miércoles, 6 de marzo de 2013

El poder de las máscaras


Interesante sería explorar las relaciones de la máscara como fuerza viva transfiguradora de subjetividades, con la producción de otro tipo de rituales alternativos a los que la educación promueve, en donde el orden, las jerarquías, las lecciones, la disciplina y la racionalidad instrumental operan significativamente. Con la máscara podemos construir identidades diferenciales y así sospechar de que siempre somos los mismos. Podemos jugar y escondernos, materializar rostros y gestos que dan cuentan de lo que podemos ser, al tiempo de lo que  nos queremos distanciar. Con la máscara podemos profanar el hecho de que la subjetividad es algo personal y humano, invariable y homogénea, por unas formas de sociabilidad en donde cada quien puede ser lo que quiera, hasta tal punto que alguien puede desplazarse por el espacio como un ángel, una fiera, un ogro, un patafísico, un astronauta, un cienmpiés o un panadero, es decir, que pueda ser o no ser, o que suspenda su formas habituales de ser, al tiempo que se está siendo. El poder ser muchos a través de la máscara, confiere a las prácticas pedagógicas de la potencia de variación de la identidad y de lo que otra tendencia llamaría como diálogo de voces. Somos muchos y nuestras máscaras son virtualidades que cada sujeto puede sacar a relucir dependiendo de las circunstancias.


La intuición que valdría poner a prueba, es si las máscaras, que se traducen en otro rostro al normal, o que lo velan, lo cubren, lo amplifican y que tienen la potencia aún secreta de modificar el cuerpo real viviente, son portadoras de cambios en las relaciones de poder y en nuestra institucionalidad. Es decir, como si las tecnologías que creamos y que actualmente perfeccionamos, tienen no sólo el poder de condicionar nuestro ser en el mundo, sino de hacer aparecer otros mundos, en otras pieles que recubren igualmente de una intimidad y exterioridad al mundo, capaces de hacerlo aparecer de nuevo.



La otra vía de exploración podría realizarse entre la máscara y el ritual de la fiesta. Cuando cada uno deja de ser quien es para entrar a un mundo festivo y carnavalesco a través de una entidad transubjetiva, tal vez, esta experiencia de transformación ayuda a la cocreación del mundo y a la gestión de las realidades cotidianas. Si yo ya nos soy yo, sino otro, esto me permite anticipar una relación de alteridad que se traduce en la posibilidad múltiple de ser otro a lo que soy y de cuidar a ese otro, escucharlo, comprenderlo y jugar con él. Esto nos permite observar y deducir, que cuando pensamos en las máscaras, lo que resulta interpelando a los procesos formativos, es que ofrecen las máscaras una gran metáfora respecto a los procesos de producción de subjetividad y de contexto. Comprendamos bien, que la máscara, como tecnología social, no sólo es encubrimiento, ni fortín para la mentira, puede ser la configuración de una identidad posible, inacabada y el ingreso a un espacio potencial horizontal de juego, que efectúa por un lado, ejercicios de poder diferentes a los normativos y condiciona a quienes deciden ponérsela de una relación singular con el espacio y el tiempo, con el aquí y el ahora.


Finalmente, la potencia de la máscara no está tanto en su confección como en su movimiento, tanto en lo que enuncia como en lo que silencia. Allí son muchos los secretos que podemos explorar, son muchos los dramas-tramas que podemos originar. La confección de la máscara debe proporcionar un ritual sensible y colectivo, que haga tangible el cambio material de un mundo y no su mistificación, idealismo y perfeccionismo, que son muchas veces obstáculos para que las voces, miedos, esperanzas que nos habitan, hablen y se expresen a su manera.

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