Otra enseñanza de este bello y trágico año, fue que el lugar más sagrado es el hogar, nuestra segunda piel, donde amanecemos, soñamos, deseamos y descansamos, donde tejemos día a día el amor, mediamos conflictos, nos curamos de enfermedades, nos nutrimos, criamos a los hijos, intimamos con nuestra interioridad, tomamos decisiones, un espacio que ha visto nuestros crecimientos y decepciones, nuestras lágrimas y alegrías, el reflejo de nuestra cotidianidad y parece ser un ente vivo que exige el cuidado, el amor y el aire fresco.... para muchas personas, antes de la pandemia, la casa representaba solo el lugar para dormir, comer, entretener y estancia para los fines de semana: una especie de no-lugar; para la cultura conservadora y fundamentalista, quiere que siempre estemos en el exterior, por fuera de casa, trabajar, trabajar y trabajar; por otro lado, quizá si no queremos vernos abducidos por el fantasma del teletrabajo, y la alienación en nuestra casa, parece ser un gran desafío para todos y en especial para las prácticas artísticas y educativas invitar a construirlo, soñarlo, habitarlo con imaginación, creatividad, amistad, no-hacer, tiempo libre, presencia y plenitud.
Es igualmente paradójico que el distanciamiento social incline la balanza a trabajar en casa, en el interior de sí mismos, más con la familia, sus riquezas culturales, sus pasados congelados, los procesos de crianza compartida, elaborar sus sueños y traumas, transar riñas, tensiones y sanear todo el linaje histórico y familiar. Es una gran oportunidad en estos tiempos sanear, perdonar y ampliar la casa, incluso limpiar cuartos oscuros o trastearse, reinventarla como lo procuró hace unos años la escuela del instante, con la consigna de que en cada casa un aula y hoy agregaríamos, y en cada cuadra y barrio un currículo emergente, una escuela popular. Construyamos juntos una casa viajera, rodante, nómada, poética, impulsada por la conexión, el contacto, la apertura, los rituales y la admiración. La casa, se ha convertido temporalmente en un holón de toda la vida íntima y social, un ambiente potente para unir de nuevo a la familia, el desafío de re-erotizar todas las áreas de la vida y la posibilidad de hacer posible una ciencia ficción de lo cotidiano. Quizá también subyace a lo mejor una invitación de reconquistar y restituir mayores exigencias y responsabilidades en el hogar y los cuidados, los quehaceres cotidianos y domésticos, el hombre participando más de la esfera próxima del hogar, y la mujer retomando sus sueños más públicos y radiantes, compartiendo ambos responsabilidades juntos, trabajando mejor en equipo, integrando, creando en la cocina, nuevas recetas y mayor dosis de imaginación, salud y recursividad...momento oportuno para hacer circular lo que ya no usamos, abrir camino a la belleza, descubrir nuevos talentos, espacio para dar y recibir y escucharnos entre amigos, restituir la conexiones vitales, espacio para la fiesta y rediseñar hábitos y dietas cognitivas.
Hoy recordaba lo importante que es organizar la casa-madre, el territorio interior y exterior de una manera integral. Necesitamos abrir un espacio-tiempo para lo que nos hace más felices dentro de ella, dejar que circule el viento y el futuro; que los colores embriaguen el día y los sabores la noche; que el canto, la fiesta, el diálogo y el perdón sean sus cimientos y su techo, un arcoíris donde brille el amor y la sensualidad. Una casa como un jardín, como una nave, una flor, un panal, una chakana, una constelación, un universo en expansión.
La casa, se convirtió en el kosmos y el kosmos, una invitación de camino a casa. Honremos este espacio sagrado y abramos las puertas cerradas y abandonadas que solo pueden abrirse desde el interior. El amor es el camino de regreso a Casa y como le escuche a un místico Erótico decir hace unos días, El verdadero amante siempre te lleva a Casa, a tu interioridad resplandeciente y efervescente.
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