A propósito de la experiencia de laboratorio
Laboratorio en el contexto de la cultura contemporánea es una noción y una experiencia que remite a la generación de ideas susceptibles de convertirse proyectos sociales y colaborativos, mediados o no tecnológicamente. Se opone diametralmente a la figura de observación o a la institución observatorio. El observatorio una figura muy importante después de la mitad del siglo en el ámbito de asuntos de primer orden social (como los jóvenes, la educación, las políticas públicas, los derechos humanos, la paz y la violencia política) en muchos casos operaba para registrar cuantitativa y/o cualitativamente una suerte de comportamientos y prácticas y en donde rara vez se involucraban acciones colectivas para abordar problemáticas comunes. Es actualmente que surge como desafío, al pensar en un rediseño de los dispositivos de encuentro y la construcción de entornos transformadores, la noción de laboratorio. En efecto, la semántica laboratorio nos ubica necesariamente en dinámicas de producción colectiva e innovadora de la realidad más que a las lógicas del registro y análisis a secas.
El laboratorio por tanto, remite al diseño, la experimentación y la colaboración.
El laboratorio es un dispositivo de producción de realidad que cobra cada vez más fuerza en el contexto de colectivos activistas, de los medialabs, de instituciones emergentes que abordan aspectos de la vida contemporánea, y propende a la generación de diseños y estrategias para el surgimiento de iniciativas comunes.
El laboratorio rompe con las escisiones entre el saber experto y el saber cotidiano. Uno de los debates actuales de los laboratorios de la cultura digital se centra en la consolidación de propuestas de acción social directa, de ejercicio ciudadano, de fortalecimiento de las competencias digitales, de visualización creativa de información, al igual que trabaja en el sentido de legitimar las prácticas de intercambio o prácticas p2p. El asunto en lo que compete al laboratorio, no es tanto la construcción de saberes para ser transmitidos sino saberes para ser ejercidos ciudadanamente, su objetivo no está sólo en producir contenidos como en remezclar contextos sociales.
El laboratorio surge en contextos de abundancia, en espacios donde la escasez de información no es problema. El formato aula, conferencia, seminario, clase, obedece a unas lógicas de alfabetización industrial en donde se centra su fuerza en la presencia de un maestro explicador (que como dice Ranciere, produce atontonamiento, serias desigualdades) en la existencia de una centralización y monopolio de la información y en una distancia entre el que profería un saber especializado y el ignorante. En momentos actuales donde los contenidos son abiertos y distribuidos y donde la cultura se abre a procesos intensos de remezcla, el problema no está en la información que tengas, sino que haces con ella, no está tanto en tu almacenamiento de información en la memoria ROM, como en el procesamiento que realiza la RAM. Las tecnologías como se ha venido pensando en los últimos tiempos, no valen por sí mismas, sino en cuanto al rediseño y agenciamiento que provocamos con otros en contextos reales.
Ahora bien, un laboratorio crea realidades, sirve para poner en relación y en colaboración ideas comunes e innovadoras. En el arte, la subjetividad se revela como un laboratorio de experimentación; en la ciudad, los espacios públicos se convierten en un laboratorio para la creatividad y aprendizajes significativos. En la música y en las arte sonoras, los sonidos, los silencios y los susurros se convierten en un laboratorio para la producción. En la performance, el cuerpo se torna laboratorio de exploración.
Un laboratorio, en clave ciudadana, es en efecto, un espacio común, abierto y expandido, donde a partir de problemáticas situadas, se crea una comunidad de practicantes y de colaboradores, de personas que quieren arriesgar en el pensamiento y en la imaginación la creación de prototipos para pensar e intervenir sobre la realidad histórica y social.
El laboratorio ha de estar conectado a nodos en una red. El laboratorio crea dispositivos para intervenir y hackear lo real.
Escuchemos una reflexión que hacen actualmente en el Medialab Prado sobre los laboratorios. Mencionan investigadores de dicha institución, “que la función del laboratorio no es clarificar conceptos, como tampoco hacer amigos o hacer carrera. Sin duda cumple la función de trabar conexiones entre personas y cosas, ya sean estas colaboradores (co-laboratorio) o usuarios ocasionales, ya sean conceptos, espacios o libros. Su principal función no consiste en hacer de portavoz vicario de la naturaleza o del Estado, como decían los modernos o quienes apoyaron la Revolución francesa, respectivamente. El objetivo principal es hacer visibles comunidades emergentes de concernidos: darles la palabra, darles el tiempo, darles la experiencia, darles la tecnología, darles los media, darles las palabras”
Más adelante mencionan que “no hay procomún sin comunidad: hacerlo visible es el trabajo del laboratorio”. Y que la figura de “laboratorio huye de la tentación de recrear estructuras jerárquicas”.
El laboratorio también comparece como “formato organizativo, de creación y construcción de conocimientos y prácticas compartidas”
De todo esto surge una cuestión, de cara al proyecto de investigación procesos socio-cognitivos en entornos digitales con jóvenes universitarios, en la que actualmente participo en la Fundación Universitaria Los Libertadores:
“¿Cómo potenciar los procesos de creatividad social y de experimentación colectiva de los jóvenes (tanto de aquellos que se encuentran en procesos académicos universitarios como aquellos colectivos que desarrollan iniciativas de innovación digital en el campo de la cultura), desde una perspectiva estética, investigativa y educativa”?
martes, 3 de mayo de 2011
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