En los albores de mi infancia en Cali, cuando el tiempo era murmullo y juego y la vida se abría ebria en aromas a mango y chontaduro, resonaba en mi casa las voces encendidas de los narradores de fútbol. Eran transmisiones radiales que una mujer joven ponía a todo volumen mientras hacía oficio. La casa vibraba con la pasión de los diablos rojos en su época de oro cuando jugaba Gareca, Falcioni, alternábamos con el juego callejero del metegol y en una Navidad a finales de los ochenta, recuerdo que ya empezaba a lucir las pantalonetas apretadas del Pipa de Ávila, que me hacía encarnar la agilidad del 7, la velocidad del relámpago y la finta imaginaria.
En esta experiencia que les cuento, el fútbol se abrió primero como escucha sonora y luego como deporte practicado con intensidad al final de mi bachillerato en los andenes en el Olímplico y más disciplinadamente en Ferroclub. Pienso ahora que la radio tuvo que ver mucho en mi iniciación al fútbol, pasé a ser fan de “la mechita” y luego volante de creación y central en la 1C en la Universidad Nacional de Colombia y del equipo Once Caldas. Por poco me convierto en futbolista profesional, pero el asombro, la curiosidad, el arte, la filosofía y la pasión por la patafísica y el conocer me jalaron a la Universidad.
Los sonidos del mundo natural también tejieron su urdimbre en mí y orquestaron mi forma de ser: los pájaros, los grillos, las cucarachas, el sonido de los chiminangos, las aguas del Río Pance, el parque de la Caña como escenario de juego y asombro, la música de Henry Fiol y el Grupo Niche, Ismael Rivera, Fruko y sus tesos, los Latin Brothers, Héctor Lavoe, La selecta, Oscar de León, La Fania, Guayacán, El Gran Combo… eran los músicos que surcaban por los barrios de Cali día a día.
A principios de los años noventa nos trasladamos a Pereira, y allí, como un niño transitando hacia su adolescencia descubrí la magia de una grabadora con una larga y espigada antena. El ritual nocturno consistía en pararme sobre la cama y, cual chamán, buscaba frecuencias lejanas, emisoras de otros países, voces ajenas que llegaban como murmullos de estrellas. A veces, entre la estática, se colaban conversaciones telefónicas que la antena sintonizaba como secretos del aire. No importaba comprender lo que escuchaba; lo clave estaba en el asombro y en sentir que el lenguaje se estiraba como un puente entre mundos.
Así aprendí a tener cierto gusto por las historias misteriosas y complejas, y fue en un programa de la Universidad Tecnológica de Pereira a principios del siglo XXI, donde escuché por vez primera hablar de agujeros negros, la cuadratura del círculo, la astrofísica, la mecánica cuántica y Aristarco de Samos con su visión heliocéntrica del mundo… un espacio para navegar otros mundos. En ese momento atestigüé el poder oracular de la radio.
En mi adolescencia, escuchaba frecuentemente Radioactiva, los riffs de Nirvana, el grunge como grito existencial y el metal como rito iniciático. La Cortina de Hierro era mi iglesia pagana, y en los fines de semana escuchaba Soda Stereo, Caifanes, Aterciopelados, Police, Pink Floyd, Led Zeppelin, Metallica, Iron Maiden, Ekhymosis, Green Day y un largo desfile de espíritus eléctricos. Como buen coleccionista en formación y el gusto por la música, pirateaba los casetes de mi madre. Lo que hacía con ellos es que les daba nueva vida, dibujaba sobre el anverso de ellos, les ponía nombres, los marcaba con mi tinta interior. En los casetes que iba ensamblando, vivían las voces de la emisora cultural Remigio Antonio Cañarte y sus maravillosos programas, ecos de jazz, funk, Piazzolla, Al Di Meola, Víctor Jara, Violeta Parra, y las músicas colombianas hermosas que mi madre aún escucha cada mañana como si fueran parte de su oración cotidiana.
Luego vino el internet y comencé a buscar sonidos del mundo: músicas errantes, voces nómadas y ritmos de otros continentes. Así nació Fosa Orbital, nuestro espacio musical en la 98.5 fm UN Radio entre 2008 y 2010. Allí divulgamos lo encontrado en el viaje musical que compartía con mi primo Leo: afrobeat, blues, reggae, electrónica, cumbia, dub, flamenco, hip hop, drum&bass, funk, nuevas músicas colombianas. Por el programa pasaron Carolina Botero de la Fundación Karisma donde habló de la importancia del las licencias Creative Commons, se lanzó el segundo disco de Meridian Brothers, Este es el Corcel Heroico que nos Salvará de la Hambruna y Corrupción, hacíamos fiestas en bares y la musicalización y remix de la película “el hombre con la cámara” de Dziga Vertov y sellamos esta primera década del siglo bailando en el gran toque de Mad Profesor y también un festejo descomunal en el Iberoamericano de Cultura en Medellín donde estuvo Silvio Rodríguez, los Van Van, Fito Paéz, Susana Baca y recuerdo muy bien fue cuando conocí a Emilsen Pacheco y al gaitero Paíto Sixto Salgado.
La magia de la radio se transformó en la navegación errática del internet y en la compulsión por las descargas piratas y por bitorrent. Pero el deseo no murió. Por una parte, conocí el impacto de Radio Sutatenza como modelo edu-comunicativo en Colombia, Radio Victoria de mi amigo Alejandro Araque, Radio Libre, Altair, Noís Radio, el programa perdidos en el espacio de Chile y profundicé en una suerte de etnografía en mi tesis de Maestría con Martín Giraldo fundador de Radio Cápsula, interesado en aquel tiempo en la librecultura el streaming y las músicas electrónicas. Con las brasas de Fosa Orbital hicimos programas independientes, pequeñas constelaciones de sonido y una última expedición en el estallido social rodando el documental Cacerobeat.
La radio y sobre todo la consciencia de lo sonoro regresó como pulso vital en tiempos de encierro y pandemia. En medio de aquella pausa evolutiva, en el 2021 comencé a hablar con amigos y amigas educadores, investigadores, artistas y activistas que inspiraban nuevas formas de educación, comunicación y cultura. Y así regreso de nuevo a los micrófonos, esta vez como creador y locutor de nuevos espacios: las video-conversaciones con la Udelfuturo (130 episodios); el programa radial Pázala Voz del CEPAZ en la UPN; el podcast Imaginación Política en 17 Radio; el podcast de la Revista Pensamiento, Palabra y Obra; podcast Resonancias Viajeras que realizo con el parcero Fito y ahora continua el viaje como líder de un semillero del CEPAZ donde el arte, la paz y la comunicación convergen.
Para el segundo semestre estaremos proponiendo un curso de Narrativas Sonoras para la Paz en alianza entre Cepaz y la Unidad de Víctimas. El propósito: dar dignidad a las voces de las víctimas del conflicto armado, sus sueños, proyectos, hacer del sonido una semilla, una medicina, una plataforma de memoria y esperanza de futuro. También estaré liderando el semillero del CEPAZ arte, comunicación y culturas de paz, en el que estaremos produciendo junto con estudiantes de la UPN dispositivos didácticos y lúdicos para la construcción de paz y experimentando con producciones radiofónicas y sonoras.
Así me siento y escucho hoy, como un habitante entre ondas, un peregrino de frecuencias, un nómada en la fosa orbital, un amante del eco y de la interferencia. En cada transmisión, en cada grabación, sigo escuchando el murmullo del universo que me sigue susurrando asombro y misterio.
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