He sido una persona que ha contado en la vida con muchos privilegios, y esta situación, además de mi carácter, me ha permitido una confianza sólida, una disposición entusiasta y optimista ante la vida: me gusta ver el lado bueno de las cosas y ver que todo puede cambiar - de hecho, todo está cambiando instante tras instante. No obstante, recientemente he explorado con más detalle que esta disposición a primera vista positiva, la de ser optimista, puede en algunas ocasiones jugarnos malas pasadas, ya que el otro polo (que evitamos ver y reconocer), las cualidades negativas intrínsecas de la vida, a menudo las arrojamos lejos de nosotros, con pésimas consecuencias sobre todo cuando estamos en situaciones estresantes y conflictivas.
He constatado que esta distancia con lo negativo, que es usual en personas optimistas, a menudo se introyecta como sombra, como una suerte de veneno que nos amarga y torna hostiles, llevándonos a expulsar la oscuridad de maneras indirectas, como se expresa mucho en la agresividad pasiva y la ironía destructiva. A las personas optimistas nos cuesta expresar el dolor, ante el conflicto optamos por la distancia, experimentada como desconexión emocional, congelamiento disfrazado de “aquí no está pasando nada”…y este miedo asumir los problemas, es bastante tóxico cuando se mezcla con actitudes como la evasión, la incapacidad de una confrontación sana y el establecimiento de límites.
Expuesta la confesión, vemos que paradójicamente, la negatividad, la desesperación, la tragedia, lo monstruoso y la ansiedad - nos cuentan nuestros mayores, filósofos y la experiencia personal - son vectores de cambio, transformación, movimiento y gestación cultural. Para dar un paso más, me gustaría hablar de un virtud muy importante para nuestro tiempo, la esperanza (en contraposición con el optimismo), a veces exangüe por tantos discursos nihilistas y excesivamente edulcorados que se vuelven evangelios cansados de nuestra época.
Para comenzar, hagámonos esta pregunta: ¿en qué o en quién está puesta nuestra esperanza? Para mi la esperanza está puesta en todo aquello que atendemos (amamos) y en lo que estamos comprometidos cotidianamente (urdimbre) en algo que estamos construyendo (trama), no solo con discursos e imaginaciones, sino en donde estamos poniendo el cuerpo, las entrañas y los sueños con resolución, creatividad y coraje. “Podemos saber que alguien tiene esperanza no investigando su vida interna sino observando lo que hace”, igual que pasa con las personas que se enuncian como ateas y no creyentes, podemos saber cuáles son sus deidades y aspectos sagrados, observando qué actividades priorizan, qué conjunto de cosas, valores, rituales y prácticas establecen como significativas y en las que invierten su tiempo…
Ahora bien, profundicemos un poco más y traigamos algunos puntos de reflexión del crítico cultural Eagleton sobre la esperanza. Este filósofo afirma que tanto el optimismo como el pesimismo son estados de ánimo, ambos fatalistas…el optimismo a veces ingenuo, es facilista, no se toma la desesperación en serio y es propio de las clases dominantes. El pesimismo, por otro lado, es cínico, dramático y apocalíptico. Tanto en el que cree que todo va cambiar para bien, como aquel que no, son ejemplos de personas poco comprometidas con la esperanza como vitalidad, fuerza política y espiritual. La esperanza por ser una disposición y una virtud, es algo que podemos entrenar diariamente, …sabemos que para que pase algo profundo y significativo en nuestras vidas, no basta con la intención, la oración y la consciencia, tenemos que tener disciplina, constancia, coraje e imaginación, además de un conjunto de aspectos tales como esclarecer (trascender e integrar) nuestros deseos y limitaciones, clarificar nuestras narrativas y también acompañarnos de personas y redes que nos desafíen y nos inspiren. Otra manera en que podemos expandir la esperanza es contemplando la naturaleza, comprendiendo la historia desde perspectivas transculturales y de larga duración, fomentando diálogos constructivos, comprendiendo más comprehensivamente qué es ser humano y una cierta dosis de desapego, paciencia, no-saber, imaginación moral y humildad.
La esperanza es la memoria del futuro, la encarnación de los presente-potenciales más vibrantes en nosotros. Tanto lo pasado y sus efectos, como el futuro, en cuanto potencialidad, existen como fuerzas en donde constantemente gravitamos. Los pesimistas y optimistas comparecen en el escenario como conservadores, no quieren asumir riesgos, tienen miedo al fracaso y son frecuentemente expresiones moralmente dudosas y formas éticamente insostenibles; solo aquellos que tienen esperanza mantienen una relación más afirmativa y jovial con su tiempo, son los ángeles-demonios de la historia que sobrevuelan con una sonrisa, los pies bien anclados en la tierra y jugando en el entretejido de raíces que están en el cielo… la esperanza está relacionada con la política y es un acto ético esencial de quienes día a día quieren hacer del mundo algo mejor.
La esperanza se nos abre y despliega cuando tenemos una actitud de curiosidad y de aprendizaje, perseverancia en el propósito, nos enfocamos en la construcción de nuevas reglas y cuando vemos al otro como un misterio y a la vida como un regalo. La esperanza es el acto de reciprocidad cuando nos entregamos con intensidad en el mundo. Espero y tengo esperanza también porque he sido capaz de trascender el deseo de controlarlo todo.
Observemos algunos enemigos de la esperanza. En la cultura actual, carente de tiempo, nadie espera y todo lo queremos demasiado rápido, afectando el bienestar emocional y la sexualidad…otro enemigo de la esperanza es cuando ponemos en personas, dioses e ídolos la esperanza, asunto que perjudica nuestra agencia y voluntad. Finalmente la esperanza se nos diluye, cuando prorrogamos las cosas, tenemos súper ambiciones, cuando pensamos en los problemas sociales como cosas irresolubles, cuando pensamos que hay vida después de la muerte, o en otros casos cuando pensamos que podemos liberarnos del cuerpo y vivir en una amalgama con lo tecnológico,… pienso la singularidad y lo poshumano, como una esperanza ilusoria, un consuelo metafísico, una falsa ideología y un miedo a nuestra propia finitud. Hay muchos enemigos de la esperanza en nosotros y la cultura y solo podrán tenerla quienes no tengan miedo de perder.
En síntesis, la esperanza nos conecta al universo de la ética, la política y la espiritualidad, resuena con el deseo, lo inconsciente, el valor, la verdad, la confianza, el tiempo, la finitud y las formas cómo vivimos. Como señala Gabriel Marcel en una potente analogía, “la esperanza es al alma como la respiración al organismo vivo”, así que a cuidarla y mostrar su relevancia para todas nuestras relaciones, las prácticas de construcción de conocimiento y la praxis política, asumiendo el imperativo ético, de que todo puede ir peor, pero con las ganas de estar en las canchas, jugando, imprimiendo vitalidad en cada acto que damos… como expone el escritor Václav Havel, la esperanza no es “la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independiente de cómo resulte”.
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