domingo, 3 de agosto de 2025

Las paradojas de pensar la paz

Pensar la paz contiene una suculenta paradoja.  No basta con sentarnos en círculo, tomados de las manos, y cantar “Imagine” como si fuera la gran cumbre de la humanidad. No. Para pensar la paz hay que hacer algo mucho más raro: meterse de cabeza en las cloacas metafísicas de la maldad, abrir la tapa del alcantarillado moral y mirar qué hay allí… aunque huela maluco. Porque, sorpresa: lo que apesta no es solo el otro, también uno mismo.

El anciano de los días - William Blake

Y ahí, como en un casting universal, aparecen las figuras de lo oscuro: el diablo, el infierno, la tiranía… todos muy bien vestidos y con tarjeta de presentación. No vienen a saludarnos: vienen a recordarnos que, tanto individual como colectivamente, tenemos que responderles. Es como recibir una llamada a las tres de la mañana de un número desconocido y que al contestar, una voz diga: “Hola… soy tu sombra. ¿Hablamos?”.

Así como el reino de los cielos está afuera y adentro, el infierno también tiene doble sede. Uno externo, con guerras, dictadores y fake news; y otro interno, donde uno se convierte en esclavo —o peor, en amo— de una rueda de hamster productiva que no para jamás. Ahí uno corre, corre, corre… y lo único que gana es una membresía vitalicia al gimnasio del absurdo.

Pero cuidado: el infierno no es solo para los malvados profesionales. También está lleno de “buenos” certificados, esas almas puras que, para combatir la maldad, se paran en el pedestal de la virtud y señalan con dedo acusador a medio planeta. Algunos incluso tienen la asombrosa habilidad de culpar a todo el mundo menos a su perro. Igual de diabólicos son los que quieren tener siempre la razón: gente que discute como si su vida dependiera de ganar en los comentarios de Facebook.

Y sí, una de las señales más seguras de que ya estamos instalados en el infierno es esta: la verdad convertida en caricatura, las noticias falsas desfilando como reinas de belleza, las guerras autoritarias transmitidas en horario estelar, y los líderes tiránicos saludando desde balcones, ovacionados por multitudes felices… mientras todos pagamos la entrada a ese espectáculo, sin derecho a reembolso.

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