Los
educadores del siglo XXI, han empezado a atisbar en sus caminos un espacio en
el que todo está conectado y evolucionando,… donde el mejor presente para el
otro es el juego, la creatividad y el amor. Este tipo de maestros, empiezan a
hacer de los espacios cotidianos lugares para compartir, crear, experimentar y
encarnar la imaginación más apasionada, el pensamiento más vibrante y el
ejercicio ciudadano más altruista.
A través de su autoexploración, han empezado a brindar más que
informaciones interesantes, más allá de críticas deconstructivas y de visiones
alternativas, la gestación de experiencias y prácticas asociadas al cuerpo, las
emociones, la sombra y el espíritu que catalizan el buen vivir y animan al ser
humano a la transformación y a la autotrascendencia. Si el cuerpo es nuestro
primer territorio, el encuentro pedagógico es la alquimia de las presencias.
Allí donde hay amistad, conversación, apertura a escuchar, siempre habrá un
halo de frescura, improvisación y sensualidad. Además de cultivar las emociones
positivas, los maestros son cómplices del encuentro creativo, investigadores
del territorio y de sí mismos y tienen la magia de sostener una energía colectiva
al servicio de la autocreación de nuestra propia vida.
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