a la crueldad. No es una simple emoción triste: el autodesprecio es una grieta en la percepción de uno mismo que termina deformando la manera en que se mira el mundo. Es, en cierto sentido, una forma oscura de trascendencia, un veneno que no se queda quieto en el alma, sino que la rebasa y se proyecta hacia los demás.

Imagen creada usando chatgpt

Podemos imaginarlo como un espejo roto. Uno se mira ahí y lo que ve no es su rostro, sino una versión rota de sí: fragmentos, ángulos imposibles, multiplicaciones del defecto y que al no tolerar esa distorsión, lanza el espejo —filoso— hacia los otros. Así, lo que fue dolor interno se vuelve juicio externo y la herida personal se transforma en lenguaje del mundo. El autodesprecio es entonces un autoconjuro silencioso: una sentencia pronunciada contra uno mismo que se convierte en destino compartido, que tiene el poder de teñir la mirada, contaminar los vínculos, deformar el sentido e interpretar la existencia bajo el filtro constante de la insuficiencia.

Allí donde no se ha tejido una narrativa reconciliadora sobre el ser —una narración donde la propia vida pueda ser habitada con dignidad—, surge la necesidad de validarse de otro modo: rebajando a los demás, desacreditando lo luminoso y talentoso, demostrando que la belleza es una farsa o que la bondad es ingenuidad. Es entonces cuando el autodesprecio y el narcisismo se revelan no como enemigos, sino como dos formas de la misma desolación. Muchas veces, el narcisismo no es más que un artificio para no mirar el abismo de uno mismo, una máscara que cubre la herida con aplausos, con espejismos de poder o con el eco vacío de la admiración.

De ahí nace un círculo vicioso que no solo afecta al yo, sino a todo lo que lo rodea: no valgo, no soy suficiente… entonces me haré admirar, validaré mi existencia afuera (narcisismo); pero si alguien más brilla, me amenaza… su luz me indigna y me encandila (envidia, resentimiento); y finalmente, ese brillo debe apagarse (desprecio a los demás). Así, el yo herido se convierte en juez, el alma rota en cinismo y el dolor no elaborado se vuelve forma de violencia.

Pensar el autodesprecio desde esta perspectiva es reconocer su potencia fenomenológica: no como un mero síntoma psicológico, sino como una estructura del sentir que moldea la ética, el vínculo y la visión del mundo. Y al mismo tiempo, exige de nosotros un gesto radical: la reconstrucción amorosa y compasiva de la imagen que tenemos de nosotros mismos, para que ese espejo roto no siga multiplicando sus filos en la carne del mundo.


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domingo, 3 de agosto de 2025

Las paradojas de pensar la paz

Pensar la paz contiene una suculenta paradoja.  No basta con sentarnos en círculo, tomados de las manos, y cantar “Imagine” como si fuera la gran cumbre de la humanidad. No. Para pensar la paz hay que hacer algo mucho más raro: meterse de cabeza en las cloacas metafísicas de la maldad, abrir la tapa del alcantarillado moral y mirar qué hay allí… aunque huela maluco. Porque, sorpresa: lo que apesta no es solo el otro, también uno mismo.

El anciano de los días - William Blake

Y ahí, como en un casting universal, aparecen las figuras de lo oscuro: el diablo, el infierno, la tiranía… todos muy bien vestidos y con tarjeta de presentación. No vienen a saludarnos: vienen a recordarnos que, tanto individual como colectivamente, tenemos que responderles. Es como recibir una llamada a las tres de la mañana de un número desconocido y que al contestar, una voz diga: “Hola… soy tu sombra. ¿Hablamos?”.

Así como el reino de los cielos está afuera y adentro, el infierno también tiene doble sede. Uno externo, con guerras, dictadores y fake news; y otro interno, donde uno se convierte en esclavo —o peor, en amo— de una rueda de hamster productiva que no para jamás. Ahí uno corre, corre, corre… y lo único que gana es una membresía vitalicia al gimnasio del absurdo.

Pero cuidado: el infierno no es solo para los malvados profesionales. También está lleno de “buenos” certificados, esas almas puras que, para combatir la maldad, se paran en el pedestal de la virtud y señalan con dedo acusador a medio planeta. Algunos incluso tienen la asombrosa habilidad de culpar a todo el mundo menos a su perro. Igual de diabólicos son los que quieren tener siempre la razón: gente que discute como si su vida dependiera de ganar en los comentarios de Facebook.

Y sí, una de las señales más seguras de que ya estamos instalados en el infierno es esta: la verdad convertida en caricatura, las noticias falsas desfilando como reinas de belleza, las guerras autoritarias transmitidas en horario estelar, y los líderes tiránicos saludando desde balcones, ovacionados por multitudes felices… mientras todos pagamos la entrada a ese espectáculo, sin derecho a reembolso.

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