Introducir lo espiritual y la conciencia de unidad en el ámbito educativo y en la investigación se presenta hoy como un gran desafío. La alergia y la ausencia de prácticas tonificadoras del cuerpo, la mente y el alma en la universidad y la incredulidad y menosprecio por muchos líderes y académicos de los estados de conciencia, de la humildad, del buen vivir, se debe en parte a la rigidez y exclusividad por muchas décadas en formas de aprendizaje orientado a la homogeneidad y lo convencional, a los procesos racionales y mentales y recientemente por enfoques pluralistas y posmodernos, que aunque todos son muy importantes, legítimos en su tiempo y parte de la evolución de la consciencia, hoy en día se ven limitados por el cientificismo, la fragmentación del conocimiento, la desesperanza, el "burn out", el agotamiento mental, la polarización, la victimización, la lucha y defensa de ideales.
La creatividad, el humor, el altruismo, la libertad, la belleza, el servicio y la compasión, asentados en aulas vivas, círculos virtuosos, tejidos de sabiduría donde fluye el autoconocimiento, la riqueza del encuentro y la creación, son rasgos que exige el acto de aprender y conocer y son el asiento de la formación y de las habilidades que necesitamos en el siglo XXI.
Recordemos que en la conciencia unitiva del mundo, ser y conocer, verdad y belleza, objetivo y subjetivo, estético y funcional, aprender y desaprender, dar y recibir, totalidad y parte, vida y muerte cielo y tierra, están íntimamente relacionados, hacen parte de un espectro continuo.
La investigación y el acto de aprender se renueva con el conocimiento propio que resuena en todas las direcciones y dimensiones, que surge al leer con tacto, sinceridad, coraje e imaginación lo que nos pasa...de observar nuestras reacciones y nuestras formas de ver el mundo...al realizar prácticas de conexión, fluir e inspiración que surgen de las experiencias autotrasendentes y las prácticas integrales de vida que realizan los maestros. Solo habrá otra educación, cuando el arte, la filosofía, la sabiduría perenne, el humor, el deporte, la ciencia de las relaciones, la conexión con la naturaleza y con la tecnología vean sus íntimas conexiones, comprendan su naturaleza holística e interdependiente del presente, de la mente y de la realidad.
La creatividad, el humor, el altruismo, la libertad, la belleza, el servicio y la compasión, asentados en aulas vivas, círculos virtuosos, tejidos de sabiduría donde fluye el autoconocimiento, la riqueza del encuentro y la creación, son rasgos que exige el acto de aprender y conocer y son el asiento de la formación y de las habilidades que necesitamos en el siglo XXI.
Recordemos que en la conciencia unitiva del mundo, ser y conocer, verdad y belleza, objetivo y subjetivo, estético y funcional, aprender y desaprender, dar y recibir, totalidad y parte, vida y muerte cielo y tierra, están íntimamente relacionados, hacen parte de un espectro continuo.
La investigación y el acto de aprender se renueva con el conocimiento propio que resuena en todas las direcciones y dimensiones, que surge al leer con tacto, sinceridad, coraje e imaginación lo que nos pasa...de observar nuestras reacciones y nuestras formas de ver el mundo...al realizar prácticas de conexión, fluir e inspiración que surgen de las experiencias autotrasendentes y las prácticas integrales de vida que realizan los maestros. Solo habrá otra educación, cuando el arte, la filosofía, la sabiduría perenne, el humor, el deporte, la ciencia de las relaciones, la conexión con la naturaleza y con la tecnología vean sus íntimas conexiones, comprendan su naturaleza holística e interdependiente del presente, de la mente y de la realidad.
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