Uno de los grandes placeres de estar en lugares naturales, es que allí todo está vivo, todo está cambiando; allí brota la vida salvaje, refulgen los colores, las formas y texturas misteriosas, suenan paisajes sonoros embriagantes, se respira un aire más fresco, la curiosidad se pone a flor de piel, todo es una ofrenda incondicional, un camino siempre abierto a los pasos del viajero que está viendo todo por primera vez, todo es virgen, todo por descubrir, por que se mira con los ojos del amor.
Esta sensorialidad activa y despierta es lo que muchas veces la educación virtual no logra conectar. Así que viendo que los territorios vivos y los aprendizajes encarnados, son los que se están viendo perjudicados en la educación actual, es necesario convocar esta sensorialidad, esta fenomenología erótica que tanto solaz nos produce y que cada tanto tiempo estamos buscando a como de lugar. La conexión que produce estar en un bosque, un río, la selva, el mar, los llanos, un páramo, un lago, un manglar, una cascada, una comunidad raizal, campesina, gente enraizada a su territorio, es la base de todos los aprendizajes y de una cultura del asombro, del cuidado y las interdependencias.
En los últimos diez años que he viajado y transitado por el territorio colombiano, en todas las direcciones, me he dado cuenta que la gente que vive más conectada del mundo natural es más amable, sencilla, más atenta, agradecida y generosa. El encerramiento antes por las tecnologías, las ocupaciones excesivas por trabajo y ahora la coyuntura de la pandemia, son quiza un gran obstáculo (potencialidad) para la reconexion y regeneración de nuestras relaciones y ecosistemas naturales. La nueva educación y el nuevo arte es una experiencia de conexión e integración, allí está la gracia de los encuentros, el despertar de un sinnúmero de aprendizajes, el bienestar y la salud. El nuevo arte y educación es una relación creativa y amorosa con todo lo que nos rodea, nos sostiene y nos inspira, es una intensificación de la experiencia más que un producto terminado. Es en efecto, una forma de amistad, presencia plena y espiritualidad.
Cuando reconozcamos que el gozo que experimentamos en lo natural, se debe a conexiones, presencias, al eco de relaciones e interdependencias en equilibrio, sustentadas en millones de años, podemos iniciar y reinventar una nueva ecología de los procesos educativos y pedagógicos
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