Vamos caminando como adultos que encarnan la infancia y la adolescencia.
Encendemos el fuego para asentarnos en la magia compartida:
somos fuego andante de la creación,
latido del corazón hermanado con la selva y el concreto,
con lo urbano y lo ancestral,
con el presente que arde y el futuro que asoma.
Caminamos juntos.
Nos acompañamos en la alegría del compartir.
Nos afirmamos en la apertura, en la posibilidad
y también en la pérdida.
Nos orienta aquello que refulge en el horizonte como misterio,
misterio vivo de creación y destrucción.
Alzamos nuestros cantos en la niebla de la noche
para permanecer cuerdos entre quienes aún sueñan,
entre quienes aún juegan en el horizonte abierto
de la infancia eterna.
Imaginamos colaboraciones fortuitas,
encuentros que se abren paso en la conquista del tiempo.
Somos la aurora del ser,
plasmada como petroglifo en la dureza de las rocas,
rocas que, sin embargo, se disuelven en el silencio.
No somos proyecto,
porque los trayectos nos intersectan en el infinito.
En la jungla del amor bebemos del día y de la noche,
como animales salvajes que recuerdan
la antigua libertad del espíritu.
Y así avanzamos,
con los pies encendidos y el corazón despierto,
abiertos al misterio que nos convoca.
Que este encuentro sea fogata y camino,
semilla y constelación.
Que lo que aquí nace nos recuerde
que estamos vivos
y que aún es posible crear mundos
donde la alegría sea una forma de sabiduría.



.jpeg)


.jpeg)

.jpg)


%2021.30.59.png)