Cada
época tiene sus clases y no podemos dejar que la lección que nos presenta este
momento histórico se nos vuele. Necesitamos elevar un canto de amor,
comprensión y una meditación global y no dejar que los medios de comunicación, los extremos y la polarización de ciertos
sectores obstruyan la verdadera liberación que podría producir un fenómeno tan
destructor como la guerra y la venganza. El sufrimiento que se levanta en todo
el planeta es bien complejo pero responde a un pasado colonial y de intromisiones
en donde muchos países se disputan cruentamente las riquezas del territorio, un
deseo de conquista y privatización de los bienes comunes. Las guerras
preventivas, la legítima defensa, los falsos positivos, la ambición por
monopolizar, son tal vez pretextos para invadir un territorio, para acabar con
la libertad y la vida…. territorios en los que percibimos una siembra de mucho
terror en las últimas décadas. Detrás de la guerra, viene el miedo, la
desconfianza, la venganza, el terror, el dolor y una herida muy grande para
todos. La violencia trae más violencia, no se puede apagar el incendio con más
fuego. El deseo de apoderarse de las riquezas del país es algo que pasa en
nuestro continente y que necesitamos comprender entre todos el sufrimiento, la
causa de esta visión equívoca para saber qué tipo de acción podemos emprender
para aliviarla. Necesitamos igualmente empezar a confiar y a cuidar aquellas
cosas que nos hacen ricos y felices, cuidar nuestras riquezas y activar
espacios en donde seamos una humanidad más respetuosa y amorosa. La sombra que
nos cobija, puede llevarnos a iluminar unas nuevas prácticas y una nueva vida,
que constituyan una ética global y una responsabilidad compartida como
habitantes de la tierra, como familia universal. Tomar decisiones para
concretar el tipo de vida que queremos vivir y lo que produce bienestar para
todos.
No podemos
dejar que los engendros que han dejado las últimas guerras de principios de
siglo XX y con las que inicia el XXI se multipliquen más. El terrorismo, el
fanatismo, las ideologías extremas, el extractivismo son muestra de que algo
está fallando como seres humanos y como sociedad. Que el proyecto de empobrecer
unas comunidades a costa del vigor de otras, de que el fin justifica los
medios, que el esperpento de totalitarismo es algo que debe llegar pronto a su
fin. Necesitamos empezar a construir una ética global, de cuidado, respeto,
colaboración, empatía y telepatía, tejidos de amor y de ciudadanía que permitan
sentir y construir el territorio, activar la conciencia para el despertar de
bienes comunes y de acciones que donde estemos mengüen tanto sufrimiento.
No
es saludable tan pronto buscar culpables, cuando el espíritu que florece llama
a un esclarecimiento de la visión. Que en la tierra se iluminen los corazones
de todos para que hagamos lo que hagamos genere un bienestar colectivo y que
perfume el origen de nuevas generaciones. La curación ante tanta maldad, vendrá
cuando veamos con claridad de donde surge tanto sufrimiento, la semilla para la
felicidad.
“Cuando
una persona sufre menos, nosotros sufrimos menos… si alcanzamos un
discernimiento colectivo, eso nos ayudará a ver el camino mutuamente benéfico
que conduce a la cesación del sufrimiento, no solo para una única persona, sino
para todos…También la violencia es una forma de sufrimiento. La violencia es
una energía que quiere destruir, hacer daño a otra persona porque se atrevió a
hacerte sufrir. El deseo de destruir está en todo el mundo. Existe en nuestra
sociedad y en cada uno de nosotros. El terrorismo es ese deseo llevado al extremo. En la base del
terrorismo hay una percepción equivocada, violencia, ansiedad y desasosiego” (Thich Nhat Hanh)
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