Interesante sería explorar las
relaciones de la máscara como fuerza viva transfiguradora de subjetividades,
con la producción de otro tipo de rituales alternativos a los que la educación
promueve, en donde el orden, las jerarquías, las lecciones, la disciplina y la
racionalidad instrumental operan significativamente. Con la máscara podemos
construir identidades diferenciales y así sospechar de que siempre somos los
mismos. Podemos jugar y escondernos, materializar rostros y gestos que dan cuentan
de lo que podemos ser, al tiempo de lo que nos queremos distanciar. Con la máscara
podemos profanar el hecho de que la subjetividad es algo personal y humano,
invariable y homogénea, por unas formas de sociabilidad en donde cada quien puede
ser lo que quiera, hasta tal punto que alguien puede desplazarse por el espacio
como un ángel, una fiera, un ogro, un patafísico, un astronauta, un cienmpiés o un
panadero, es decir, que pueda ser o no ser, o que suspenda su
formas habituales de ser, al tiempo que se está siendo. El poder ser muchos a
través de la máscara, confiere a las prácticas pedagógicas de la potencia de
variación de la identidad y de lo que otra tendencia llamaría como diálogo de
voces. Somos muchos y nuestras máscaras son virtualidades que cada sujeto puede
sacar a relucir dependiendo de las circunstancias.
La intuición que valdría poner a prueba,
es si las máscaras, que se traducen en otro rostro al normal, o que lo velan, lo cubren, lo amplifican y que tienen la potencia aún secreta de modificar el cuerpo real
viviente, son portadoras de cambios en las relaciones de poder y en nuestra
institucionalidad. Es decir, como si las tecnologías que creamos y que
actualmente perfeccionamos, tienen no sólo el poder de condicionar nuestro ser
en el mundo, sino de hacer aparecer otros mundos, en otras pieles que recubren
igualmente de una intimidad y exterioridad al mundo, capaces de hacerlo
aparecer de nuevo.
La otra
vía de exploración podría realizarse entre la máscara y el ritual de la fiesta.
Cuando cada uno deja de ser quien es para entrar a un mundo festivo y
carnavalesco a través de una entidad transubjetiva, tal vez, esta experiencia
de transformación ayuda a la cocreación del mundo y a la gestión de las
realidades cotidianas. Si yo ya nos soy yo, sino otro, esto me permite
anticipar una relación de alteridad que se traduce en la posibilidad múltiple
de ser otro a lo que soy y de cuidar a ese otro, escucharlo, comprenderlo y
jugar con él. Esto nos permite observar y deducir, que cuando pensamos en las
máscaras, lo que resulta interpelando a los procesos formativos, es que ofrecen
las máscaras una gran metáfora respecto a los procesos de producción de
subjetividad y de contexto. Comprendamos bien, que la máscara, como tecnología
social, no sólo es encubrimiento, ni fortín para la mentira, puede ser la
configuración de una identidad posible, inacabada y el ingreso a un espacio potencial
horizontal de juego, que efectúa por un lado, ejercicios de poder diferentes
a los normativos y condiciona a quienes deciden ponérsela de una relación
singular con el espacio y el tiempo, con el aquí y el ahora.
Finalmente,
la potencia de la máscara no está tanto en su confección como en su movimiento,
tanto en lo que enuncia como en lo que silencia. Allí son muchos los secretos
que podemos explorar, son muchos los dramas-tramas que podemos originar. La
confección de la máscara debe proporcionar un ritual sensible y colectivo, que
haga tangible el cambio material de un mundo y no su mistificación, idealismo y
perfeccionismo, que son muchas veces obstáculos para que las voces, miedos, esperanzas que nos
habitan, hablen y se expresen a su manera.
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