viernes, 8 de abril de 2011

Susurrando en común. Labsurlab 2011. Medellín-Colombia

SUSURRANDO EN COMÚN

A propósito de la mesa trabajo en/con comunidades
Labsurlab 2011. Medellín. 6-7 Abril (Moravia)

Por qué remezclar el mundo común, más que trabajar en/con comunidades.

Por qué intervenir y componer el mundo común, más que realizar trabajo social en/con comunidades.


Una unívoca concepción de comunidad se ha venido instalando en los trabajos de intervención social en barrios y espacios vecinales. Esta noción se emparenta como un fetiche dramático, encarnación de los desvalidos, de aquellos que no tienen o que lo han perdido, aquellos en estado de subdesarrollo y de ignorancia y los que hay que ayudar y ocupar sus tiempos y sus mentes con actividades reparadoras. La comunidad muchas veces se relaciona con colectividades territoriales precarias, se identifica con categorías como vulnerabilidad y se expresa en identidades cerradas como ideologías, clase, territorio, propiedad, comunión, lengua. Es desde esta concepción, como quizá se alimentan campañas concientizadoras y prácticas sociales para asistir a “comunidades en riesgo”, para dar voz y reivindicar derechos, para cerrar brechas culturales, para educar a la población y para realizar una especie de “integración” de la comunidad al espacio social. Muchas de estas prácticas sociales que obedecen a esta concepción de comunidad y que son actualizadas y legitimadas por el gobierno, las políticas públicas y por algunos colectivos informales, gozan de cierto romanticismo y se expresan en retóricas hiper-ideologizadas, en donde se proclaman evangelios cansados que repiten reflexiones sobre las super-estructuras inmodificables y el poder hegemónico al cual hay o que combatir frontalmente o al que hay que oponerse.

Ahora bien, el mundo común, por el contrario, se relaciona con el lazo, con el cruce, con el trance, con la alegría, con el atravesar con otros paisajes abiertos y desconocidos; el mundo común como una especie de umbral, un entre, en donde rehacernos y espacializar el mundo compartido, el mundo de lo sensible. El mundo común se despliega en situaciones, en la fiesta, y en la risa, en el juego y en rituales: en la virtualidad que encarna cada singularidad.

El mundo común no es de nadie. Se ocupa por instantes e intermitentemente con otros cuando compartimos lo que nos afecta y nos potencia, cuando nos desplazamos de lo dado y determinado, para inventar lo posible. Es en efecto, el mundo común, un universo de posibilidades y de relaciones y se ensambla y produce a partir de experimentos colectivos en donde testeamos los límites y las potencialidades de cada uno de nosotros.

Nos hacemos de nuevo la pregunta. Por qué remezclar, componer e intervenir el mundo común?

Por que es desafiante ponernos en situación, por “despertar en los vínculos” y con la tentativa de nacer junto a otros. Intervenimos el mundo común para entre-tenernos (tenernos entre).

Nos seduce entonces construir un mundo común, un mundo intenso y vibrante, un mundo en donde hacernos cargo de lo que es en común, a través de interfaces y dispositivos relacionales (que son los proyectos que desplegamos con otros en espacios-tiempos intermitentes). Nos seduce componer en lo común, un cosmos abierto en el que ensayar, vivir, crear.

Lo que tenemos en común es nuestra capacidad para ejercer la libertad, para inventar y ensayar mundos posibles y distribuir nuestra potencias.

Necesitamos del otro para ejercer la libertad. Y nuestra libertad acontece cuando remezclamos y posproducimos lo que nos hace común: la potencia. Como lo común está en peligro, como los comunes están en la actualidad en procesos crecientes de privatización y a su vez la inmunidad permea al individuo contemporáneo, nos queda entre nosotros diseñar estrategias y herramientas imaginativas para expandir lo común y acoger con creatividad la pregunta (en apariencia fácil de responder), de cómo vivir juntos, de cómo crear las fiestas del procomún.

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