Aún cuando he sido muy optimista respecto al mundo de las tecnologías, frente
a sus posibilidades de aprendizaje conjunto, creación de ciencia ciudadana y la
relación entre arte y medios digitales para su apropiación creativa con diferentes
públicos, hoy percibo que estamos expuestos a mucha información que no
alcanzamos a digerir y procesar. Sabemos
mucho de las noticias del mundo, pero hay poca presencia, diálogos fecundos e
intercambio de tiempo y silencio. Estamos en una aldea global pero son pocos
los ciudadanos globales. Ser ciudadano global no es solo replicar información o
vender productos, es crear una comunidad, un espacio de experimentación y de
pensamiento, iniciar acciones colectivas de participación y seducción que
contribuyan a mejorar las condiciones de vida y la salud e integridad de todas
las personas. Ante tanta exposición de noticias, hay otro asunto y es que
parecen ser más las que hablan de cosas traumáticas y desoladoras y pocas de las
soluciones a los problemas que nos aquejan. Confundimos el pensar críticamente
con develar información alternativa, como si ofreciendo este acceso ya fuera
suficiente para las transformaciones que nos esperan. Otra de las situaciones
alarmantes es que las tecnologías se convirtieron también en sustitutos del
alma, interrumpiendo la atención, generaron un cortocircuito frente a los
propósitos más profundos. Así que podemos dar el paso para estrenarnos el
carnet de ciudadanía global, estableciendo compromisos de integración de tantas
cosas sueltas, que parecen islas y que resultan que son solo el reflejo de
nuestra desconexión, de nuestra incapacidad para realizar la componenda, de
trazar la novedad en cada presente.
jueves, 11 de abril de 2019
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