Ha sido una semana intensa, hermosa y de mucho aprendizaje. Una de las semanas más bellas de mi vida, unos pocos días e instantes, donde el aprendizaje rezuma y sintetiza años, incluso décadas. El 2 de julio de 2021, iniciamos junto a mi compañera Maria Jose Salgado y 5 trabajadores más (dos nativos de la vereda y 3 bogotanos: un armador de prefabricados, un maestro de obra y un ayudante), una Minga de construcción de nuestra casa, un sueño fraguado desde hace meses con intenso anhelo (catalizado por la Pandemia actual) en el Valle del Amor, predio que está ubicado en la zona del Oriente de Cundinamarca, específicamente en la Vereda “El Púlpito”, en el Municipio de Choachí, sector más conocido como “El Ruchical”.
Ya veníamos desde hace unos años sintiendo ese palpitar, cultivando con alegría y esperanza, en una suerte de ejercicio resonante y constante de hábitos y hábitats regenerativos que fortalecieron esta decisión, ese deseo de otra economía más ardiente y consciente… nuestro anhelo ya olía a bosque húmedo, océano de niebla y páramo, fuegos, cantos, Mingas, caminatas, susurros en la montaña, siembra y cosecha de alimentos, pequeños experimentos en clave de permacultura, vivencias de rituales ancestrales, la exploración sensible de sistemas vivos y puesta en juego de economías solidarias y del bien común.
Ahora que estamos en construcción de nuestra casa, percibo con mayor claridad, que a menudo los intercambios en la ciudad, sobretodo la vida en espacios superpoblados, se ven muchas veces ensombrecidos por la automatización, la rapidez, el facilismo y la desconexión de los procesos vivos, los ecosistemas y el contacto con la vida comunitaria. Parece que muchos de los intercambios y prácticas cotidianas en la ciudad, están diseñados para favorecer la desconexión, la pérdida de contexto de la ecología de las relaciones y de las interacciones sutiles y sistémicas que sostienen y regeneran la vida. Sospecho que esta distancia, acrecienta nuestra renuncia a ser parte del cambio, a anestesiarnos, habituarnos a tomar mucho y a dar y a entregar poco, sin darnos cuenta que entramos inconscientemente en la economía de la escasez, lo estrecho y por otra parte a engancharnos en modos de vida insostenibles donde prima la velocidad, el consumo, la deuda, la separación, las desigualdades y la alienación.
Después de 2 años tan intensos emocionalmente (2020-2021), donde transcurrieron por igual parte, tragedias, duelos, renuncias, muertes, aumento vertiginoso del desempleo, pandemia y emergencia de crisis globales, la invitación a replantearnos nuestra vida compartida se volvió prioritaria y urgente. Ya no podíamos ética y existencialmente hacer y ser los mismos. Algo profundo murió dentro de nosotros y a la par, algo nuevo se prestó a iniciar su rumbo, a echar raíces en un nuevo ambiente. Nuestros modos de habitar se vieron agitados en muchos frentes, problematizados radicalmente y muchas acciones que hacíamos consuetudinariamente se volvieron anacrónicas: perdieron su brillo, flujo y potencia.
Fue necesario mirar de nuevo, recoger, soñar, crear, soltar, abrir nuevos cauces y re-imaginar el rumbo... también fue importante sanar, mejorar la conexión, sintonizar más profundo con el territorio, con las relaciones, los amigos, el inicio de otra danza y ritmo, integrar mejor lo aprendido y dar un salto a lo profundo de nosotros mismos; habitar otros espacios donde brota a cántaros el agua, donde el silencio resuena, donde las nubes danzan, un lugar fértil donde se viene enriqueciendo nuestro amor, nuestros sueños, esperanzas, el reverdecer de la vida comunitaria y la posibilidad de articular de maneras más audaces los saberes urbanos (académicos y experimentales), con los campesinos, los indígenas, los nativos y los de la artesanía, el hacktivismo y el trabajo por el bien común, es decir, la labranza del trabajo bien hecho y el resurgir de la inteligencia colectiva. A lo mejor, en esos encuentros y en esa diversidad de sabidurías, aspiramos se hallen posibilidades inauditas para el florecimiento de la naturaleza, la comunidad, la sociedad, la ciencia, el arte, la tecnología y los mundos humanos y no-humanos.
Ha llegado el momento de salir de nuestras zonas de confort para ir hacia lo desconocido, el misterio, la profundidad, la belleza, lo salvaje, lo holístico y acechar y construir el nuevo arte y educación, que ya está dentro de nosotros, en nuestras huellas, andanzas, amistades, familias expandidas, ensoñaciones e historias compartidas.
Aquí llegamos a esta Minga en el Valle del Amor, después de haber cultivado un amor fecundo y palpitante... de habernos embellecido mutuamente, de haber tenido subidas y caídas, de haber retejido las heridas, curado los dolores, perdonado, realizado con arrojo un trabajo fuerte con las sombras personales y colectivas; nuestro amor ha sido una fuente infinita de aprendizaje en los 11 años que llevamos juntos y todo sigue animándonos a descubrirnos en nuevos retos, en nuevas pieles, semblanzas, en el zumbido del colibrí y de las libélulas, aquí todo está fresco, vivo, sensual como el aire que a diario respiramos. Aquí llegamos después de intentar volvernos más sensibles y humanos, de haber re-encantado nuestra cotidianidad, después de nuestras Maestrías en la música, el arte, la investigación y la educación integral, el nomadismo pedagógico, de compartir nuestras naturalezas radiantes y salvajes, nuestros conocimientos y generosidad con todos.
Como pueden olfatear, son muchos los aprendizajes y las cortezas advirtiendo el camino del amor. Mucho aún por procesar, no obstante, como hemos visto, no surge de la nada, sino que es parte de un gran rizoma, una historia en construcción, un proceso interno-externo intenso, una vida orientada a la reflexión, a la auto-trascendencia y al asombro.
Otras raíces de nuevos aprendizajes:
- El potencial del trabajo colectivo. Todos los trabajos importan, son necesarios e iguales en dignidad. La admiración por el saber, oficios y sabidurías de los artesanos, obreros y campesinos y del trabajo bien hecho. El valorar saberes, tecnologías y oficios que en el ámbito social y urbano son desconocidos y a veces vistos como de poca monta, la mayoría de veces mal pagos, como los domésticos y del sector de la artesanía y la construcción.
- La consciencia de las interdependencias en clave de la salud de todos los ecosistemas.
- El reconocimiento de los privilegios y de las ignorancias en muchos aspectos de la vida, especialmente en la vida rural y en el dominio de la construcción.
- Que todos tenemos talentos que orquestados en conjunto, se convierten en una fuente de inteligencia colectiva: allí reside el poder de la vida comunitaria y de las obras en clave del bien común
- Para hacer una casa se necesita en iguales proporciones, soñar, planear, diseñar, pensar, ejecutar, celebrar y agradecer. Es en esencia un trabajo holístico.
- Realizar una labor diferente a las que realizo cotidianamente (mi trabajo es mayoritariamente intelectual) me ha puesto a valorar y a reconocer otros trabajos, que no había tenido la oportunidad de saborear y de realizar, pero que con la nueva vida en el campo necesito ejercitarme más. Estamos ad-portas de un equilibrio en las forma de habitar y vivir.
- Poder convivir con un equipo diverso ha sido un reto y una oportunidad para acrecentar la empatía y ensoñar de nuevo otras prácticas pedagógicas fundadas en proyectos, donde el intercambio, el trabajo en equipo y la convivencia sean ejes centrales.
- El amor mueve montañas, permite reinventar, acechar lo nuevo, hacer que la vida cobre mayor sentido, potencia e inspiración.
Valle del Amor
Vereda “El Púlpito”- Choachí.
(2 al 10 de Julio de 2021)
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